Casi todos conocemos a Valentín Fuster. Un científico español de talla internacional que trabaja en Estados Unidos, porque aquí no dispone de los medios para ejercer su nivel de investigación. Como muchos, muchísimos, profesionales españoles, dados los irrisorios fondos que aquí se destinan a ello. Pasa como con los sanitarios. Que nos hacen falta como el comer, y tienen que marcharse para poder comer. En nuestra región misma, con la falta de médicos que tenemos para afrontar medio dignamente el rebrote de la pandemia, y en lo que va de año se nos han largado al extranjero al menos un centenar de ellos. No hablemos a nivel de enfermería. Y encima, nuestro Ejecutivo diciendo que está contratando, cuando ya no hay de dónde contratar. El Colegio de Médicos amenaza con denunciarlo a la Fiscalía, por embusteros…
Pero a lo que iba… Decía que un fenómeno como Valentín Fuster, escuchado en todo el mundo, que está llevando a cabo desde Norteamérica un ensayo de tratamiento coronavírico, coordinando a ciento once centros, en base a un tratamiento específico con anticoagulantes, afirma que el virus tiene como cinco etapas bien definidas: se fija en la persona a través del aparato respiratorio; pasa a la sangre, desde donde ataca a diferentes órganos vitales; nuestro sistema inmunológico se defiende produciendo inflamaciones orgánicas, y éstas, a su vez, ocasionan trombos, que pueden matar, y de hecho matan, a los pacientes. Y que en esa cuarta fase es en la que él está trabajando con su equipo actualmente. Pero lo que dijo en un programa de Tve, donde le hicieron una entrevista, es que el Cóvid-19 viene para quedarse entre nosotros, y que más nos vale que desarrollemos un sistema de resiliencia para con el mismo. O sea, aceptarlo, conocerlo, convivir con él y saber defenderse de él…
Añadió que la gente lo estábamos haciendo muy mal. Primero, por persistir en una forma de vida que aumenta el contagio exponencialmente: quedadas, fiestas familiares, reuniones indiscriminadas, etc… Y segundo, por convencernos de que la inminente llegada de la vacuna nos va a solucionar el problema de raíz. Que no. Que las primeras que lleguen no quiere decir que funcionen, que hasta que no esté inmunizada el 60% de toda la población, no podemos considerarnos medianamente seguros, y que, aún y así, la solución tan solo sería temporal… Por lo tanto, más vale que nos lo metamos en la cabeza. …Lo que no termino de aceptar para siempre, ni siquiera para largo, son las colas, joer… Me atufan a república bananera. Al menos, las colas en ciertos sitios y lugares. Habría que agilizar los trámites de alguna manera, o cambiar las estructuras, pero con lo de las colas – sobre todo en la Administración – se da una sensación de atraso y retraso patético y penoso… En un país como el nuestro, donde las colas en las taquillas y ante las puertas de la pública, nos habían durado hasta ayer mismo, han vuelto a actualizarse, multiplicadas por diez, y con vergonzosa rabia, por culpa del bichejo este. Colas en la panadería, en las farmacias, en las tiendas, y en toda parte donde uno acuda, no es ser resiliente con el problema, creo yo…
En mi pueblo, por ejemplo, para ir a hacer un trámite al ayuntamiento, hay que armarse de paciencia, aparcarlo todo y perder la mañana, e irse con el punto y el molde, o el crucigrama o el libro, a guardar el puesto en una cola que se lleva una buena parte de la amplísima plaza…Y no termino de entender el criterio que, para pasar a un edificio con tres plantas de miles de metros cuadrados, haya que guardar cola en la puerta, como si los negociados estuviesen dentro apilados unos con otros en el mismo sitio y lugar. Ni los mercados están así ya… Pero no me salen las cuentas, o medio pueblo está dentro – y me consta que nonis – o no es normal. Salvo que sea éste un sistema disuasorio para que el ciudadano vaya lo menos posible a tocarle las narices al funcionario. Que, entonces, claro, se explica… Yo, desde luego, desde que empezamos con esto, no he hecho uso de tal derecho. Tengo alguna cosuja pendiente que ver, pero se me han quitado las ganas de molestar y molestarme. Me aparco en un bar cercano al fenómeno, y apenas si veo avanzar una cola, que no deja de crecer en su exterior… No puede ser (me digo) que todos vayan al mismo sitio dentro de la enormidad del edificio. Es imposible… Y, en todo caso, pienso, más vale muchas mínimas colas en el resguardo de su vasto interior, que una enorme e inacabale al chicharrero, el frío o la lluvia de la intemperie, como la de Abastos en la posguerra, con la Cartilla de Racionamiento y la Cédula de Identidad en la boca. Espero que, si hemos de vivir con la pandemia, aprendamos a hacerlo algo mejor, civilizadamente al menos, sin suicidarnos como gilipollas, pero también sin que se nos trate como tontolhabas congénitos. Se puede llevar todo con cierta dignidad.
MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ http://miguel2448.wixsite.com/escriburgo
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