En mi época de gran picatoste de los empresarios, un servidor, entre otros espejuelos y nombradías, pertenecía a la directiva, a la ejecutiva y hasta a la comisión permanente, de la COEC. No era de extrañar que, por mi cargo de vicepresidente, estuviera comisionado para casi todos los fregados en que estaba metida la Confederación… No solo ocupaba sillón de sátrapa territorial (al que no tenía tiempo de calentar, y mi entonces secretaria sabe que tuve un despacho que ni siquiera senté mi culo en él), si no que también se delegaba en mi tontotalidad para con la relación institucional con los Sindicatos.
La razón para ello era simple, y casi simplista: era empresario, claro – aunque jugara en IV categoría regional – autonomísimo como un camarón, y, al mismo tiempo, con tendencias más zocatas que diestras, todo lo cual me convertía en el candidato ideal para actuar de pim-pam-pum en la farsa izquierderecha del guiñol… Y allí estaba yo para desempeñar mi papel en la comedia.
Por parte de los de mi tribu, yo era “el empresario rojo”. Así me llamaban una mayoría afectuosamente, y una minoría con muy mala leche. Para los sindicatos era, simplemente, “un empresario”, dicho así, sin apellido, con nocturnidad y alevosía, casi como peyorativamente, un poco insulto, algo así como decir “negro” escupiteado, que no nombrado, ustedes ya me entienden… Mi doble experiencia, y siento decirlo, pero es la verdad, es que sentía más rechazo y animadversión en la siniestra que en la diestra.
Si bien debo honrar la memoria de un militactuante, y es justo que así lo haga, de un sindicalista de base y de raza, convencido y confeso, de por aquí: mi bien amigo Prieto, q.e.p.d., el cual, tras cuatro conversaciones “in profundis”, tuvo la lealtad de reconocerme reconociéndome, valorándome como – en sus mismas palabras – “un empresario atípico”. La definición más amable que he logrado obtener en mis relaciones con ellos…
Estoy soltando todo este rollo, como una amplia introducción a lo que me confesaba un buen amigo, empresario aún, en la cola de la vacunación del coronavirus (pandemia obliga). Un empresario al que dicha pandemia ha maltratado muy especialmente, dado que depende más de la exportación de sus productos que del mercado interior, y que ha actuado de una manera ejemplar, a mi corto entender: para no verse obligado a acudir a los Eres, y tener que despedir a una parte de sus empleados, ha hecho bascular los Ertes entre su plantilla, para ver de soslayar tan difícil situación sin tener que despedir a ningún trabajador.
Y me contaba que… ¡qué ironía!, los sindicatos le estaban haciendo la vida imposible, precisamente por eso mismo. Una sangrante incongruencia. En las actuaciones que el sindicalismo español debería reconocer y facilitar a una empresa que, en tiempos de crisis, salvaguarda el interés de sus empleados, por el contrario, le critica y le buscan las cosquillas. Son incapaces de actuar con lógica y sentido común. Vá en su genética, y actúan tal y como me veían a mí: no existe el empresario bueno… Este amigo mío se lamentaba y me preguntaba, ¿es que prefieren un ERE a un ERTE?.. Es lo que aparenta…
Y me hace recordar a aquellos empleados de una Ong (también he fundado unas cuentas, también) que hacían lo posible porque la pobreza, desigualdad y rechazo que combatíamos nunca dejara de existir, para no quedarse sin trabajo. Aviso que es un caso real y confesado, no inventado… Así que, me pregunto si a los liberados sindicales no les ocurrirá lo mismo, a un mal comparar… No es igual defender los sueldos de los demás que los propios. Y más cuando van tan relacionadas las causas con los efectos…Es un efecto, precisamente, que yo notaba muchas veces en aquellas ya viejunas relaciones de aquel mundo pasado que nunca fue mejor…
Una de aquellas personas me hizo una observación: "...no vas a tirar piedras sobre tu propio tejado"...Pues ésta de hoy es la observación que me permito hacer con todos mis respetos y con todos mis derechos a expresar lo que pienso, según mis bastantes experiencias de campo. Pero también con todas mis esperanzas… Me alegraría mucho estar equivocado, aunque aún existan ejemplos que no avalan tal optimismo por mi parte.
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