Hace más de cincuenta años.. ¿o más de sesenta?.., a veces, el tiempo se me amontona en la chepa del alma, y ya no sé precisarlo con exactitud. Lo único que sé es que fue en una época que, a los de mi generación, nos concede una perspectiva que los de la actualidad carecen, y que, quizá, precisamente por eso mismo, no nos dejamos arrastrar por los molinos que nos quieren hacer pasar por gigantes, ni alimentamos a falsos profetas revestidos de puñetas…
Pues eso… que hace más de medio siglo, en mis Alcázares natal, un pueblo, como todos los pueblos de aquella España (unos más que otros), sometido a una Jefatura Local del Movimiento, que, paradójicamente, no dejaba que te movieras un solo ápice, ni que hablaras, ni que leyeras lo que no debieras, ni siquiera que pensaras, un grupo de jóvenes, con más inquietudes que medios, y más osadías que prudencias, con las precauciones justas instaladas en la sesera, nos juntábamos por las noches en el domicilio del que más protección daba y mejor nos podía cubrir (nunca había garantía absoluta), a elaborar una especie de boletín semanal que expusiera nuestra libertad de facundia y expresión, fuera de normas y ataduras (cosa prohibidísima en aquellas fechas, y donde no se ponían multas que no se hubieran podido pagar, por otro lado, si no directamente cárcel)… Antes de poder llegar a poseer una Roneo Víckers con la que imprimir un ilegalísimo libelo de distribución gratuita, claro, nos habíamos de conformar con empinar un par o tres de periódicos murales (auténticos tabloides), que exponíamos a la atención pública en los lugares más definidos del pueblo…
Aquello era un desafío descarado a una dictadura absoluta que establecía que más de tres era una “reunión no autorizada”, y te mandaban a la guardia civil por cualquier cosa que a uno se le escapara, aunque, en los pueblos pequeños – y en aquel mío quizá que más que en ningún otro - la querencia y arropamiento vecinal actuaba como salvaguarda… hasta cierto límite, naturalmente, pasado el cual nada podía hacerse. Recuerdo un día en que mi croniquilla de rosquilla pisó un callo eclesial, de los que el nacionalcatolicismo imperante era particularmente sensible. El párroco mandó a por mí, y el correctivo de advertencias y amenazas que me largó, aún lo recuerdo con clara nitidez. Aquel cura bien pudo obrar por lo derecho y haber ordenado mi detención (entonces tenían autoridad para ello) pero optó por el encajonamiento en la sacristía y el acojonamiento en el cuerpo y alma. Como aviso a navegantes… Ni qué decir tiene que aquellas cartulinas se siguieron escribiendo, si bien las palabras se pesaban en balanza de precisión y gran calibre… Descubrimos que la censura era más tolerante y tolerable cambiando las formas, que no los fondos, y que, con otras palabras, podía decirse lo mismo…
Me vienen estas vivencias a la memoria a cuento de lo desliado por la libertad de expresión de un sujeto que amenaza a personas con cortarles el cuello, clavarles un piolet o pegarles un tiro en la nuca… Por esa calidad de “libertad de expresión” se han montado algaradas, destrozado escaparates, saqueando tiendas y quemando coches y mobiliario urbano, y se ha hecho el animal irracional hasta el aburrimiento. Y se ha permitido. Es nuestro derecho a hacer el asno en defensa de otro más que dudoso derecho: el de rebuznar y cocear…
Y me pregunto qué hubiera pasado si el personal hubiera reaccionado así en aquella época. Lo más seguro es que hubieran sido pasados por las armas. Juicio sumarísimo – con suerte – y al paredón. La sutilidad no existía en aquella política, precisamente… Pero igual me pregunto si todos los genífaros que han destrozado calles y comercios lo hubieran hecho igual en aquellas fechas. Y me contesto que no. Es más: posiblemente hubieran estado en las filas de los falangistas e inquisidores, pues ellos están donde se les brinda impunidad, que no responsabilidad, ni mucho menos coherencia. Así se hace respetar, desde ambos lados del espectro, “su” libertad de expresión…
Ya hubiera querido yo entonces la libertad de expresión de que dispongo hoy. Aunque hubiera sido la décima parte… Por eso niego rotundamente lo que las hordas bárbaras gritan. Porque es mentira. Porque no tienen ni puta idea. Porque no saben lo que dicen, ni quieren saberlo tampoco. Porque son unos ignorantes voluntarios y asalvajados que desprecian la cultura, el conocimiento, la educación… Y lo peor de todo es que nuestros planes educativos son las factorías donde se fabrican semejantes cerriles. Esta es mi libertad de expresión: decirlo a los que, estoy seguro, ni siquiera leen…
MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ / El Mirador / https://miguel2448.wixsite.com/escriburgo / viernes 10,30 h. http://www.radiotorrepacheco.es/radioonline.php
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