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Foto del escritorMiguel Galindo Sánchez

SALVAD A (el otro) WILLY



Lo pobres tiburones, por mal que se hayan empeñado los peliculeros catastrofistas, están tocando fondo en todos los mares y océanos. Es una especie en vías de desaparición. Según varios estudios fiables, el declive de las poblaciones de escualos es acusado, y las áreas protegidas, claramente insuficientes. Según Nature, están “funcionalmente extintos” en casi la cuarta parte de los arrecifes de coral aún existentes en el mundo. Pero lo que más me ha fastidiado es enterarme que, en el Mare Nostrum, en nuestro Mediterráneo, se ha observado un declive nada menos que del 95%... Sus causas: la sobrepesca y la contaminación, o sea, el jodido ser humano en ambos casos.


Y estos son nuestros tiburones familiares. Los conocidos como “Tintoreras”. Tiburones de un par de metros máximo de envergadura, poco agresivos, a los que hemos hecho más daño que ellos a nosotros. Cuenta Claudio Barriá, del Instituto de Ciencias del Mar, que estuvo nadando durante una hora con una tintorera macho de 1,5 mts. Llevaba clavados y enquistados dos grandes anzuelos en la boca y en un costado… “Están siendo masacrados”, se lamenta. “Los datos y la Red de Aguas Marinas protegidas en España deja mucho que desear”, aparece en el Estudio Internacional Marine Enviroment Research, y su equipo científico propone ampliar una superficie protegida del espacio marino, al menos, entre Tabarca y Cabo de Palos, y lo califica como de “especialísimo interés”. Incluso hablan de alargarlo hasta el extremo nororiental de la península ibérica.


Estos nombres, vecinos y cercanos, próximos y familiares, me hizo recordar una vivencia de hace más de medio siglo largo, en que marché con unos amigos en unas motos de aquellas a bañarnos en una recoleta cala que había a la derecha del faro de Cabo de Palos mirando al mar – entonces todo sin urbanizar un jodido palmo – por lo que no puedo dar más referencias que las posicionales. Sí que a unos dos o trescientos metros en perpendicular a la escueta playa, había una isla pequeña, que invitaba a ser visitada a nado. Mientras el resto remoloneaba, me dispuse a llegar a ella. Una vez allí, tras descansar un rato encaramado a sus rocas, me zambullí para iniciar el regreso, no sin antes bucear por los hermosos bajíos que mostraba aquella preciosidad de isleta, tan ajena a mi entrañable Mar Menor…


Al mirar a mi izquierda, volviendo al extremo submarino de la isla, me topé (o ella se topó conmigo) con una tintorera, de, yo así lo magnifiqué entonces, enorme tamaño… Lo cierto y verdad es que nos encontramos así, doblando la punta de la isla, de morros, por sorpresa, y no puedo asegurar cual de los dos se pudo asustar más, si la tintorera o yo. Lo que aún estoy en condiciones de asegurarles, es que jamás, nunca, he nadado tan deprisa y con tanto ahínco y dedicación en mi vida, hasta llegar a la playa… Los que pudieron ser testigos de mi “aventura odisáica” no vieron otra cosa que mi descomposición de cara y cuerpo. Pero yo no olvidaré mientras viva aquella enorme cabeza con aquellos ojos minúsculos laterales, diminutos en proporción, mirándome fijos, y aquella bocaza que parecía estar riéndose de mí…


Estoy absolutamente seguro que, de no haber leído el reportaje (EP-30/7) sobre el peligro de extinción de los tiburones azules, como también se les llama a las tintoreras, no hubiese evocado este pasaje de mi juventud… Como es igual de seguro que, de no haber existido esta vivencia salida a flote entre los cascotes de mis recuerdos, tampoco me hubiera interesado por la lectura de tal artículo de investigación. El jodido subconsciente cose con misteriosas puntadas hechos aislados que solo él sabe que tienen relación. Y los une por alguna razón que la razón desconoce…


Y posiblemente sea por eso, para que yo responda y me haga eco de esa llamada, y la pase, y la multiplique, y la vocee desde aquí a mis lectores, a fin de que ellos hagan lo propio, y se cree conciencia poniéndolo a rular por esas redes de Dios y del demonio. Porque hay que salvar a los tiburones. Solo por eso. “En el Mediterráneo no hay ningún área protegida destinada a estos tiburones pelágicos”, comenta Joan Giménez, principal autor del Estudio de Investigación Fisheries Research al que se alude. Fíjense que los llama con el nombre científico de la edad geológica desde la que están con nosotros: desde el Pelagio… Demasiado tiempo acompañándonos para que ahora los exterminemos sin ningún atisbo de conciencia, ¿no les parece?..


Así que si ustedes creen, como yo, aunque no hayan espantado, o lo haya espantado a ustedes, uno de ellos, que merece la pena que se sepa su situación, y podemos poner nuestro granico de arena (del mar) para salvarlos y que sigan con nosotros y nuestros descendientes, no deje este recuerdo en el olvido. Gracias, muchas gracias.-


MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ

http://miguel2448.wixsite.com/escriburgo

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