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Foto del escritorMiguel Galindo Sánchez

TRAS EL BIG BANG


(de ABC)


Cuando Dios, o el principio creador, se propuso crear el universo, o los universos (digamos creator e creatura, para no fallar), se tomó su ratico de tiempo: unos 13.800 millones de años. Para que luego digan que el tiempo no da de sí… Al Gran Demiurgo (así lo llamaban los antiguos gnósticos), ni le faltó ni le sobró tiempo, pues para él, para el absoluto, el tiempo no existe, si bien lo incluyó en el lote para que nosotros nos diéramos cuenta de, al menos, un par de cosicas, cuando pudiéramos medirlo. Una: que el tiempo fue hecho para atarnos a los humanos a un contínuum temporal, o sea, lineal, y otra: para que comparemos la insignificancia de nuestra existencia al lado del eterno tic-tac de la suya. Si es cierto que lo que nosotros entendemos por eternidad apenas es un leve chasquido de los dedos del Hacedor, pueden hacerse una ligera idea de la diferencia de ambos cronómetros.


El Premio Nóbel de Física, Weimbery, para que pudiéramos entender estas inmensidades, tuvo la genialidad de comprimir esos casi catorce mil millones de años en unos escasos minutos, quedándole la cosa poco más o menos de aquesta forma y manera:


Apenas en la primera milmillonésima de segundo del Big Bang, el universo estaba tan puñeteramente caliente, que apenas unos pocos quarks revoloteaban en su primeriza inmensidad… Ya al cabo de una millonésima más de segundo, la inmensa temperatura bajó a unos diez billones de grados, lo que permitió a esos quarks juntarse y formar neutrones y protones… Siguió en descenso, y en diez de esos comparativos segundos después, el termómetro bajó a unos mil millones de grados, lo que propició que nacieran los primeros núcleos atómicos. La energía estaba comenzando a prepararse para formar la materia…


Steven Weimbery, e investigadores posteriores, calcularon que, dentro de esa traducción de miles de millones de años a minutos, en los tres primeros de la ya estable materia, su atmósfera se constituía en un 75% de hidrógeno, un 25% de hélio, algo de litio por ahí, y un poquillo de berilio. La perfecta combinación para que surgiera la existencia de lo que nosotros entendemos por “vida”, claro… Después hubo un lapso de 380.000 años más de enfriamiento paulatino, en que esos protones y electrones comenzaron a formar átomos, convirtiendo ese plasma en gas y “haciéndose la luz” en todo lo creado. Este lapso previo de “densas tinieblas”, es como esa “oscuridad oscura” que precede al amanecer de cada día. Tómenlo, si quieren, como una licencia poética, que también sirve. Es como el dicho de nuestros antiguos sefardíes: “kuando mucho oskuresse es porque amanesse”.


Fue tras ese páramo oscuro, tras ese túnel, cuando todas las estrellas refulgieron, nacidas de una, momentos antes, aparente nada; y cuando se concentraron en cúmulos, y luego galaxias… y aparecieron todas las sustancias de las que está investida la vida en los reinos mineral, vegetal y animal. Y, ya en última instancia, en el último segundo, la especie humana (no olviden que antes de humano fue animal) fue nacido a la luz, y vio la luz. Tengo otros artículos escritos y esturreados por ahí, sobre su aparición sobre la tierra de la Tierra, según la clave bíblica, pero no es el caso en este momento.


Lo que aquí intento tratar hoy, es cómo explica la ciencia de modo comprensible ese bíblico “hágase la luz, y la luz fue hecha”; su paso a paso tras el conocido y ya famoso Big Bang de Hawkings, que viene a ser lo mismo, mal o bien que nos pese a unos o a otros… Y, por supuesto, y ya de paso, lo aleatorio que es el concepto “tiempo” para las… digamos personas humanas, ya que ningún otro ser viviente lo captan del mismo modo ni con igual medida. Y eso es así porque solo existe como experiencia, pero no en esencia. Es una herramienta tan elástica y sutil que puede desaparecer igual que apareció, en y de su propia nada.


Y eso lo hará cuando llegue el momento preciso de que sea necesario… Cuando ya no haga falta el agente humano para construir, o deconstruir, o destruir, nuestra realidad cotidiana. Formamos parte intrínseca y activa del movimiento entrópico universal, y esto ya no sé qué parte forma de la decisión divina, y qué parte de ese “libre albedrío” del que fue dotado por esa misma decisión divina… Yo creo – permítanme y perdónenme – que hay una muy buena y cumplida parte de lo segundo, porque, si no fuera así, estaríamos libres de toda responsabilidad, y nos iríamos de rositas tan frescos después de haberla hecho, o deshecho. No es cuestión de cargar a Dios con las consecuencias de nuestros propios actos, ¿no creen?..


…Pero tampoco al demonio, no se me salgan ustedes por la tangente. Piensen y repiensen que todo este esfuerzo organizativo del universo de miles de millones de años de almanaque, para crear y unir los elementos que conforman el núcleo de los átomos y el mismo átomo, ahora, con la fusión nuclear, por ejemplo, podemos deshacer lo hecho y mandarlo todo de vuelta a casa, sea lo que sea esa casa, o este carajo de casa.


Las religiones nos largan que nosotros somos responsabilidad de Dios, y el diablo responsabilidad nuestra. Que allá lo que hagamos con el cornícola. Pero eso es una verdad a medias, o sea, una mentira completa. El por otro lado llamado “tentador”, no es otra cosa que el apodo que le damos a lo del Libre Albedrío ese del que hablábamos antes. Una figura retórica, Satanás, a la que cargar la responsabilidad de nuestros actos.

Ya saben aquello: de nuestras buenas obras, a Dios, y de las malas, al diablo. Las primeras, con agradecimiento por sus buenas influencias, y las segundas, al castigo por sus malas ídems… Algo falla en esta enseñanza, y más cuando Papas hay que han tenido el santo cuajo de hermanar a la ciencia con el papel del demonio en este folletín sainetesco.

Aquí no hay más Satanás que nosotros mismos buscando la salida de nuestro propio infierno. Y no hay más consecuencias que las de nuestros propios actos; ni más efectos, buenos y malos, positivos y negativos, que los derivados de nuestras propias causas; ni más responsables que nosotros mismos… Otra cosa, es otra cosa.


Miguel Galindo Sánchez / www.escriburgo.com / miguel@galindofi.com

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