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Foto del escritorMiguel Galindo Sánchez

SOLEDADES



Leo en un artículo de la columnista Marta Sanz, algo que me impacta. No sé si se trata de una noticia, o algo elaborado sobre un ejercicio de imaginación… Pero habla sobre una chica, sentada en la terraza de una cafetería, con un cartel sobre la mesa que ocupa, donde reza, escuetamente, una sola frase: “Por un café, le escucho gratis”

…Y me recuerda, por supuesto, a esas campañas que, de vez en cuando se montaban en plazas públicas, con un “¿quiere usted darme un abrazo?”, y que frustró el comienzo de la pandemia, volviendo a la rutina de la mutua ignorancia… Ese “escucho gratis” es la más generosa disposición que una persona puede brindarle a su prójimo. Y, además, está, manteniendo la mínima equidistancia sanitaria, al abrigo de ningún inoportuno contagio. Además resulta menos arriesgado que en el abrazo… Y encima, da para mucho más que un fugaz apretón de cuerpo, creo yo… Un furtivo, aún efusivo, abrazo, aparte la calidez humana del momento, termina cuando empieza; sin embargo, un escuchar sin límites; un prestar atención a lo que quieres decir; abrir una vía de comunicación sin contrapartida alguna, puede resultar una acogida y alivio sin medida para quien lo necesite…

Los que tenemos la suerte de vivir en los pueblos, nos conocemos entre nosotros (más o menos) y aún podemos encontrarnos con quién charlar unos instantes; establecer contacto humano; tener alguien a quién escuchar o que te escuche; saber que no estamos solos entre el gentío, que existe aún esa fluidez cercana y cálida de tener a una persona que se interesa, o no, por cosas y causas comunes o divergentes (eso es lo de menos, lo importante es un ser humano frente a ti, que te mire y escuche con amabilidad)…

Pero, en las ciudades, esa sensación es mucho más extraña, más rara de darse, más cara de concebirse. Son miles de personas que se cruzan con uno sin apenas sentirse. Los vecinos son cada vez menos vecinos, y los conocidos van menguando con la edad – adviertan la enorme cantidad de mayores que viven en soledad, en sus casas o en las calles, dá igual. Miren el caso de ese famoso fotógrafo internacional, René Róbert, al que le dio un mareo y calló al suelo, en las calles de París, que lo encontraron muerto por hipotermia porque un mendigo avisó de madrugada… Nadie de esa populosa ciudad “de la luz”, como se le dice, notó, o quiso notar, que un ser humano estaba tirado en el suelo.

La soledad es la paga del hombre actual. No sé si su precio… ¿Para qué, por qué, y de qué sirve alargar la vida a las personas si solo se beneficia a su propia soledad?.. Las comunidades humanas más elementales (villas, aldeas, pueblos, etc.) aún se preocupan los unos de los otros, aunque solo sea tratándose, hablando y escuchándose entre ellos. Pero en las grandes urbes y ciudades, llegados a ese punto, se les va asimilando, poco a poco, lentamente, a los Centros de Día, Centros de Tercera Edad, hasta arrinconarlos en la ya, definitivas, Residencias… Que se relacionen solo entre ellos, excluyéndolos del resto de la humanidad, mientras puedan, nos decimos a nosotros mismos y parecemos aceptar…

Pero incluso los que aún no son viejos, cada vez a más de ellos, inexorablemente, los va cercando la incomunicación. Pues soledad no es otra cosa que incomunicación con el resto de los demás, ya que nadie está literalmente solo en el mundo… Uno, me dijo no hace mucho: “no estamos solos, Miguel, pero tampoco acompañados”. La frase, dicha saliendo de un centro de mayores, es significativa, y lapidaria para quiénes aún conserven un atisbo de conciencia. Hay personas que van necesitando la elemental compañía de las otras personas. Y notan, aún sin saberlo conscientemente, que la soledad acecha porque les va faltando la simple comunicación con el resto de los demás.

Por eso, que lo de esa muchacha del “escucho gratis”, me parece una idea generosa y patética al mismo tiempo, si es cierta. Y si es inventada por la periodista, lo veo una propuesta magnífica… aunque protesten confesores y psiquiatras, me da igual. El cáncer de la soledad comienza en el tumor de la incomunicación, en el nódulo en que nadie nos escucha ya. Esta voluntaria puede deshacer muchos nudos y disolver muchos tumores tan solo que compartiendo un café, mirando a los ojos, escuchando y sonriendo. Una terapia, por cierto, terriblemente fácil y barata, que a nadie se nos ocurre poner en práctica de los ocupados que estamos…

Pero si tú siempre has dicho que te encanta la soledad”, me soltará alguno, o alguna, que me conoce bien… Y sí, no lo niego, pero supongo que, al igual que el vino, a sus debidas dosis… El mejor licor se paladea en copa, no en botella, en sorbos, no en tragos… Y la soledad ha de buscarse, no imponerse. Nuestra sociedad la impone como una condena, hasta el punto que mucha, muchísima gente, muere de puta soledad, pero eso no sale en las estadísticas. Y es así, que esas iniciativas pueden salvar vidas, incluso sin que también nadie se dé realmente cuenta…

MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ www.escriburgo.com miguel@galindofi.com

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