(de StyleLovely)
Los modernos correctores y correctoras del lenguaje, vigilantes y vigilantas, atentos, atentas y atentes a su empleo y nómina, la verdad es que, junto al abnegado papanatismo servil, o pagado elitismo, que de todo habrá, de los medios de comunicación, se están imponiendo los nuevos términos paridos, lustrados y enlatados, que nos vienen suministrando desde la factoría del correcto politismo… Y, lo cierto, es que aún no comprendo cómo antes podíamos vivir sin su existencia, y seguíamos entendiéndonos de maravilla. Tampoco creo que eso lo entiendan ni siquiera ellos o ellas, los de la nueva moral lingüista, pero en fin…
Por ejemplo, lo de esa extraña palabreja de “sororidad”, que hasta cuesta trabajo pronunciarla (por lo menos a mí, y mucho). Yo la entiendo por simpatía, afinidad, cercanía, afectividad, comprensión… y me maravillo que, con tantas palabras bonitas que definían perfectamente tal sensación, hayamos tenido que introducir la rareza esa de sororidad, que hasta los gatos se bufan cuando la oyen. Es que es espantosa, no me digan que no. Pero se ve que hay algunos alguienes y alguienas más empeñados en justificar su paga de escamoteadores y travestidores de palabras.
Existen algunas que me hacen reír, como la de la tal “soror”, que viene de monja francesa, y que ni semánticamente pega con lo que quiere significar, pero hay otras que me hacen llorar de pena, como el empeño idiota de cambiar relacionarse por socializar, y eso es posible que se deba a que este intento, al que bobaliconamente nos prestamos a imitar, tenga excepciones más profundas para los que ya cargamos años al coleto de nuestra experiencia… Lo primero, es que cambiar por cambiar, sin motivo alguno mas que de epatar, me parece una vulgar estupidez; y segundo, menos aún cuando en ese cambio se pierde, y sale empobrecido el lenguaje.
También he de reconocer que la relación interpersonal ha cambiado – no sé si para bien o para mal – mucho, y ya no es lo que era hace apenas unas pocas décadas…No andaré muy descaminado si me atrevo a decir que la causa primordial del cambio en la relación personal entre la gente hay que achacársela a la existencia del móvil. O no. Pero ahora nos comunicamos a distancia, o tampoco, por mensajes, sms, whatshaps, emails, empobreciendo los cara a cara, el calor del contacto, del bis a bis, de hablar mirándose a los ojos, incluyendo el lenguaje corporal, que es una fuente de riqueza interpretativa. Será también por esas distancias, por nuestra estresante forma de vida, o por la pantalla protectora que supone el móvil. Pero el caso es que es así.
En las ciudades se nota más, mucho más que en los pueblos, donde el personal aún se tropieza por la calle y se para a charlar con su semejante, o incluso su desemejante. Pero, terraceo aparte, el común del personal ha bajado la intensidad, y también la calidad, me permito añadir, de la intercomunicación… Quizá por eso, no lo sé, haya tenido que inventarse el eufemismo este de socializar, que, en el fondo, no es ni chicha ni limoná. Porque todos, en mayor o menor medida, socializamos, ya que vivimos en sociedad, no te jode… Todos inter-relacionamos, si a eso vamos.
Hemos perdido – o se está en vías de perder – algo bastante más potente y patente que el socializar, que es el “platicar”… El otro día, me encontré por la plaza a una persona amiga, Pío Montoya, que siempre me regala un ratico de platique, y que me hace ilusión porque otro Montoya, Nicolás, su padre, igual visitaba mi despacho de vez en cuando, asomaba su amable cara por la escalera, y me decía que solo venía a platicar un poquico conmigo. Como también otro Nicolás, éste Gómez, que igual hacía lo mismo. Y que ambos antes platicaban con mi padre… como tantos otros. Todo un lujoso obsequio entre personas humanas.
Y es ese placer el que ya está casi olvidado. Porque eso, y no otra cosa, es el arte de socializar: el disponer y regalar tiempo para platicar. El concederse tiempo para rozarse, saberse y conocerse, querenciarse, si no quererse… Hacernos el honor mutuo de la importancia de relacionarnos, de persona a persona. El tener el privilegio de la comunicación cordial entre seres humanos, no sé si sabré explicarme… Si ustedes que me leen creen que llevo, o no, razón, serán los que habrán de juzgar mis impresiones.
Yo les sugeriría a los muñidores y muñidoras del lenguaje, que se volcaran en el paisaje y en el paisanaje. Que saquen, a ellos que les gusta tanto, un Día Mundial del Platique, en que, aparte de colgar las institucionales estolas de los edificios oficiales, que es muy suyo, insten al gentío a silenciar el móvil, salir a la calle, a la plaza, a tomarse un tiempo de plática con el vecino, con el conciudadano, o con el que conozca, que hagan semejanza con sus semejantes… Que practiquen lo que, con toda su socialización y muy señor mío, es de valía y se está dejando en el olvido.
Un apuntador me sopla que lo de “socialicemos” viene por los que mandan; que si fueran los de enfrente, sería “populicemos”, seguro… Aparte la nota bromista, lo que quiero comunicar a través del de hoy, es que ninguna sociedad mejora por los cambios de etiquetas. Son tan inútiles como gilipollescos, con perdón de la Unesco… Hay cosas más importantes que cambiar, y no están en las formas precisamente, si no en los fondos.
Miguel Galindo Sánchez / www.escriburgo.com / miguel@galindofi.com
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