(de Infobae)
Que las personas, seamos seres humanos, animales, y/o todo bicho viviente, vivimos, nos movemos y nos desenvolvemos, en una sopa de vibraciones energéticas inconmensurable (esta grandilocuente palabra quiere decir exactamente “inmedible”), creo que, a estas alturas del cotarro, ya está fuera de todo género de duda… La física, la termodinámica, ahora la quántica, lo demuestran sobradamente. No soy yo, ni ningún profeta, quién lo dice. Lo afirma la ciencia. Otra cosa y otros casos son los que niegan sistemáticamente todo aquello que ignoran. El miedo a saber, el temor a conocer, es el primer enemigo que anidó en el hombre – en genérico – y el último que se niega a desaparecer.
El sentido común nos hace razonar, o debería hacernos, por lógica, que si todo lo creado, visible o no visible, ponderable o no ponderable, está y estamos inmersos en esa especie de “caldo” de energía, que vibra en millones de ondas distintas – por ponerle una cifra que aún no se ha cuantificado – es porque todo, nosotros también, claro, estamos hechos, construidos y formados, elaborados, con y de esa misma energía primordial. Nada en el universo puede ser ajeno a sí mismo. Es un principio elemental.
Y si desarrollamos el mismo sentido lógico, solo podemos admitir que toda criatura habremos de vibrar igualmente, cada uno al nivel que le corresponda por naturaleza, o por otros factores que se nos escapan, sean éstos de carácter físico, mental, anímico, espiritual, o vaya usted a saber cual… Entonces, llegados a este punto, tendremos que pensar, que, al menos en los humanos, se nos une al cuerpo material una esencia inmaterial que es la consciencia personal e individual de cada quisque como factor único y diferencial. ¿Estamos de acuerdo?..
Vale. Pues si estamos de acuerdo en eso, vamos a suponer ahora, que, al igual que se dispone de una herencia genética, unipersonal e intransferible, que se transmite a través de lo físico, también exista otro tipo de “herencia”, pongámoslo entre comillas, “animico-espiritual”, de otro carácter energético invisible y no medible, no sé si me explico… Las dos partes que conforman el ser humano, ambas tienen su propio grado de vibración: una de carácter físico, y otra de carácter… digámosle intelectual.
Si así fuera, eso explicaría que existan determinadas personas, que, por alguna causa que se nos escapa a los demás, e incluso la mayoría de las veces a ellas mismas, tengan la capacidad de “conectar” con otras realidades (yo las llamo dimensiones), que no porque no las sintamos quiere decir que no existen. Recordemos la famosa frase de Paul Elouard: “Hay otros mundos, y están en éste”… Y que pueden sorprendernos con sus, digamos “videncias”, que para ellos es lo mismo que “vivencias”, al fin y al cabo. El caso más documentado de todos los tiempos es el de Edgar Cayce, pero hay docenas, cientos, miles quizá, de “contactados”, por llamarlos de alguna manera, y de los que se tiene una muy sobrada constancia. Doy por supuesto la cantidad de charlatanes que hacen su agosto fingiendo lo que no son y perjudicando seriamente la credibilidad de los que son. Pero su existencia no anula la otra.
A esta “familia” de seres humanos pertenecen una muy larga y cumplida saga de personas repartida entre lo conocido por curanderos, gurús, sensitivos, experimentadores y experimentados (sin querer darle ningún carácter peyorativo a estos nombres, por el hecho de que se mezclen con cuentistas) y que, repito, lo uno no invalida en modo alguno lo otro. Cuando existe un médico verdadero, siempre aparecen falsos médicos.
Yo conocí a una `persona que asistió a una de mis primeras presentaciones de libros, y que me dijo haber visto una figura tras de mí, con su mano apoyada en mi hombro. Cuando me la describió, me di cuenta que estaba describiendo la figura de mi padre fallecido… Tras el primer impacto, indagué a fondo en torno de la misma, sin encontrar el más mínimo indicio de que pudiera conocer ni saber nada de él, como no existía razón alguna tampoco, anterior ni posterior, que delatara ningún interés personal que lo justificara. Para nada. Alguna otra experiencia de mayor “enjundia”, y que no voy a contar aquí, igual me sucedió con curiosos resultados de otras existencias que no vienen a cuento.
Lo que hoy quiero defender, que ya sé que no demostrar, es la posibilidad fehaciente de que lo que creemos inexplicable tenga una explicación perfectamente coherente. No se trata de creer en brujerías ni en actos mágicos, sino en usar el raciocinio en aquello que no llegamos a comprender… y “haberlas háylas”, independientemente de lo que creamos o dejemos de creer, o mejor dicho: de lo que nos hayan indicado que debamos creer y no creer, que esa es otra…
Porque, resulta muy curioso, curiosísimo, que las religiones institucionalizadas nos impongan dogmas y creencias absolutamente absurdas e increíbles, y que, sin ningún tipo de explicación lógica, ni razonada, ni científica, ni nada, nos las tengamos que tragar con o sin oblea… Y fabriquemos santos y milagros inexistentes de dónde solo existe un interés en sacar tajada. Y lo que aún es más patético: que se nos induzca a adorar las imágenes inventadas en un idolatrismo fabricado y postizo, y castizo; y que luego, además, por otro lado, encima nos pongamos a condenar lo que tiene más sentido y una más plausible explicación.
Honestamente, debo aclarar que éste de hoy no va en contra ni a favor de nada ni de nadie(s). Lo único que me mueve es intentar señalar un eje de razonamiento razonable – válgame la redundancia – y racional, con que poder pensar por nosotros mismos, con total y absoluta independencia, por supuesto, de los otros implantados e implementados, dirigidos y digeridos, con que nos han alimentado nuestros cerebros y han condicionado nuestras mentes. Solo eso. Que lo consiga un poquico o un nada, es otra cuestión… Mi intención es solo compartir lo que sé, nunca, jamás, imponer lo que creo. Esa es la diferencia.
Miguel Galindo Sánchez / miguel@galindofi.com / www.escriburgo.com
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