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Foto del escritorMiguel Galindo Sánchez

¡ TOMA COMERCIO !



(de La Vanguadia)


Me dicen algunos unos que deje ya de reiterarme en la desaparición del comercio tradicional, el urbano, el de calle y vecinos… Y hay quién me aconseja incluso que olvide y entierre el tema en bien de mi salud emocional, que si es que no me doy cuenta que a nadie importa un carajo que se vaya al ídem el tal comercio, y que es una rémora anímica que debo dejar que el viento se la lleve junto a las hojas secas del otoño (esto me susurra una seguidora de indudables metáforas poéticas)… Hasta un mismísimo y reverendísimo excomerciante de barrio de toda la vida, me suelta que “atarse a un cadáver es insano, tóxico y enfermizo. Déjalo ir…”


Y puede que todos lleven razón. O puede que no. O puede que ambas cosas a la vez, aunque parezca una solemne idiotez… A mí, personalmente claro, me es difícil olvidar, porque son tres generaciones de comerciantes y aún tengo a un hijo enganchado a ello, y me dá repelús de ver lo que fué el comercio de un pueblo, o ciudad, para ese pueblo y esa ciudad; lo que bien pudo ser de haber hecho sus deberes todos; lo que se ha resignado a ser, y el lastimoso futuro que le espera, dado el camino que, afanosamente, han labrado entre ellos, sus propios clientes y su propia administración que debiera haberlo protegido protegiéndose a sí misma…Y ya no solo por eso, que debería ser suficiente motivo quizá, si no porque también yo luché, y me dejé la piel, el alma y `parte del espíritu, arriesgando y arriesgándome en algo que era perfectamente posible, y que administradores y administrados se empeñaron en dar una patada y arrojarlo al cajón de las utopías vanas y vacías.


Así que me van a perdonar ustedes, que me soportan y que me leen, que le tenga querencia al tema, y lo recuerde cada vez que me lo recuerdan, y lo resucite cuando los medios me lo resucitan, pero no puedo olvidar que me parieron debajo de un mostrador, de lo que fui y de dónde puñetas vengo, así, en un chasquear los dedos… No obstante a ello, sí, les prometo que, poco a poco, lentamente, intentaré ir soltando el lastre de recurrencia en estos mis escritos con que les entretengo, o les amargo, la existencia. Será el último, o quizá el penúltimo, no lo sé… Al fin y al cabo, supone algo que ha tenido la… ¿virtud? de acumular en mí una rabia sostenida y enroscada a las tripas, como una tenia, y que he de ir escupiendo de mis entrañas como un veneno letal, hasta olvidarme de lo que pudo – mejor, debió – ser, y no fue; de la desidia y el abandono… e incluso de la traición, de los que cambiaron abrazos por zancadillas. Así que me sacudiré esa ponzoña de encima, y me esforzaré en seguir el consejo evangélico de aquel divino nazareno: “dejad que los muertos entierren a sus muertos”.


…Pero díganme si no causa horror el ver a diario la constatación del esfuerzo colectivo de la gente en asesinar a su propio comercio de toda la vida y de todos sus ancestros; al que ha dado trabajo a sus vecinos; les ha prestado y fiado cuando no han tenido; el que ha estado al lado en tiempos difíciles; el que ha sido amigo de sus clientes; el que ha colaborado como pocos al mantenimiento de la economía social; al que ha mantenido dignos los espacios urbanos que ha ocupado… Y, lo que aún resulta más incomprensible, lo traiciona y abandona por un tipo de comercio, ajeno, foráneo, impersonal, lejano y distante, que no paga impuestos ni aporta absolutamente nada, cero, al sostenimiento de las economías locales… Hasta el más conspícuo de los aficionados al telesistema de compras tendrá que reconocer la puñalada trapera que supone ese nuevo tipo de comercio para su propio entorno.


Pero más terror causa aún saber que la propia administración local, el Ayuntamiento, organismos, etc., que aún chupan y maman de sus cada vez más agónicos impuestos, son los primeros en, con su traicionero y alevoso sistema de Licitaciones, dar un tiro en la nuca a los pequeños y/o medianos negocios de su propia localidad. Es el tiro de gracia, o de desgracia, el que le pegan: compran fuera con el dinero que recaudan dentro, incluso a multinacionales, que nada aportan al erario municipal; enriquecen empresas ajenas y lejanas, empobreciendo las propias de donde cobran su propia nómina… Y, encima, tienen la enorme desfachatez y descarada hipocresía de colgar de cuatro farolas del centro unos carteles que se burlan: “compre usted en el comercio de su pueblo”, mientras hacen sangre de ese mismo comercio. Nunca, jamás, se ha dado tan doblez moral de comportamiento.


En mi pueblo (ignoro en otros) ese comercio urbano y tradicional, que ha mantenido empleos y calle toda la vida, se vá cediendo a la etnia árabe, hindú, etc… y se va dando marcha atrás en décadas, siglos a veces, en su concepto. A sus clientes les vale, y a nosotros nos sirve el alquiler que nos pagan. Y a ellos, también. Y a todos. Es un “volver a empezar” retrocediendo; un establecimiento ajeno sobre los restos del naufragio de todos nosotros. Nos vale con la vergüenza de unos y la desvergüenza de otros.

Es un sacrificio a los tiempos y a los incompetentes. “Compra en tu comercio local”, siguen colgando como epitafio. No solo no dan ejemplo con lo que proclaman, si no que se suman a la mala práctica de lo que ya casi todos los – malos - ciudadanos hacen. Ellos son los peones en esta liquidación por derribo, los sacrificadores en esta matanza… “Los buenos gobiernos son los que crean las condiciones para que todos tengan trabajo y de qué mantener a otros y mantenerse ellos”. (José Múgica).


Miguel Galindo Sánchez / www.escriburgo.com / miguel@galindofi.com

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