En Europa han reconocido – y eso les honra – que actuaron tarde y mal en cuanto a lo del coronavirus. Que cuando en febrero se reunieron en Suecia los treinta miembros del Consejo Europeo del Control de Epidemias (entre los que se encontraba, por cierto, nuestro Fernando Simón) creyeron que el continente no era proclive a una escalada, y que los sistemas sanitarios estaban lo suficientemente preparados para aguantar un leve contagio, que era lo que se preveía (E.P.19-5). Y se equivocaron de todas, todas. Sin embargo, de humanos es errar, y de humanos honrados es reconocerlo, y, por lo tanto, obrar en consecuencia y aprender para otra…
Le he leído al cronista que recoge la noticia, que otra cosa ya es el confinamiento y desconfinamiento. Que aquí ya cada país actúa según sus criterios, y que se observa una enorme diferencia entre los países del norte y los del sur de esa misma Europa. Él alude, curiosamente y literalmente, a luteranos y católicos, por cultura imagino... Y dice que los luteranos confían en la gente y los católicos confinan a la gente. Y no será verdad, o acaso sí, pero es para pensarlo.
En los países protestantes recomiendan las restricciones, aquí las ordenan. Los primeros, dejan un margen de libertad a los ciudadanos, porque confían en la autoregulación social sin imposición de una regulación estricta, y creen que guardarán las normas por simple cultura y educación. Por lo contrario, aquí, en España al menos, país mayoritariamente católico, el gobierno cree poco en la autogestión social, así que ejerce el tutelaje y control masivo, incluido el de sus propias autonomías. Aquí, por ejemplo, se han dictado más de 200 normas excepcionales, que desbordan a juristas y empresarios por otra parte, mientras nuestros vecinos del ático apenas un par de docenas. Allí arriba se han consultado a todos y cada uno de los agentes sociales, mientras que aquí, apenas a nadie, y a ninguno de los directamente afectados… Y, por su imprecisión, requieren continuas rectificaciones sobre la marcha, que causan inseguridad jurídica, alimenta nuestro ya crónico enconamiento político, y aumente la desconfianza en las instituciones. No hablemos del abonamiento de problemas con los partidos de la oposición…
La creencia de este cronista cercano a los colegas norteños, Víctor Lapuente, se basa, no en que allí la ciudadanía sea más de fiar, si no en que los políticos se fían más de su ciudadanía. Dice que aquí nos gusta autoflagelarnos y dar la razón a nuestros dirigentes, con aquel manido tópico que “a nosotros nos dan suelta y liamos la de Dios es Cristo”, y todo eso… pero que no es verdad, que eso no es cierto en modo alguno, y que, si nos concienciamos, podemos a ser tan cívicos como ellos lo son. Pero que nos creemos lo que nuestros políticos nos han hecho creer.
Me gusta oír eso, pero me cuesta trabajo creérmelo. Al menos, no del todo. Le doy – faltaría más – mi voto de confianza (él mira desde un balcón del que yo carezco), pero tengo mis muchas dudas y mantengo mis muchas reservas. De verdad que ojalá y así fuera.
Él mismo hace referencia a la diferencia. Diferencia de culturas por religión, da la casualidad. Y la cultura la forma y la conforma la Historia, y 500 años de historia es mucha historia. Las filosofías nacidas de ese medio milenio son herederas de sí mismas en el comportamiento de la gente, al fin y al cabo… Precisamente, nuestra historia española recoge el “vivan las caenas” con que los españoles acogimos el oscurantismo represor de Fernando VII rebelándose contra la ilustración que nos brindaba ese luteranismo y protestantismo. Y en esa misma opción acogieron el absolutismo y la dictadura y rechazaron la libertad y la responsabilidad. Así que…
Que cinco siglos nos habrán limado ciertas aristas, estoy seguro de ello, mucho más desde que andamos junto a Europa, pero la herencia genética es lenta en desaparecer del todo. Conservamos ciertos tics de un anacronismo histórico que se reflejan en una enorme parte de la ciudadanía y que hace posible los políticos que padecemos… perdón, que tenemos, pues ellos son nuestro propio reflejo. Así que, por acercarme a la tesis de V. Lapuente, diré que nuestros políticos no se fían de nosotros porque nosotros no nos fiamos de ellos. O al revés. Que lo mismo da lo que igual tiene.
MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ
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