(de Educo)
Si nuestro Sistema Solar tiene 5.000 millones de años, semana arriba semana abajo, nuestro planeta, la Tierra, tiene aproximadamente lo mismo (no confundir con la edad del Universo, que es de unos 14.000 millones de años, poco más o menos)… Estamos hablando de nuestro elaborado pero escaso mundo sobre el que cabalgamos; estamos tratando, en definitiva, del clima planetario que nos padece a la clase humana, entendámonos. Y si nosotros aparecimos hace alrededor de 250.000 años, quiere decir que nuestra casa es 20.000 veces más vieja que nosotros, lo cual merece un respeto, o así lo creo yo al menos.
Digo esto porque un muy conocido científico abundaba el otro día en que el ser humano dura sobre este suelo seis veces menos que el plástico que producimos y tiramos al mismo, por lo que nadie quedamos para medirlo, salvo por la durabilidad de los productos químicos con que lo fabricamos y envenenamos el medio ambiente, que eso sí que lo conocemos… Y algo de verdad debe haber en eso, cuando el residuo plástico que se está recogiendo de nuestros mares-basureros tiene cerca, o eso aseguran, de un par de siglos. Calcule usted si ha tenido tiempo de joder la flora, la fauna, y hacernos comer microplásticos por un tubo a través de la cadena alimentaria… Y vamos multiplicando exponencialmente los efectos, también en nuestros organismos, como enfermedades, en vez de restándolos.
Ese mismo investigador daba por supuesto que en esos miles de millones de años en que el planeta ha ido evolucionando y revolucionándose para adaptar algo con lo que adoptarnos a nosotros, también ha producido sus propios cambios climáticos, y no flojos precisamente: hielos y deshielos que han hecho aparecer y desaparecer continentes enteros y especies de todo tipo; terremotos y violentísimos movimientos sísmicos; erupciones volcánicas; caídas de meteoritos; periodos de calor espantoso; y también, por supuesto, terribles inundaciones y sequías… Ella solica, por sí misma, hasta que se hizo, también a sí misma, habitable para acoger a la especie humana, que tampoco es moco de pavo. Llevan pues razón aquellos que alegan que esto ha ocurrido siempre, con o sin el hombre, y que tampoco es para ponerse en plan catastrofista y todo eso.
Pero lo que se callan y no dicen es que esta es la primera vez en toda su historia geológica en que un cambio tan monstruosamente acelerado es producido directamente por la acción directa del factor humano, y lo que es peor: que los propios cataclismos en sí mismos; que los fenómenos provocados (sobrecalentamiento atmosférico, envenenamiento ambiental y agotamiento de recursos) son algo absolutamente negativos para la propia especie humana y para su pervivencia en este planeta… Esa es la diferencia de matiz. No es lo mismo miles de millones de años de estabilización en solitario, que un par de cientos de miles de esos mismos años de desestabilización provocada (llamémoslo autocorrección si se le queda mejor cuerpo), expansivamente acelerada por nuestra manipulación directa del invento. De un invento, por cierto, que, al menos para nosotros y salvo su energía prístina, tiene fecha de caducidad.
Y he intercalado lo de “para nosotros”, porque, lo que es para el planeta, en comparación con todo lo pasado en el pasado, esto es pecata minuta, y tiene tiempo sobrado para autoregenerarse. Y capacidad, también… Y, como comenta Enrique Nieto: “así, tan pancho, viéndolas venir, como diciendo: ya cambiaré esto, que yo no tengo ninguna prisa”. Y es que es cierto, es mucha verdad. La Tierra tiene todo el tiempo, medios y posibilidades del mundo, pero los que no tenemos un jodido tanto así, somos nosotros. La habitaduría seguirá, y los habitantes se irán a tomar el viento por donde vinieron. Así lo hemos querido, y así mismo se hará.
Y sigue diciendo Nieto: “…ella seguirá volando en el espacio, con sus hermanos planetas de la galaxia, y sus soles, y sus demás primos los astros… A la Tierra le importa un pijo. Allá vosotros los humanos, dice cuando nos ve cometer todo tipo de barbaridades”… Naturalmente, las causas cicatrizan, pero los efectos repercuten directamente en nosotros, no en ella. Con lo listos que somos, joer, y no nos damos cuenta de algo tan sencillo como eso. Miren ustedes mismos el panorama, y piensen, si aún saben y quieren pensar: cada vez lloverá menos, y cada vez hará más calor; el hielo se derrite en los polos y los glaciales en aceleración constante, subiendo el nivel de los mares y afectando todas las costas; las carestías – de carencias y de costos – serán cada vez más y mayores… y me paro aquí, no sigo con todo lo demás que se irá sumando a esto.
Pero, y a todo esto, nosotros, como perfectos bobos, seguimos de fiesta en fiesta, de celebración en celebración, de puente en puente, y de acá p´allá… En el último mayero, por ejemplo, aquí, tan solo que en esta región, apenas trincada la idolatría semanasantera y mamadas sin fín de primavera, 300.000 coches salieron a la carretera a enmierdar la atmósfera y cargarnos el medio ambiente y el medio natural. Son datos de la DGT, no inventados por el menda. El menda saca unas cuentas más simples que el asa de un botijo, y se pregunta: con una media de cuatro personas por vehículo, en una región de millón y medio de habitantes que somos, hemos movido el culo las cuatro quintas partes de los del roal, y se han quedado aquí algún viejo rematado, crío en pobreza infantil (un 30% según Cáritas, por cierto), y los impedidos por necesidad o enfermedad. Tontolúltimo…
Luego, vuelve ese más de un millón de personalgentío, a ponerse la alcachofa de la TV7 en la frente, y quejarse de los precios de los alimentos y a gritar en falso que “así no se puede vivir, coño”, que es lo único que nos sale del moño… Y como que las matemáticas dicen lo contrario, uno se pregunta que una de tres: o que aquí nos tocan los iguales hasta sin jugar; o que somos más embusteros que el Almanaque Zaragozano; o es que aquí no somos más tontos porque no nos entrenamos, que si no… Pero lo cierto y verdad, visto lo visto, es que nuestros “posibles” los empleamos en la dudosa inversión de pasarlo bien y llenar terrazas a costa de la naturaleza y de nuestros propios bolsillos y supervivencia. Y estamos tan impuestos de nuestras razones, que no vemos lo evidente ante nuestras propias narices… Yo confieso que no lo entiendo, que no comprendo nada. Quizá por eso me critican. Hacen bien, ¡qué leches…!
Miguel Galindo Sánchez / www.escriburgo.com / miguel@galindofi.com
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