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SENTIMIENTO Y CONSUELO (dedicado a mi amigo Felipe)



(de BuenasNuevas)


Cuando las personas sufrimos una pérdida de las que solemos llamar “irreparables” (unas nos parecen más irreparables que otras), toda creencia y querencia se hunde a nuestro alrededor… No hay palabras, ni razonamientos, ni pensamientos, ni expresión alguna capaz de recomponer el doloroso caos que sentimos en nuestro interior. Todo, absolutamente todo, deja de tener sentido, inclusive nuestra propia vida. Es ésta una reacción común, lógica, humana, incluso explicable, y nos hacemos la terrible pregunta: ¿qué sentido tiene esto que me ha pasado, si es que tiene alguno?..


Y… sin embargo, por mal que lo entendamos, todo tiene un propósito; todo ocurre por algo y para algo; nada es inútil ni gratuito; por mucho que nos neguemos y nos rebelemos; y le gritemos al Dios, en el que creemos creer, que es un mal dios, insensible o cruel, o ambas cosas, si cabe, a la vez. Muchos pierden su fe a la carta; otros pocos la encuentran como consuelo; algunos guardan amarga decepción, incluso no exenta de venganza… Los tres hermanos nacidos en la misma cuna: sentir, sentido y sentimiento, se destrozan implacablemente entre ellos, y hacen sangre de sí mismos. El sentir se revuelve contra el sentido, y el sentimiento echa leña al fuego entre ambos, convirtiéndose en sensación autofratricida.


..¿Y dónde está el consuelo?, ¿dónde al bálsamo restañador de la pérdida?, ¿dónde queda un razonamiento destrozado y despojado?.. Mi opinión personal, y tómenlo como víctima de mi propia impotencia en esos casos, es que no se puede dar, ni transmitir, tan solo se puede encontrar. No existen dos experiencias iguales de la misma desgracia, y cada cual ha de vivir y padecer su propio y personal drama; cada uno ha de atravesar su propio desierto, su propio duelo, y su camino reparador de lo para él “irreparable”; cada cual ha de sacar consuelo de sus propias cicatrices… Esa es la ajenidad del dolor: que cada uno vive el suyo propio.


Y, sin embargo, habrá de buscar el consuelo en el conocimiento más que en el asentimiento… En realidad, en cada una de esas pérdidas, el sentimiento que sufrimos es de carencia, de horfandad, de un valor que tenemos por nuestro y desaparece del entorno familiar y peculiar. Algo de nuestra sangre, nuestra carne, nuestra alma, nuestro yo mismo, abandona el espacio que ocupaba en nosotros, y de entre nosotros… Si lo analizamos en serenidad, con el tiempo nos daremos cuenta que el sentimiento de vacío reside más en el campo material que en el espiritual, si bien, el ánima – seres animados – le imprime la sensación de irrecuperabilidad que suele embargarnos en estos casos.


Ya sé… comprendo y lo admito, que construir todo este razonamiento de tipo intelectual puede resultar banal, ocioso, insensible, o incluso espúreo, aunque no sea tal la intención. Lo reconozco, pero lo entendamos o no lleguemos a entenderlo, no está fuera de la realidad por mucho que nos empeñemos en rechazarlo, por el simple y simplista hecho de que no lo “sentimos”, y, naturalmente, claro, aquello que no sentimos nos creemos que no existe. Y se acabó cuanto se daba.


Pero no, no se acaba nada de lo que se dio, por la simple razón de que nada termina y todo cambia… hasta las vidas, no importa cuándo ni cómo ni por qué. Y no hablo de religiones, ni de iglesias, ni de sujetos intermediarios que venden sus interpretaciones al mejor postor a través del peor pastor. O sí, si así les vale. Antes pudo servir, y quizá hoy se educa a los niños en el ateísmo más bastardo e inútil de los que se puede dar. No, si no quieren. Hablo de ciencia pura y dura; hablo de física; del segundo principio de la termodinámica; del viaje de ida y vuelta de la energía a la materia, y de la segunda a la primera; hablo de la ley de entropía universal… y lo que es eterno, amigos míos, no puede tener fin.


El factor clave, y lógico, es la inteligencia… En la forma humana (también en la animal, pero a menor nivel) existe el tal principio de autointeligencia. Todos y cada uno de los existentes tenemos conciencia y conocimiento del YO SOY, que es el re-conocimiento de uno mismo. Si no en profundidad, pero lo suficiente como para saber que somos entes únicos, ergo, esa inteligencia es inmanente en la energía que la transmite a la materia, si bien que a distintos grados y niveles. Luego la energía es inteligente en su principio. Pero, si todavía los de mente materialista cobijan algún tipo renuente de duda, tan solo puedo decirles que la más actual y moderna Física Quántica aboga cada vez más por lo que cada día resulta más innegable: vivimos, somos parte, y nos desarrollamos dentro de esa energía inteligente que… por cierto, es eterna.


Por ende, y siguiendo la misma línea de razonamiento lógico, si “la energía no tiene principio ni fin, tan solo que se transforma” (principio de Física), esa parte de conciencia “del yo” inteligente de nuestra energía identitaria, tampoco tiene fin, ni, por supuesto, muere, sino que se transforma… pasa a otro nivel, a otra fase, a otro estadio evolutivo, a otra vibración, donde prosigue su infinita existencia. Lo que nos ocurre en este punto, es que solemos confundir “vida” con “existencia”; confundimos la etapa con la carrera. La primera tiene fin, pero la segunda no lo tiene… pero ambas sí que tienen finalidad. Si no quieren llamar Dios a esa finalidad (pues no es el dios que nos han hecho creer) llámenlo entonces Plenitud. Es igual.


De ahí que las “pérdidas irreparables” a las que aludía al principio no son tales para ellas mismas, sino para los que no cambiamos de dimensión con ellas. Somos nosotros los que sentimos la falta, la pérdida, el hueco, el inexistente vacío, y no hallamos consuelo posible ni reparación probable… Y, sin embargo, en las absurdas guerras que provocamos, esas vidas se cuentan por decenas de miles, y en su inmensa mayoría niños. De ahí que, de muertes naturales a muertes accidentales, aún provocadas, nuestras conciencias personales sientan en las tripas del alma el vértigo del salto a la conciencia colectiva. O quizá sea al revés.


De ahí que la valoración desde la materia sea más animal que humana, donde las pérdidas de las crías de la propia camada desgarran más que las de camada ajena… No se trata de que tengamos que avergonzarnos de nada, pero sí de valorarnos en distinguir nuestros sentidos de nuestros sentimientos… El consuelo precisa de tales sentimientos, y el sentimiento necesita del consuelo. Pero ambos dos reposan en el dolor que procura la vida y en el bálsamo que ofrece el conocimiento.- Y lo digo con todos mis respetos.


MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ / info@escriburgo.com / www.escriburgo.com

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