No sé por qué me da la sensación de que las monarquías han iniciado la era de su declive. Al menos como tales casas reales. No es que sean instituciones que vayan a caerse de hoy para mañana, pero sí que se van yendo al carajo poco a poco, lentamente… Supieron adaptarse al signo de los tiempos, e ir pasando del absolutismo de los reyes a las monarquías parlamentarias, más acorde con una democracia constitucional. Cumplen a la perfección la función de un primer ministro republicano, e incluso, a veces, mucho mejor (con o sin su boato) y mantienen unidos a nostálgicos y renovadores, si bien que bajo un símbolo: la Corona.
Lo que pasa es que, incluso para mantener el símbolo monárquico por excelencia, hay que hacerlo con la dignidad real y humana de sus componentes y representantes… y hablo de dignidad, no de parafernalia, de fastuosidad, ni, mucho menos, superioridad. La dignidad es otra cosa mucho más sutil, seria e importante… Y lo que me parece ver es que esa dignidad se está diluyendo y marchándose por los desagües de la sociedad, y por las alcantarillas de la Historia. Ya ni siquiera la honestidad y la decencia parecen conservarse en una buena parte de sus miembros, y esto, como es natural, produce el resquebrajamiento de una institución, que ya solo debería transmitir el (buen) ejemplo a sus súbditos de su inquebrantabilidad. Dignidad y vergüenza, ante todo y ante todos. Y si ya no lo pueden transmitir, vendrá el ocaso de lo que representan…
Solo voy a poner como ejemplo a la británica, porque es la de mayor calado y raigambre del mundo y para su pueblo, además de las más respetadas por sus propias instituciones, pero donde ya no se puede esconder la basura bajo sus regias alfombras de Backingham… La vieja reina Isabel II, la orgullosa dama de bolsos y sombreros, que ha tenido que tragarse la serie (seria serie) The Crown, en la que ha sido destapado lo poco modélica de su recién enterrado marido con toda pompa y esplendor, el Duque de Edimburgo, filonazi en su época; que le disputaba el poder de un trono que le correspondía a ella, porque no quería conformarse con ser un príncipe consorte, o consuerte; y que se dedicaba a ponerle zancadillas y cuernos por igual mientras tuvo fuerzas y ganas. Todo un zapador y maniobrero…
Y para demostrar que es el principio del fín, ahí tienen a su hijo Andrés, desflorador de menores, que va a ser juzgado en tribunales de su antigua colonia, a mayor inri, y asociado a un pederasta de casta, criminal al que ya ha sentado la mano la Justicia; y todo un baldón para la casa real de su graciosa majestad… O su nieto Harry, que se ha largado con su morena de la corte echando leches, porque, según sus propias declaraciones, los conspicuos cortesanos le han soltado que mire a ver no tener un hijo mulato al que meter en la dinastía, no sea que reine un rey negro en su día… vamos, un descendiente de los antiguos esclavos de la muy rubia Albión. Tié guasa… Y luego, ahí se anda, como en período de liquidación, un Carlos, aún príncipe y ya jubilado, en expectativa de que, aún correoso y con reúma, pueda gobernar algunos semestres. Pudiera ser ya el hundimiento de su insumergible Titánic…
… Y la nuestra, parientes de ellos, por cierto, ya vemos la marcha que lleva la Real Casa: un digno exrey, restaurador de la monarquía tras la dictadura, convertido en pichafloja y auto-transfugado a monarquías totalitarias sin ningún respeto por los derechos humanos, por fugar él mismo capitales indebidos… Una Infanta Cristina, colaboradora necesaria en los trapicheos y chanchullos del tramposo y embaucador de su marido, y que ahora, encima, su ventajista Urdangarín se dedica a serle infiel como pago por colaborar en su delincuencia… O lo de la otra infanta, Helena, que parece ser (íntimos y a su servicio cuentan) que maltrataba de facto a su Marichalar, que de hecho y por lo derecho las broncas llegaban al séptimo cielo, y que éste tuvo que poner pies en polvorosa de su digna esposa…
Quiénes únicamente mantienen una ejemplar dignidad en sus puestos, es una exreina Sofía, merecedora del sincero cariño que se le profesa; y nuestros actuales monarcas, Felipe VI, que ha hecho virtud de la decadencia familiar y ha puesto coto a los desmanes familiares, constreñido a su rol constitucional e incluso al frente de la Casa Real más modesta de Europa, sin más oropeles que su moral personal. Nuestro monarca, débito reconocere, muestra un decoro y nobleza que ya quisieran otros, y otras… Hasta su esposa, Leticia, parece haber asumido su honroso papel con la elegancia que tiene, la discreción que ha debido aprender, y la prudencia que se le echaba en falta.
Me ha salido un análisis que parece sacado de una revista “couché”, pero no son ecos de sociedad, o de suciedad, lo que me interesa, si no que, cuándo las monarquías se convierten en esos chismes sociales, empiezan a dejar de ser monarquías para empezar a ser monos de cría… Y estas realezas están dejando de ser altezas y están comenzando a ser maleza… Una manera de inaugurar el principio del final.
MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ www.escriburgo.com miguel@galindofi.com
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