En estos tiempos inciertos, se me viene mucho a la memoria aquellas palabras – tan conocidas por repetidas – de Santa Teresa: “Vivo sin vivir en mí, y tanta vida espero, que muero porque no muero”… Muchas veces he tratado de entender su significado, y siempre me han quedado incompletas. Escribir es casi que más fácil que leer, aunque parezca una barbaridad. Me explico. Cuando yo escribo, lo hago bajo un determinado estado de ánimo, y éste queda reflejado en mi escrito, lo quiera yo o no. Pero cuando yo leo, aunque también lo haga bajo un estado de ánimo, el mío, aún y así he de captar el estado de ánimo que tenía el autor cuando escribió aquello. Si son paralelos o parecidos, la identificación es mayor, así como la comprensión de su lectura…
¿Les parece que analicemos esa frase teresiana, a la luz de la incertidumbre pandémica que nos agita?.. Vamos allá:
Vivo sin vivir en mí //. Eso, creo yo, significa un estado de zozobra, desasosiego. Es una existencia agitada cuya vida no es vida… Vivo sin vivir, ya es suficientemente acojonante, un muerto en vida, una especie de zombi anímico, pero sin vivir en mí, le da una dimensión mucho más humana, y también más terrible. Es en mí donde no vivo, y una vida que no la vivo yo mismo en mí mismo en plenitud, no es vivir… Y yo no vivo ya en mí, nos dice la santa de Cepeda.- Si se dan cuenta, nosotros vivimos en un sinvivir interior que nos transmite un exterior a nosotros mismos (llamémosle Telediario pá entendernos) y que viene de una realidad que nos asusta, que no nos gusta, e incluso que nos responsabiliza directamente, encima. Esto no es vida, sentimos, y vivimos sin vivir en nosotros mismos… En otras palabras, no nos cabe el alma en el pellejo, ni el pellejo en el cuerpo.
Y tan alta vida espero //… La vida que esperaba Santa Teresa era la del espíritu, eso está meridianamente claro, pero, si la aplicamos a nosotros, en nuestra cotidianidad y mediocridad, lo único que esperamos es vivir mejor (es a lo que hemos aspirado siempre), y ya lo que esperamos, dadas las circunstancias, es a salvar los muebles, a una especie de “virgencica mía, que me quede como estoy”. Es ya la mejor vida, la más alta vida que podemos esperar, que esto pase y nos quedemos como estábamos antes… Y eso se circunscribe a un par de cosas: “la salud y la platita, que no me olviden”, como decía aquella vieja canción…
Evidentemente, existen dos alturas, dos niveles distintos, casi opuestos, en la alta vida que espera la santa, y la que esperamos los santeros, que es una medianería tirando a bajunería. Incluso de naturalezas diferentes, pues lo material y lo espiritual, si bien que familia lejana, encima apenas si se hablan entre ellos. Son parientes aparentes. Pero en la espera de una mejor vida, en ese detalle: la espera, sí que coincidimos.
Que muero porque no muero. //. Tela… Vivir sin vivir, casi que bueno, vale, pero morir sin morir… ya es la leche. Y, sin embargo, aún y así, y salvando las enormes distancias, también hoy nos son familiares. Nuestra mística se moría por morirse. Era tal su ánsia, su deseo, por fundirse en Dios, encontrar la paz en Él, que deseaba la muerte que la liberara del obstáculo de este mundo. Se entiende perfectamente. Nosotros recreamos el sentido contrario: vivir así es una muerte, estamos jodidos por estar jodidos, y hartos de estar bien jodidos. Esto no es vida… más vale estar muertos, aunque yo lo diga aquí sin sentido por estar aburrido…
…Porque, en realidad, nadie quiere morirse. Luchamos por vivir, sí, y además por vivir mejor. La esperanza reside, al menos, en recuperar la vida que perdimos. La que nos arrebató el maldito Coronavirus hace un montón de meses, y que nos ha condenado a una especie de (para algunos, al menos) estar muertos en vida, o (para otros tantos) vivir una mierda de vida… Vivir-medrar-morir es la trinidad del ser humano, por eso, cuando un mal bicho, criado a nuestros pechos en el medro, nos troca el mejorar por el empeorar, nos acordamos, aunque mal acordados, de Santa Teresa…
Pero… es verdad, si se fijan, se darán cuenta que esa frase tan conocida, tan repetida y repartida, de la santa abulense, hoy, en tiempos casi que malignos, adquiere un significado que casi todo el mundo siente, aunque no lo entienda. Solo hemos de aplicarlo a nuestras vidas en las circunstancias actuales, y sentiremos una aproximación, aún ligera, a sus sentimientos… Aunque los nuestros sean espurios, por supuesto, aunque existan galaxias que los separen, los de ella divinos y los míos humanos, ella nada menos que la compañía de Dios, y yo tan solo que la de mis hijos y nietos, que sí, que vale, que cierto… Pero pertenecen al mismo universo, al mismo cosmos: al del ser humano. Y en él estamos.
MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ - http://miguel2448.wixsite.com/escriburgo
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