Bueno, pues Bezós, el dueño de Amazon y de la M.G.M., y de unas cuantas grandes cosas más, ha inaugurado la era del turismo espacial. Él y unos cuantos elegidos, a golpe de billetera sandunguera, claro, se han dado un garbeo espacial. Un cohete los ha llevado fuera de la atmósfera, ha jugado con la falta de gravedad, se han asomado al exterior por ventanillas que aseguran el confort interior y que te dan la dimensión de postal (tampoco se valora más) y han regresado a casa con el pulgar hacia arriba, sin otro subliminar mensaje que lo he hecho porque lo puedo pagar. Y esa ha sido la foto y conclusión de la “hazaña” espacial, por otro lado nada especial…
Todo es cuestión de pasta. Eso allana los caminos del tener y del poder. En cuanto existen los medios, la técnica, la posibilidad, tan solo hay que comprarlas y ponerlas a nuestro servicio. Así de simple… Creo que hay cola de millonarios para hacer lo mismo. Es un owerbooking de podridos de dinero provocado por el epatamiento: esto es caro, pues yo me apunto para demostrar que me lo puedo permitir. Me voy a hacer un viaje espacial, ya no me basta con gastarme la calderilla una semana en el palacete romanonesco de la Nati y el Rafa con isla incluida… Es la sensación de poder más, nada más… Aunque a esos (ricos, pero ignorantes) les bajara Borges sus incultos humos con su genial frase: “…Bueno, todo viaje es espacial, ¿no?..”
De momento, queda claro que el turismo galáctico solo quedará exclusivizado para ciertos bolsillos. Los que lo han hecho posible tan solo han utilizado la normativa comercial básica: “amosaver”, esto es una novedad cara, ¿no?.. Vale, ¿cuáles son los costos?, sumémosle la ganancia, y dividámoslo entre las pocas fortunas que deseen verse afortunados por esta exclusividad. A tanto cada uno, y que amoquinen… Luego, más tarde, abriremos al gentío, imitador de poderosos imitadores, gradualmente, conforme a su estatus y poder económico, hasta terminar por abrirlo al ganado borreguil y cerril de toda la clase media planetaria… Donde unos pocos cubrieron un mucho, unos muchos llenarán los bolsillos de unos pocos. Es la filosofía del dinero, de la que la dotó Maurice Báring: “Para saber lo que Dios piensa del dinero no hay más que fijarse a quiénes se lo dá”…
Yo estoy seguro que este alto turismo, altísimo en altitud y stánding, en un futuro no muy lejano acabará siendo de agencia de viajes: una semana montado en un supositorio y un par de días en la luna por tres mil euros… como el que va a la Perdiguera en pantasana por cuatro chavos. Estoy convencido de ello, y, miren, yo no iré, porque ya no estaré por estos lares; o porque no estaré en condiciones; o porque, de verdad, no me llama la atención en absoluto “insersarme” en el nuevo turismo. Así que no estoy triste por mí, si no por la luna o por los planetas que toque, porque quedarán hechos un asco por el turismo masivo…
Pero sí que me alegraré – aunque yo no lo vea – por nuestra Tierra… Como somos los que somos, si estamos amogollonados allí, no lo estaremos aquí, por lo que nuestro planeta saldrá enormemente beneficiado por lo que le toca en el reparto. A la plaza de San Marcos se le verán las losas; las islas y países del Caribe emergerán de entre los atolones de basura; en el Himalaya se terminarán las colas para mear en el Everest; La Manga se quedará preciosa y vacía, porque el “todo Madridzzz” se habrá ido a engorrinar las Perséidas; o Dan Brown escribirá otro Código que se desarrollará en Marte, y la Gioconda lucirá su plácida belleza en su casa del Louvre sin que la jodan… porque el turismo de masas se habrá vuelto astrofísico y estará muy ocupado en jorobar nuestro más cercano universo… por cierto que ya encochinado por la chatarra espacial adelantada y acumulada como aperitivo de lo que viene.
Los antiguos romanos, gente conquistadora pero civilizada a pesar de todo, gustaban de los campos fértiles y tranquilos, de cuidados jardines y villas pulcras y serenas, de paisajes placenteros… eran sus locus amoenues (lugar ameno) donde estar, gozar y apartarse… Tras dos mil años más de civilización a las costillas, hemos convertido todos nuestros lugares con algún atractivo – sea éste natural o artificial – en colmenas de abejorros humanos que acuden compulsivamente y por emulación imitativa a los mismos sitios y al mismo tiempo, hasta dejarlos en una cáscara contrahecha de lo que un día fueron… Pero hemos construido entre todos una fructífera industria de ello: el turismo, ese gran invento, como aquella vieja y localista película de Martínez Soria. Enormes intereses giran alrededor de una máquina para aniquilar ambientes, y de lo que ya no podemos prescindir…
“Me espanta el silencio de los espacios infinitos”, dejó escrito Pascal. Sin embargo, a mí me encanta… Mas no se preocupe el sabio, que hordas se están preparando que convertirán el silencio en escándalo, el espacio en apretura, la soledad en multitud, y lo infinito en un inmenso sofrito… Todo a su tiempo.
MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ
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