Antes se decía aquella ya anticuada frase de “Año nuevo, vida nueva”, con que se maqueaban las nocheviejas a toque de cotillón. Y quedaba bien. Se estrenaba año, no vida, pero nos engañábamos a nosotros mismos tan a gusto… Era como un propósito de cambiar a mejor, donde casi todo era posible, desde dejar de fumar hasta tocarnos la lotería pasando por adelgazar. Nada más lejos de una realidad a la que, en realidad (valga la redundancia) nos hacemos adictos.
Este año, sin embargo, movidos por las circunstancias adversas, la frase más repetida, obligada por la pandemia, claro, es la de “ya nada será lo de antes”… ¡Nos ha joío!.. claro que no. Pero es que, con Cóvid o sin Cóvid, nunca jamás nada es como antes. Todo cambia, a mejor o a peor, pero la existencia humana es un continuo discurrir donde nada es como fue… También es una gilipollez lo de la “nueva realidad”, porque todas las realidades son nuevas, ya digo, para bien o para mal, pues aquí hemos nacido para que nada sea como ayer, y para cambiar constantemente a realidades nuevas. Lo cierto es que, sublimado, sería la afirmación de A. Reyes: “El hombre existe para que pueda existir lo que aún no existe”.
La tarea humana es cambiarlo todo, transformarlo todo, moverlo y removerlo todo. En teoría debería ser a mejor, naturalmente, pero eso no es algo aún conseguido. Solo tenemos que ver la cantidad de civilizaciones que llevamos consumidas en el empeño. La tira, pues la Historia se queda corta en contarlas… Empezamos cojonudamente bien, pero, conforme vamos desarrollando la cosa, en cuanto entramos en el terrero de mirarnos el ombligo, la jodemos, y nos viene la decadencia para poner fin y comenzar un nuevo intento… Y no hay que ser unos lumbreras para adivinar que asistimos al derrumbe de la nuestra, y que estamos a punto de ponernos a nosotros mismos, como decimos en estas tierras, “con el culo pá Ricote”…
Dicen los autojustificadores que lo que llamamos contaminación no es más que un efecto de la civilización… Yo no lo creo así, por el simple hecho que contaminar es destruir, y la civilización no puede estar basada en la destrucción. Más bien es todo lo contrario, está basada en construir, no en destruir. Durante el confinamiento primero disminuyó el nivel de contaminación atmosférica, mientras los bichos terrestres extendieron sus correrías por lo que fue territorio de sus ancestros. O sea, el ser humano cesó en su acción “civilizatoria”, esto es, depredadora, y el medio ambiente se purificó, reaccionando en consecuencia los seres naturales.
¿Quiere esto decir que lo civilizado es ir contra la naturaleza?.. Evidentemente, no. La civilización consiste en avanzar, cuidando del medio natural que, a la vez, nos cuida a nosotros, ya que, si lo machacamos, nos machacamos a nosotros mismos. Lo inteligente es proteger aquello que nos protege, y no destruir nuestro techo, casa, medios y comida, o sea, nuestro hábitat, y usar nuestra ciencia y nuestra técnica en el mutuo servicio (naturaleza y ser humano).
Pero el hombre, de momento al menos, parece que seguirá igual. Siendo capaz de lo más horrible y de lo más sublime. De matar y de salvar. De lo más heroico a lo más irresponsable. De los mejores principios y de las peores tendencias… Haciendo cada año nuevo una vida nueva, construyendo nuevas realidades y soltando sesudas obviedades como lo de que ya nada volverá a ser como antes… Así que nos lamentamos, pero seguimos cavando el mismo hoyo que nos va a enterrar, al mismo tiempo que vencemos al tiempo y sacamos vacunas casi rozando el milagro.
Somos de pócimas, más que de cambios de hábitos. Y cambiamos las cosas sin cambiarnos a nosotros mismos, porque, si fuésemos capaces de empezar por abrir los ojos y rectificar, puede que nos aguardara una realidad de esperanza, y no de castigo. Y eso… eso sí que sería realmente algo nuevo.
MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ / El Mirador / www.escriburgo.com / viernes 10,30 h. http://www.radiotorrepacheco.es/radioonline.php https://miguel2448.wixsite.com/escriburgo
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