Jamás, desde que existe la Agencia de Protección de Datos, nuestros datos han estado menos protegidos. Nunca nuestros datos personales han estado tan expuestos ni tan a la mano de predadores, estafadores y, por ejemplo, pelmas mercachifles… Y es por algo muy sencillo y elemental: porque alguien que los tiene (banca, organismos, oficiales o no oficiales, o pseudoficiales; o cualquier otra entidad desaprensiva) los vende. Yo, personalmente, claro, y sin ánimo de molestar, creo que son los bancos, pero, en fin, es solo una suposición por el carácter mercantilista y/o judeopracticante de los mismos (la banca la ideó un tal Rotschil, prestamista-usurero, allá por cuando la independencia americana de Inglaterra)…
Cuando los teléfonos se han convertido en una tortura de llamadas que quieren venderte, convencerte, o estafarte, algo, y te preguntas cómo leches tienen tu número, y tu nombre, y saben hasta de qué pata cojeas, si es que cojeas de alguna, que seguro que sí, nada ni nadie contesta a tu pregunta. Misterio. Lo saben, y lo callan… Y te hacen la vida imposible para que te cambies de compañía de telefonía, o de luz, o del gas, o del coñazo en polvo; o para afiliarte a una Ong, que, aunque jures y perjures que llevas adelante cuántas puedes y eres un puñeta de jubileta, se empeñan en sembrarte la conciencia en su afán pedigüeño; o simplemente es una de las cientos de estafas de las que, descuelgas, y nadie te contesta al otro lado, pero ya han “contabilizado” tu descuelgue… No, eso de la protección de datos es una pamema.
Si existe un interlocutor al otro lado de la línea, muchas veces es un pobre subcontratado (casi siempre de las américas, por la cosa del idioma) perteneciente a otra compañía también subcontratada, que intenta venderte la burra tuneada como sea, y que han sido entrenados para aburrir a las ovejas… Yo intento escucharles su introducción por puñetera educación, pero, cuando su insistencia supera a mi conciencia, les cuelgo sin más. Me queda cierto reconquín, pero es cuestión de supervivencia. Otras veces, llegado el momento de saturación, les contesto que yo no soy yo, si no el loquero del titular, que está loco perdido en el psiquiátrico. Enmudecen. Supongo que les rompo el protocolo de manual, y se quedan como los robots a los que les ha saltado el programa… bip, bip, bip…
Ya… ya sé que siempre puedes vetar ese número telefónico para que no te den más por el cuajo… Pero es inútil. Estos buitres están programados para cada equis llamadas fallidas cambiar automáticamente su número, y burlar así la inocente precaución del que te vende el móvil alardeando de esa falsa previsión… Pero, la verdad es que está usted absolutamente inerme ante el abuso. Nadie lo protege. La solución más efectiva y radical es la de no descolgar ante ningún número no registrado que aparezca en pantalla, pero se arriesga a no responder a alguien que llama con buenas intenciones; o para darle un recado que le interesa a usted; o de una notaría para comunicarle que ha heredado de un tío que tenía usted en la Polinesia…
Son hasta las empresas conocidas y aparentemente serias, que les llaman con enorme amabilidad cuando quieren captarle de cliente, y en el momento de usted darse de baja, le mandan a un número de superpago, donde, tras hacerte correr unos minutos en espera y hacerte un tercer grado para lograrlo, te cargan luego en factura el costo de un hígado por la llamadita… Son estafas permitidas, legalizadas, y casi que estandarizadas, que te hacen pagar cara, muy cara, la osadía de darte de baja de un servicio con el truco de hacerte pasar por la guillotina… Ojo, pues, con los numéricos de “Atención al Cliente”, que más bien son de enmasculación del cliente…
El caso es que estamos todos indefensos, por mucho que digan y repitan, y reiteren, lo de las leyes acerca del derecho (¿?) a la privacidad; o de la protección de sus datos; o la de las abusivas prácticas comerciales, o lo que sea. Es absolutamente falso… O no existen, o si existen no se cumplen. Jamás hubo tanta parafernalia y tan poca eficacia. Y tan poca vergüenza también… ¡Ah!, y no llame a ningún sitio donde le atienda una máquina parlante, que le venderá un billete a ninguna parte…
MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ www.escriburgo.com miguel@galindofi.com
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