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Foto del escritorMiguel Galindo Sánchez

TENER NO ES SABER




Me encanta la historia de aquel condenado a muerte que esperaba el aviso del momento final en su celda leyendo un libro, y que, cuando llegó el guardia anunciándoselo, dobló la hoja por donde iba, antes de seguirlo al cadalso. A la pregunta del funcionario, dicen que contestó: “ya lo terminaré luego.”.. Es todo un homenaje poético a la fé en el conocimiento; a la esperanza de una continuidad; a una finalidad que no tiene fin. Puede, incluso, que desvele el auténtico misterio de la muerte, desterrando el fatalismo o el fanatismo con que envolvemos la propia vida. Y, sobre todo, rechazando de plano todos los afanes por los que en realidad vivimos y nos esforzamos.

También Sócrates, mientras le preparaban la copa de cicuta que iba a terminar con su existencia, se esforzaba tocando la flauta donde aprendía una complicada pieza musical. Cuando el verdugo le preguntó: “¿para qué quieres aprenderla, si en unos minutos morirás?”, el filósofo se limitó a responder: “para saberla”… dando a entender que aprender para saber es el fin, primero y último, del ser humano. De todo ser humano, hombre y mujer. Lo demás es un acompañamiento circunstancial que desaparece por el aliviadero de la pila. No es nada. Tan solo el saber, el conocimiento, es el verdadero y genuino patrimonio del alma.

A veces… si no todas las veces, lo que nos parece más importante resulta ser lo más intrascendente, y lo que ladeamos como accesorio es lo que encierra un auténtico valor. Sócrates así lo afirmó demostrándolo hasta el final: lo importante no es TENER, lo importante es SER, y para “ser” hay que “saber”, pues solo sabiendo se acaba siendo. Otro filósofo, pensador y contemporáneo nuestro ha dejado dicho y escrito: “muy pocos se dan cuenta que el disfrute de la vida depende mucho más de los conocimientos que, aparentemente, no tienen ninguna utilidad ni sentido práctico, que de la habilidad para engrosar la cuenta corriente”. Una manera hermosamente radical de romper el mundo que hemos construido, y que ahora amenaza, precisamente, con destruirnos a nosotros… Y es también una acusación tácita y expresa a los sistemas educativos que se esfuerzan por eliminar la filosofía, el conocimiento clásico, la ética de los valores y los valores de la estética, a cambio de una educación enfocada estrictamente a la función más deshumanizada de la competencia sin decencia, a la ambición de lo cuantificable, a tener más que a saber…

Aquí, en este punto y momento, es dónde y cuándo muchos, y muchas, claro, podrán sacarme los ojos y ponerlos a secar al sol, diciéndome que a ver qué he hecho y cómo he obrado yo en toda mi puñetera vida, para ahora venir `predicando este evangelio… Naturalmente, llevan razón. Pero es que un servidor no se está poniendo como ejemplo, si no todo lo contrario. Estoy poniendo en duda un modelo que yo mismo he practicado por equivocado, y del que me doy cuenta que vamos errados… y hasta herrados. Todos, cada cuál en su medida, por supuesto. Cuando hemos montado un circo entre esos todos, en que hemos convertido el sobrevivir en sobretener, mientras otros muchos practican el apenasvivir, y otros pocos se enriquecen por ello y gracias a ello, al final del espectáculo nos daremos cuenta que el numerito no se mantiene, y que todo caerá por su peso… Pero que, a pesar de ello, se mantienen (mantenemos) los mismos clisés, sin darnos cuenta que son como la sirena del Titánic.

Un ejemplo: la declaración del afamado chef Dabiz Muñoz, sí, con zeta en los dos, en una entrevista, de que: “el menú de 365 euros de su restaurante no es un lujo para ricos”, queriendo popularizar lo que no es popular. Sin darse cuenta, pues no es eso lo que perseguía, dijo una verdad como una catedral, ya que para los ricos ese menú es barato… pero, claro, para los pobres ese menú es carísimo. Por lo que no puede ser un menú para ricos y pobres, que es lo que deseaba dar a entender. Eso es una falacia… En nuestra sociedad todos queremos ser ricos, y para eso tiene que haber pobres, ya que la riqueza se fundamente sobre la pobreza, y no sobre la igualdad. Y eso se debe a tener antes que saber. Y eso, en este planeta, no debería funcionar así, sino más bien al contrario. Aquí, imitamos al rico, al que tiene, ¿cómo?.. pues teniendo; y se desprecia al sabio, al que sabe, ¿cómo?, pues no sabiendo… ni queriendo saber tampoco.

Pero, al final del ciclo, como a Sócrates, o como al presidiario aquél, les sobrará la manta con la que se tapaban su cuerpo, y les faltará el último conocimiento con que visten su alma… Y ese saber, tan sumamente antiguo y arcaico, es el que aún no hemos aprendido. Aunque viniera de nuevo aquel nazareno a recordárnoslo. Nada, cero patatero. La propia y correspondiente Iglesia lo ha escamoteado con su ejemplo dado de acumulación de riqueza, prestigio, poder e influencia. Ni las otras creencias tampoco han sabido transmitirlo. Si acaso, el budismo (que es filosofía más que religión) la ha conservado como esencia de su prédica en toda su pureza y pobreza. Y, por eso mismo, desconfiamos de él.

Pensaréis que he reabrazado la cultura hippy… No seamos tontos. Ni llego a tanto, ni a tan poco. Aquello tuvo mucho de moda y muy poco de modo. Muchos eran unos aprovechados del momento, que iban a pescar y a ver quién les pagaba caña y anzuelo; y casi todos sin tener en el haber nada de saber. Y se trataba de compartir un saber que no había porque no se tenía. Compartir el uso del conocimiento para repartir el fruto del trabajo… No de que trabajen muchos para monopolizar sus frutos unos pocos y luego revendérselos a esos otros muchos a precio de oro. Tampoco es guardarse o secuestrar ese conocimiento. Ni siquiera para ser el profeta de la trompeta. No es eso. El problema se hace presente cuando la persona se convierte en gente, y se aborrega; y pide a gritos ser esquilado y esquilmado por los pastores y los impostores; y prefiere morir teniendo que sabiendo, que, a fin de cuentas, es la única dignidad del hombre… “Yo soy el que soy”, dijo aquella entidad del monte Nebo a Moisés, en su curso acelerado de leader, pero le faltó acabar la frase: “… pero porque sé lo que sé”.

Miguel Galindo Sánchez / www.escriburgo.com / miguel@galindofi.com

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