El Papa Francisco, en una entrevista reciente de la televisión italiana, se le ocurrió decir que las personas homosexuales tienen todo el derecho del mundo a formar una familia y vivir en ella con todos los derechos civiles y humanos que los demás, e instaba a los gobiernos a reconocer sus uniones sin distingo alguno de las parejas mixtas… Bueno, pues le han caído las del pulpo. Lo injusto es que ha sido por ambos lados: desde sus propios carcamales eclesiásticos, y desde los llamados progresistas laicos. Los primeros, ya se sabe (no hace falta detallarlo), y los segundos, porque le achacan de predicar por fuera lo que no reconocen por dentro…
Y me huelo que se refieren a la sacramentalidad del matrimonio, pues es lo único que diferencia a un matrimonio civil de otro religioso… Primero, me asombra bastante que la progresía aún esté atada a lo dogmático sacramental, salvo que sea pura ignorancia. Segundo, que yo pensaba era más importante – para ellos, al menos – los derechos civiles del ser humano, que sus derechos eclesiales, que, como bien se sabe, son opcionales y hasta discutibles. Y tercero, también creía que esos derechos humanos se consiguen en el plano social, político y legal, no en el campo de las fés y las creencias religiosas y usos eclesiásticos…
No obstante, entiendo que el campo en que nos movemos es complejo y ambiguo, dada la susceptibilidad de su naturaleza. Lo que ya no comprendo, es la sublime incultura que aún existe con el concepto del matrimonio como sacramento. Pero vayamos por partes…
El matrimonio como tal está constituido por la Iglesia, no por el Estado. El Estado lo reconoce, le concede un marco legal y lo protege, y lo instituye como derecho civil, no como sacramento matrimonial. Eso es la iglesia Católica. Hasta el significado semántico de su nombre viene del latín Mater Unam, madre una. Luego, se da la circunstancia que lo constituye como Sacra Mentum, palabra sagrada por promesa dada… El Estado concede estatus a través de documentos firmados y comprometidos en registros civiles, pero la Iglesia proclama - aunque luego intente retorcerlo - que basta la palabra dada ante Dios. Un sacramento, también el del matrimonio, es un compromiso entre Dios y los contrayentes, y los demás invitados al espectáculo se reparten entre oficiante y testigos, pero todos sobran porque solo es cosa entre ambas partes divina y humana, y sin papeleo de por medio.
Por lo tanto, un sacramento, como verán, es algo muy aleatorio y etéreo, y solo depende de la fé, el alma, el espíritu, o lo que sea que fuere, de los usuarios para con su Dios, en ese momento concreto de sus existencias, además. El resto es pura parafernalia y abuso de poder eclesinstitucional sobre el/los individuo(s). Luego está todo lo que viene detrás… El Papa es, sí, la cabeza de la Iglesia, en tratamiento y en teoría. Pero no es cierto. El Papa propone y la Curia dispone. Es la compleja y todopoderosa Curia la que maneja todo el cotarro. La Historia nos cuenta de pontífices que han intentado enfrentarse a la misma y han terminado en el paro o asesinados…
Así pues, Francisco puede ser sincero y veraz en lo que piensa, dice y siente a nivel personal, pero no se debe clasificar de cinismo porque no puede hacer de la Iglesia lo que le gustaría que fuese. Está prisionero de una estructura medieval, rígida pero efectiva, por su nula democracia interna y su sagrado absolutismo… Todo quisque sabe, dice y usa lo de “mire, yo, a nivel personal, estoy convencido que tal y cual, pero soy funcionario y bastante hago con enfrentarme al sistema…”. ¿A que sí…?. Pues lo mismo él.
Y yo sí que estoy convencido, por el talante y esfuerzo que se le observa, que es sincero cuando lo dice. Anteriormente, esa misma curia le instó a condenar la homosexualidad, y también soltó públicamente. “si un homosexual cree en Dios, y lo honra y lo ama profundamente, ¿quién soy yo para condenarlo ni dudar de su fé?”.. Y si lo dijo, aún en contra de todo su obisperío, fue porque así lo sentía y así lo creía, no me cabe ninguna duda…
El problema no está en esas personas que, como Francisco, quiere cambiar las cosas, no señor… el problema está en los que no queremos que cambien. Y en esto estamos todos, creyentes y progresistas (mal-llamados ambos), liberales y conservadores… Y aquí, metámosnos tós, y sálvese el que pueda.
MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ
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