Sí. Ya sé que es un tema recurrente en mí. Lo siento… reconozco que es una especie de remartillamiento, toc, toc, toc, que puede llegar a hastiar a algunos, o a muchos, o quizá no. Pero es un compromiso personal adquirido para conmigo mismo, ya que tampoco puedo aspirar a otra cosa. Digamos que es mi pobre y humilde contribución a la zapata del freno contra el cambio climático. Un, no sé, si baldío intento de concienciar a unas cuantas personas de las que me siguen cada día… Por otro lado, y lo doy por supuesto, cada uno de ustedes, nada más comenzar a leerme y adivinar mi intención, pueden pasar página, pulsar “salt”, o lo que sea, y adiós muy buenas…
Cuando escribo ésta de hoy estamos sufriendo la primera ola de calor de la temporada, incluso antes de la llegada del verano en el calendario. Temperaturas que sobrepasan los 40 grados, durante varios y tórridos días. Inmisericordemente… Quizá por eso mismo, que la Aemet publica un muy elaborado informe de lo que está ocurriendo y por qué está pasando. Lo cierto, y así, en corto, para que todo el mundo lo entienda, es que en España hace cada vez más calor, y además llega antes, y más virulentamente. Ésta es la síntesis, claro. Yo les voy a ahorrar los detalles técnicos a fin de no aburrirles, limitándome a los hechos escuetos, y, si me queda espacio y ganas, a sus consecuencias.
Es lo que la Agencia Estatal de Meteorología llama “los habituales 30 grados”… En las últimas décadas hemos pasado de los habituales 25 grados de media, cuando a partir de los 30 ya se calificaban como olas de calor, a que esas olas ya rebasen los 40, y la “normalidad” se establezca en esos 30. Y remacha que ese fenómeno de acusada alza, además, se ha adelantado de 20 a 40 días de media en todo el país dentro de la llegada climatológica del verano. Pero es que, además, los meteorólogos han echado cuentas, y predicen un cambio gradual en la península hacia la bioestacionalidad: un verano achicharrante cada vez más largo y un invierno templado cada vez más corto. El verano tiende a tragarse a la primavera y a prolongarse en el otoño… Y todo esto no hay que ser muy espabilado para ver que ya se está produciendo. “El clima en España no es como era, y puede llegar a ser peor si no nos empeñamos seria y drásticamente en frenarlo”, nos advierte esa misma Aemet… Y en su informe enlaza con los de los medios de comunicación últimos, provenientes de Europa, en que da prácticamente por sentada la desertificación de media España (por cambio climático y por abuso de recursos).
…Bueno, esto último es una de las consecuencias, no la causa, evidentemente. Ya le podemos decir al pariente ese que insiste siempre en que estos calores y colores nos han visitado “toa la vida del Señor”, que ya no es cuestión de visitas, que vienen para quedarse… Y que la consecuencia que he señalado como fijada – ya ni siquiera advertida – por Bruselas, es como la primera ficha de dominó que arrastrará, en caída libre, a otras consecuencias: desde la desaparición del turismo como principal recurso económico, al agotamiento del sistema productivo alimentario por falta de agua. Y de otros medios.
Y no quiero extenderme en otros detalles, no menos importantes, porque no es mi deseo tampoco pintar un cuadro apocalíptico que, a rápidas pinceladas, está cambiando un paraíso por un infierno. Es tan solo que hemos de ir mudando de sistema de vida si queremos “salvar los muebles”, en vez de agarrarnos con todas nuestras fuerzas al que ya no nos sirve y nos está arrastrando al más ruinoso fracaso. Cuestión de tiempo, y cuestión del tiempo. Lo uno nos conduce a lo otro.
“Ya solo se puede frenar en lo posible, pero no evitar lo imposible”, es lo que asegura y recomienda nuestra Agencia meteorológica… Yo solo me fijaría (de momento) en dos o tres cosas, ya no importantes, pero sí que vitales: cambiar cuanto antes el consumo eléctrico basado en energías contaminantes por el consolidado en energías limpias, como la solar… afortunadamente tenemos mucho sol en España, aunque también mucho sinvergüenza; limitar a lo estrictamente imprescindible la quema de fluorurocarburos, esto es: usar el coche solo para lo realmente necesario, y dejar de contaminar y envenenar la atmósfera por placer hedonista de una puñetera vez. Lo agradecería la salud, el bolsillo y el medio ambiente; y por último limitar nuestro excedente de basuras al mínimo. Esto se logra dejando de adquirir lo innecesario, no comprar por el hecho de comprar, no traernos a casa lo que no nos vamos a poner, ni a utilizar, ni a comer… y reciclar todo lo reciclable y arreglar todo lo arreglable.
O eso, o ya saben lo que nos espera, sobre todo a nuestros hijos y nietos: habrán que buscarse la vida en un erial, en un medio cada vez más hostil y difícil, cuando nosotros, todos nosotros, solo los hemos educado en derechos, ventajas y regalías. Ni siquiera nuestros sistemas educativos les enseñan a sobrevivir; ni en el valor del trabajo ni en ninguna escala de valores; ni en las causas y las consecuencias de los actos y las cosas; ni en aceptar la responsabilidad de los propios actos; ni en el sentido de la disciplina; ni en educación ni respeto siquiera… Mucho menos en la posibilidad de cambiar las cosas… a mejor, naturalmente.
MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ www.escriburgo.com miguel@galindofi.com
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