…A pesar de la Ilustración, a pesar de los años de las luces, a pesar de la era de la información – que no de la formación – la gente seguimos valorando a las personas por su posición en la sociedad, no por su posición ante la sociedad. No… no es lo mismo. No es igual el lugar que uno ocupa, que de lo que uno se ocupa. La gente sigue otorgando más valor a donde se está, que a lo que se es…
Y no estoy tratando hoy de moralina, si no de cultura ciudadana, simplemente. Ante cualquier situación habitual de nuestra humana existencia, donde a diario se nos presenta tener que relacionarnos con nuestros semejantes (¿semejantes en qué..?), lo primero que miramos del otro, y siempre condicionado a lo que esperamos de él, es qué es este prójimo – no quién es -, qué estatus tiene en el engranaje social, de qué me puede servir en consecuencia, y entonces, cómo he de obrar yo y en qué lugar colocarme para conseguirlo. Esta es la secuencia, normalmente. En un plano de igualdad, contestamos, pero eso solo es apariencia.
Pues, aunque sabemos que todo el mundo es digno de respeto, nos solemos posicionar según el nivel social con respecto a uno mismo, y entonces respetamos más el cargo que al ser humano, al personaje que a la persona. Luego, pierde ese cargo, y pierde parte de nuestro respeto porque ha perdido con el cargo parte de nuestro interés… No es igual servir, que servirse, o que ser servido. No, no es lo mismo. Lo estamos viendo todos los días. Un concejal, un alcalde, un consejero, un presidente de, un director de, un señor lo que sea, que bien puede ser un total inepto, o inepta, o aprovechado o aprovechada, se le trata con la máxima deferencia (nada que ver con la educación) que va más con el cargo que con su capacidad de gestión, o que su valía personal. O a una persona honesta y capaz, exenta de carguico alguno, a la que no se le reconoce en el trato su altura moral o mental. A las primeras se les honra, y a las segundas se les compadrea. O son alguien, o ya no son nadie…
El mundo de la política es el mejor escenario para verlo. Los personajes que se mueven en él disponen más de oportunidad que de capacidad, son más maniobreros que obreros. Y bastantes de ellos son trepas, chorizos y auténticos aprovechados, por no decir sinvergüenzas. O unos simples y vulgares inútiles en busca de plaza. Y sin embargo, la ciudadanía los trata y valora por su lugar en el escalofón, no por sus valores personales. Estamos poniendo la dignidad humana (la nuestra y la del otro) a la altura de la peana, no de la imagen que representa… O, a lo mejor, o a lo peor, es eso mismo: la representación. Que no es lo que presenta, si no lo que representa. Y yo bien puedo estar equivocado, pero me temo que tan solo alcanzamos a adorar a la imagen por la peana, pero nunca al santo que representa la imagen. Quizá porque el tal santo se reduce a una imagen, o quizá porque tampoco alcanzamos a más, ni el santo, ni nosotros…
Conozco grandes personas, magníficos ejemplares de seres humanos, que son ninguneados y maltratados por el solo hecho de que ya no ostentan cargo de poder alguno, ya no tienen influencias ante las que cuadrarse por lo que pueda sacarse… Como igual conozco el ejemplo contrario. De poco sirve lo que aún pueda ofrecerse si no lleva aparejado de lo que valerse. Otros, sin embargo, son honrados y reconocidos por lo que siempre fueron, no por dónde estuvieron, si bien que por un porcentaje sensiblemente menor de ciudadanos… Y aquí es donde yo quería venir a parar: ¿por qué hoy a aquella persona que fue un magnífico… digamos líder, muy pocos se paran a saludarlo con afecto y deferencia a pesar de lo mucho y bueno que hizo por tanta gente, y muy muchos hasta le niegan el saludo cuando ayer era al contrario?.. ¿y cuántos se arrastran ante ineptos y aprovechados que hoy se han subido al gallinero?..
En la contestación está la respuesta a éste, mi tema de hoy… Actualmente nos movemos en un mundo de apariencias, en una sociedad especular, y nos comportamos en relación a una escala de valores alterada, que no corresponde con los principios auténticos que un día se perdieron en el “asalto” a una evolución que se parece más, mucho más, a una involución.
Cuenta la leyenda que un día, el gran Alejandro Magno paseaba por el mercado de Atenas con sus generales, cuando se encontró con Diógenes, el filósofo, que estaba sentado frente al tonel en el que vivía, y parándose ante él, le dijo:
Pídeme lo que quieras…
Pues lo que quiero es que te apartes. Me estás quitando la sombra…
MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ
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