(de Interempresas)
R. Louis Stevenson fue el que dijo: “ser lo que somos, y convertirnos en lo que somos capaces de llegar a ser, es el único fin de la vida”.- Cuando uno se tropieza con un pensamiento como éste, en un gran personaje como él, y lo lee un par de veces o tres, tampoco hacen falta más, y lo interioriza, la verdad es que lo reconcilia con uno mismo. Y más a estas alturas de la edad en que lo único que se espera es a no esperar nada; a ejercer la compasión con la propia existencia; el que alguien de mucha, muchísima, más talla que tú, como Stevenson, te diga al oído interno que ha merecido la pena.
Él no antepone niveles ni valoraciones a hecho alguno… Tan solo se limita a constatar lo que supone ser lo que somos ,y lo que hemos sido capaces de llegar a ser, en un sutil e inteligente diferenciación entre ser y capacidad de ser. Pero no califica, no pone nota, no juzga, no nada. Y, la verdad, es que supone un cierto bálsamo para aquellos que, como un servidor de ustedes, utiliza la escritura como una catarsis.
En el “ser lo que somos” nos está diciendo que todas las personas nacemos “SIENDO” lo que cada cual es… En lo de convertirnos en lo que “somos capaces de ser”, nos transporta a nuestro actual “SOMOS”; y el broche de señalarlo como la finalidad de toda vida, es como la absolución probatoria, y aprobatoria, que, en definitiva, todos y cada uno esperamos, y en la cual, en el fondo de cada cual, confiamos. Es posible que pueda estar equivocado en mi análisis – ustedes opinarán – pero, al menos en mi caso, supone un cierto consuelo. Si lo comparto con los que acostumbran a seguirme y leerme es para procurarles, a ser posible, claro, el mismo sentimiento.
Si alguna insatisfacción arrastro de mi vida y que prevalezca (las consideradas menores me he ido reconciliando con ellas, poco a poco, antes de defenestrarlas) es, si acaso, el no haber podido ser lo que quise ser. Y explico el aparente contrasentido: hubiera querido estudiar, sí, estudiar: ciencias, medicina, letras, enseñanza… tales eran las cuatro patas de mi banco. No supe, no pude, no merecí, no yo qué sé… Años cincuenta, escuela de posguerra, familia de supervivencia, línea trazada de vida… No quiero utilizar esto como excusa, solo como descripción de una situación, entiéndanme. No me considero víctima, pues como yo hubo muchos, muchísimos, demasiados… si acaso, mi propia incapacidad. Pero eso no es la insatisfacción que confieso, pues no culpo a una situación social o histórica como una plancha de hierro; incluso mediática, política o económica; sino que me culpo a mí mismo de no haberme enfrentado a las circunstancias que me lo impedían. Eso es todo.
Sin embargo, en buena parte, esta máxima de Stevenson me pone en paz conmigo mismo en el último tramo de vía de mi vida… No pude ser lo que quise, pero soy lo que he sido capaz de ser. Punto final y punto pelota, que ya bota… Miro atrás, veo que me ha llevado toda la vida, me cago en la leche, pero he sido capaz de ser un reflejo, pálido y desnutrido, sí, pero un chispazo, un fogonazo, de lo que quise. Y, aunque son los demás los que deben valorar con objetividad, no yo, pero creo creer, quiero creer, estar satisfecho con el resultado, por íntimo y último que éste sea.
Tuve que sacrificar lo que hoy sé y soy, como titulación y medio de vida, al que quería ser y tener. No pude vivir de ello, como deseaba hacer, y hube de ganarme el chusco y la sopa en lo que nunca, jamás, me gustó, ni tampoco quise, aunque sé que fue lo mejor que me pudieron ofrecer… Pero creo que le saqué el partido suficiente para poder mantenerme en la senda que quería tener y de la que quería saber, aún de la que no pude ser… En realidad, he vivido dos vidas paralelas: una material y de mantenimiento, y otra virtual y de conocimiento, una especie de intento continuo y constante, de un “quieroynopuedo”, y eso, todos los años de mi vulgar historia personal.
Hoy Stevenson viene a mi rescate, y me descubre, ¡pobre tonto!, que en mi ahora soy “lo que he sido capaz de llegar a ser”; en otras palabras: que “casi” soy lo que quise ser, aún intitulado, y desdiplomado e inoficializado, esos son circunstancias administrativas, al fin y al cabo. Acompañantes, pero no determinantes. Y digo lo de tonto de mí, porque lo he comprendido ahora, cuando ya no necesito vivir “de” ello, pero sí que puedo vivir “con” ello, y reconocerme “en” ello… Y vayamos agora con la última parte de aqueste escriturial:
Si lo comparto con todos ustedes, no es solo a modo de terapia, que también tiene algo de eso, también; es igual para solidarizarme con todos aquellos que, como yo, que sin duda los hay y muchos, igual pueden encontrarse con alguna insatisfacción medrándole las tripas de su vida inútilmente. Todos somos lo que hemos sido capaces de llegar a ser, entre la infinidad de grises que existen entre el blanco y el negro. Esa gama grisácea, piénsenlo, es la que otorga relieve y profundidad a la realidad que, al fin y al cabo, no existiría sin nuestra leve aportación.
Luego, ya, para terminar, y como apunte final a estos simples pespuntes, tan solo queda aventurar la posibilidad última que se esconde en nuestra ignorancia (lean mi artículo El Destino)… Lo que R. Louis Stevenson deja oculto para la sabiduría oculta – permítanme la redundancia – es cuándo, cómo, en qué momento, dónde, decidimos nuestra capacidad de llegar a ser lo que somos. Eso queda, mis queridos amigas y amigos, para otra ocasión en que el destino cruce los dedos… Arrivedercci.
MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ / info@escriburgo.com / www.escriburgo.com
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