Pido perdón por el atrevimiento, pero yo me cuestiono muy seriamente qué coño reivindican, con exactitud y claridad meridiana, las banderas tricolores republicanas en las manifestaciones… mejor dicho, las manos que las portan, o sea, los cerebros que sostienen esas manos. Y, sobre todo, qué entienden por el concepto “República” todos los pseudo-republicanos miméticos y neumáticos que las enarbolan.
La impresión que se da – o que ha interesado dar – es que República es sinónimo de izquierda. No hay neorepublicano alguno que se precie, que, junto a la tricolor, no alce puño cerrado y vaya vestido y colgado con los atributos proletarios y complementos de camuflaje… Para ser lo que sea, primero ha de ir uno carnavaleado de ese lo que sea, es el principio sine quanon del “parecer ser”, más que de “ser”…
…Y, sin embargo, al menos que yo sepa, una República, cualquier república, no es de derechas ni de izquierdas, ni tiene por qué serlo. Puede tener un gobierno de izquierdas, como puede tenerlo de derechas, o de lo que sea, sin dejar de ser República por ello... Al igual que puede convertirse en una dictadura si se tercia, y seguir llamándose República (léase la bolivariana, por ejemplo, u otras muchas)… Lo que pasa es que a nuestra izquierda radicalpodemítica le interesa expender y expeler esa imagen falsa republicana, y ha patrocinado y jaleado un clisé falso de la misma. Una frivolidad histórica, sin base alguna, que se ha hecho tótem entre sus intelectualoides a lo largo de los años. En pocas palabras: la ignorancia de la mayoría y la conveniencia de una minoría, lo ha hecho posible.
Recientemente se ha celebrado el 90 aniversario de la II República. Vale. De acuerdo, lo veo muy bien. Pero si comparamos a los que dieron lugar y nacimiento de esa República, con los que hoy la reivindican con más apasionamientos que razonamientos, poco, muy poco, tienen que ver. Ni en calidad, ni en profundidad, ni en preparación, ni en formación... De hermanos políticos, nada de nada. De parientes políticos, poco, o muy poco, y lejanos, muy lejanos… y, si me apuran, hasta mal avenidos…
Los padres de aquel Pacto de San Sebastián, en agosto de 1.930, era una izquierda moderada, democrática e ilustrada que se parece a sus actuales reivindicantes como un huevo a una castaña. Y tenían bastante poco de radicales… Los “quemaconventos” entraron después, al igual que la Ceda, derechona fuerte que también formó parte de un gobierno repúblicano y democrático… El espejo distorsionado que ha fijado la imagen de la República, que, poco a poco, lentamente, se ha ido dibujando en el trastero del circo político, para eclosionar en el momento oportuno, es una parodia de la realidad… Y la realidad, la única realidad, es que una cosa es La República, y otra son sus gobiernos…
El espíritu de aquel Pacto de San Sebastián fue expresamente diluído en agua hirviente al inicio de nuestra contienda civil. Al fascismo que se levantó contra la República le interesaba muy mucho colgarle el sambenito de la izquierda más radical, extremista y comeniños, para así, de ese modo, justificar su golpe de estado y actuar de salvapatrias. Y tanto fue así, que ellos fueron los posteriores patriotas y los repu blicanos los rebeldes, justo al revés y todo lo contrario a lo que y al cómo fue…
Lo que ahora ya resulta tragicómico, es que los actuales “republicanistas” (si no son republicanos – y no lo son – habrá que llamarlos de alguna manera) adopten la misma radicalidad obtusa en sus planteamientos que les achacó aquel fascismo… Ha aceptado el disfraz como uniforme, y se lucen a sí mismos con el traje que les encasquetó el franquismo. Tal cual… Naturalmente, los herederos actuales de ese franquismo se apresuran a seguirles la corriente, puesto que ellos mismos se corroboran con la (mala) fama que el régimen de la dictadura les puso falsamente para justificar su golpe… Hay que ser tontos perdidos.
Ninguna forma de gobierno es mejor ni peor que otra, solo las personas son mejores o peores, y República o Monarquía tampoco son mejores ni peores,, son sus gobiernos los que las hacen buenas o malas. Y solo la democracia es el sistema menos malo que existe. Los que ponen las repúblicas o las monarquías por encima en importancia de la democracia, no se han informado a sí mismos de la verdad, y levantan las banderas de la mentira que otros han puesto en sus manos. Lo demás, es puro cuento…
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