El otro día salía del dentista. Llevaba una receta en la mano para la farmacia. “Este antibiótico no lo tenemos. Existe desabastecimiento”. Tuve que llamar a la consulta, a la facultativa, a ver qué hacía… Había quedado con mi esposa, que estaba en lo de la cesta de la compra por otro lado. Me llamó al móvil para decirme que iba a tardar porque estaba buscando leche por los supermercados, que se había agotado (en origen la estaban tirando por no matar a las vacas de un reventón). Esto es un ejemplo real, no imaginado; y no es dramático (aún) pero sí preocupante.
A mi edad, esta situación – consciente – no la había vivido más que de retruque, filtrada por mi madre y abuela en un estado de posguerra; y dónde, lógicamente, los que la sufrían conscientemente eran mis mayores, que habían de vadear ese estado de cosas adverso y de múltiples carencias. Los de mi generación lo vivimos como que las cosas eran así. Solo cuando fuimos creciendo también fuimos dándonos cuenta que las cosas, esas cosas, no eran así, ni mucho menos, si no que habían sobrevenido así a los que nos precedían – y a nosotros de lógica herencia – por la catástrofe de una guerra en primera persona.
Ahora, al cabo de muchas décadas, vuelve a asomarnos la patita de aquel viejo lobo de aquel viejo cuento, al que creíamos muerto, por debajo de la puerta… y como aquellos cerditos, nos echamos a temblar, que no a templar. El fantasma del desabastecimiento y el encarecimiento ha despertado… En cuanto a los que no han vivido esta experiencia en toda su dichosa vida, como nuestros hijos, sobrinos, nietos… habrán de empezar a pensar que los status de bienestar se pierden más rápido de lo que se ganan. Y que nada es inamovible, ni inconmovible, ni inasumible, ni leches (la que ahora falta en los estantes). Y que los derechos humanos se empiezan a ir al carajo cuando los humanos no andamos derechos. Y que tendrán que corregir un camino que nos empeñamos en llevar del todo a la nada, con la rapidez y la inconsciencia de no tener en cuenta las formas y las maneras (el fin NO justifica los medios), ni tampoco las consecuencias… Y lo que es aún peor: no nos hicimos conscientes de que sin responsabilidad no hay derechos que valgan…
Y aquí vamos todos en el envite: desde el ciudadano de a pie al político de coche oficial… Porque, claro que son los ineptos y aprovechados de nuestros políticos los que nos han puesto esta soga al cuello. Naturalmente que sí. Desde el más alto al más bajo. Por supuesto. Pero es que los hemos elegido nosotros y de entre nosotros mismos; y los hemos puesto ahí a cambio del “dame pan (y circo) y dime tonto” que tan bien se nos da hacer mirando para otro lado… Y éstos, nuestros gobernantes, llevan demasiado tiempo sin medir – ya no saben hacerlo – hasta dónde llevan estirando la cuerda de la que colgamos la gente sin que ésta se rompa… Solo se han preocupado de regalarnos en lo que pedíamos (no a educarnos en ello), y cobrarse a precio de sátrapa, sus servicios: a través de placebos en la píldora de la ignorancia con que nos aplican el tratamiento. Al final, pastores y borregos pastamos en el mismo redil, es cierto, pero los primeros se han llenado el pesebre en base a vaciárselo a los segundos.
Llevamos mucho, demasiado tiempo, siendo inmisericordemente exprimidos por unas multinacionales que abrevan de unos estados y gobiernos – los nuestros – a través de impuestos sobre el consumo, y de precios impuestos, que, sin ser lo mismo, es lo mismo… Y que han traspasado la línea clave de la mera supervivencia, es el hecho, ya insostenible, de forzar a trabajar a pérdidas y morirse de hambre, para ellos multiplicar sus sucias ganancias: los camiones parados; el campo en pie de guerra; los pescadores en tierra; y los consumidores a punto de ser enterrados… Un país parado, desabastecido, en carestía galopante, y desesperado… Y los ciudadanos, atónitos, a la vuelta del ocioso hedonismo de la Semana Santa, preguntándose qué ha pasado… Pues, de pronto, la población no puede pagar la luz, el combustible, la comida… ya que con todo se ha especulado sin otra razón y motivo que la pura avaricia (incluso nos están vendiendo productos comprados y almacenados hace más de un año, antes de la guerra de Ucrania, a precios abusivos)…
…Y lo que es aún peor que eso: se les está consintiendo, e incluso justificándolo: “es causa de la guerra” dicen los mercenarios del comercio y nuestros gobernantes sin escrúpulos, que asienten por su parte de culpa en la (mala) administración, y su propio saqueo… Pero es mentira. Falso. La escalada de costos en mercaderías, transportes y energías comenzó antes del pasado verano, implacablemente. Lo que ocurre es que lo de la guerra le ha venido al gobierno como “pedrá en ojo de boticario” para eludir su responsabilidad y echar la culpa a circunstancias ajenas. Es un embuste muy bien traído pero mejor encontrado y llevado. El desastre económico es fruto de una mala – pésima – gestión, y estaba servido en la mesa antes del desastre bélico… La estrategia es engañar a la ciudadanía plantándole un ninot del hijo de p… de Putin en medio de la Plaza Mayor: él es el único culpable de todo, no nosotros, nos dicen y les creemos...
Pero el caso es que no solo hace falta ganarse la vida, también hay que poder pagársela, que ya no es lo mismo. Lo de la oferta y la demanda ya no vale por sí solo. Se ha introducido, como un cáncer, la especulación, la intoxicación y la extorsión… Cuando los mercaderes han sido “monipolizados” por grandes compañías y oligarquías económicas, los alguacilillos miran para otro lado mientras se aprestan a abrir disimuladamente sus bolsas en busca de sus treinta monedas de plata… Nuestro papel es el de las víctimas y culpables a la vez, pues hemos colaborado entusiásticamente en nuestra propia ruina. A ver si es mentira…
MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ www.escriburgo.com miguel@galindofi.com
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