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Foto del escritorMiguel Galindo Sánchez

VALORES




(de Quora)


Me da la sensación de que estamos perdiendo el sentido de la proporción. Y me atrevo a decir que incluso el de la ética… Por otro lado me parece lógico, porque, miren ustedes: en el momento en que desproporcionamos las medidas, nos cargamos la estética; y como la estética es la madre de la ética; pues aquí lo tienen, blanco y en botella. Lo malo es que la ética afecta directamente a la justicia, que es, o debe de ser, el equilibrio de los casos y las cosas (por eso se simboliza con una balanza); de la buena convivencia; e incluso de la lógica, del razonamiento y hasta del sentido común.


Me voy a permitir poner dos o tres ejemplos sacados de la reciente cotidianidad, y que vienen a cuento de lo que quiero ilustrarles: leo en un periódico cercano el caso de un padre que, al tirarle su hijo de nueve años las gafas del abuelo al suelo, en una rabieta infantil, le propinó una cachetada en el culo, por la cual la Audiencia Provincial ha condenado al progenitor a no acercarse a su vástago a menos de trescientos metros del zagalico durante tres meses.


Otro, mucho más conocido, es el del escritor Fernando Sabater, que ha sido condenado socialmente a descrédito público, e incluso despedido como colaborador habitual de El País (periódico que yo creía liberal) por un artículo en el que critica lo que él cree como excesos del malentendido feminismo… Por un lado, decimos defender la libertad de opinión, y por otro la castigamos, aplicando además inquisitorialmente métodos desmedidos para lo que se estima “políticamente incorrecto”.


Entre medio de estos casos, leo un suelto en uno de esos dos mismos diarios, donde el recién estrenado Ministro de Economía, un tal Carlos Cuerpo, creo, nada más asumido el cargo, su primer acto ha sido nombrar a su mujer como Directora General de no sé qué cosa de su Departamento… Esto es, o así lo creo entender yo, un claro acto del más descarado nepotismo, y que ha pasado sin pena ni gloria, como la cosa más natural y normal del mundo.


Por supuesto, hay muchos, muchísimos más ejemplos, de estos carices tan distintos como distantes, y como opuestos… Me refiero a que castigamos desmedidamente actos más que superficiales y veniales, y, aún así, relativamente dudosos; y, por otro lado, dejamos escapar, sin un solo guiño, otros que, si no otra cosa, sí que son francamente amorales. Lo que demuestra, aparte la legalidad o ilegalidad en función a tales leyes, que la legislación no siempre se ajusta a un código ético… Yo siempre he dicho que la gente suele confundir Ley y Justicia. Pero son dos algos distintos. La Primera sirve a la segunda, pero no siempre la segunda tiene un sentido justo. Piensen – por mal ejemplo – que el genocidio nazi fue legal según las leyes alemanas de entonces. Aunque éstas fueran inhumanas en tal sentido.


Al final, todos estos matices, emanan y desembocan a la vez, de y en una misma tabla de valores, cuya escala la veríamos según los tiempos que nos toca vivir; y de esa escala de valores elaboramos unos principios que son los que usamos en nuestro día a día enmarcados en normas, reglas y leyes… Luego, a ese pack no tenemos empacho en llamarlo “moral”, y nos quedamos tan panchos. Nos decimos a nosotros mismos que todo lo que es legal es moral, pero nos engañamos.


Moral viene de la raíz latina “mor, mores”, y no significa otra cosa que “costumbre”… Entonces nosotros, como gente pensada, que no pensante, de las costumbres hacemos tradiciones, y a éstas les concedemos el valor de principio moral. Tremendo error, puesto que existen tradiciones abominables, y ningún valor, ninguno, es inamovible. Todos evolucionamos, o estamos obligados a evolucionar, para mejorar a la humanidad, no para su involución. Todos hemos de estar al servicio de las utopías, no de las distopías.


Sin embargo, al menos aparentemente, se adivina una crisis en el sistema (crisis de valores, la llamamos)… Están como trastocados, y, claro, lo que producimos son esas también aparentes inmoralidades en nuestras leyes, reglas y normas, que `producen esos disparates de los que al principio he hecho ejemplo: le damos importancia a lo que no tiene ninguna, y no se la damos a lo que debería tenerla; castigamos y absolvemos sin fuste ni principio alguno; y hemos perdido el sentido del justo equilibrio. Y lo que es peor, lo que hacemos mal, encima, lo utilizamos como excusa.


Está meridianamente claro – yo así lo veo – que vivimos tiempos líquidos (como bien analiza Baümann en su obra); tiempos de cambio profundo, tanto en pensamiento como en estructuras; que nos viene un cambio de paradigma en todas sus extensiones; un cambio de era evolutiva (algunos la llamarán astrológica, aunque sí que es astronómica), incluso impulsada por nuestros propios actos y acciones erradas; y que antes de salir a la nueva luz habremos de afrontar la imponderable oscuridad… Los cambios de ciclo llevan un tiempo de depuración, y eso es inevitable; como inevitable resulta las consecuencias de la Ley universal de Causa y Efecto.


En esta tesitura, tan solo existen un par de posturas: Oponerse al cambio, o colaborar con el cambio. Optar libremente por la involución o por la evolución, eligiendo de qué lado de la revolución se pone uno… Sobrevivirán los que sepan escoger y su edad se lo permita, naturalmente… Yo, por la mía seré tan solo que un testigo del final, que no del principio, y crean que lo siento de veras, pero así son las cosas. En una década veremos tambalearse ideas e instituciones que creemos sólidas; sentiremos caducar principios que pensábamos increíblemente eternos; y asistiremos a cambios estructurales de enorme profundidad para lo que ha de seguir después…


Ojo, ni esto es el Apocalipsis ni yo soy San Juan. Los que empiecen a abrir su mente lo vislumbrarán, y los que la mantengan cerrada me lo achacarán en su ceguera, por ser “un agente de la disolución”, como últimamente me han sobretiquetado… Vale, con eso ya cuento: ¿qué más..?


MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ / info@escriburgo.com / www.escriburgo.com

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