(de Nueva Tribuna)
Aquellos que de verdad me siguen… cuidado, he de aclarar que no es lo mismo los que me leen que los que me siguen, pues se puede seguir a alguien displicentemente, pero leerlo de vez en cuando. Ambos son importantes, pues lo primero facilita la posibilidad de lo segundo. Tampoco quiero decir con esto que los que me siguen coincidan siempre conmigo, pues tampoco es igual “seguir” que “coincidir”… Perdónenme esta, quizá excesiva, introducción, pero solo quiero acentuar la diferencia de seguirme a leerme. Hay veces que los temas no son del agrado del seguidor, y se desconectan, como es lógico. Pero vayamos al tema en cuestión, si les parece.
Pedidas las debidas excusas, aquellos de mis seguidores que, encima, me leen, saben que, recurrentemente, acudo mucho a una misma idea: estamos viviendo el final de una era, de un tiempo, de una época, de un ciclo… Es un período de decadencia (se nota en la escala de valores) de una cultura, de una civilización, o de ambas puesto que una arrastra a la otra. Los filósofos y pensadores actuales suelen llamarlo “cambio de paradigma”, por si ustedes quieren molestarse en buscar su significado. Pero algo se está acabando. Y cuando algo se termina es porque viene empujando algo nuevo. Casi que es un efecto físico, sí, pero, amigos míos, no olviden que lo físico siempre es una manifestación de una causa no física (llámenla espiritual, ética, energética, entrópica, moral, o simplemente evolutiva).
El caso, y sea como fuera, es que esa intuición, o sensación, que he compartido con ustedes durante la última década, en vez de apaciguarse y diluirse, cada vez la siento más fuerte y activa… Quizá por su carácter de inminencia. Pero estoy total y absolutamente convencido – es mi impulso “sanjuanero” – que vivimos tiempos de ocaso, de forma acelerada además, como un alud de nieve. Es lo que nuestros modernos filósofos están llamando “tiempos líquidos”; modas, pensamientos, vivencias, certezas y/o falsedades que cada vez pasan con mayor rapidez y con menos consistencia.
Apenas hemos podido digerir un concepto, cuando nos viene otro, y otro, y otro más… Los sucesos negativos se aceleran: crisis económicas, climáticas, epidémicas, bélicas, sociales, carestías y carencias (no es lo mismo)… Fíjense en el advenimiento de líderes extremistas, en los populismos y la polarización cada vez más violenta de la gente; los posicionamientos civiles de los ciudadanos sobre cualquier tema, a veces cainitas y gerracivilistas. Si se fijan bien fijado, la naturaleza con sus catástrofes y los seres humanos con nuestros despropósitos parece habernos puesto de acuerdo en esta secuencia de caos subyacente.
La sensación que a mí me dá (y, por favor, entiéndanlo a modo de valoración personal) es como una especie de aumento de vibración energética – de hecho, apenas diez años atrás, se produjo un cambio de aceleración en el eje terrestre – que viene a ser como una especie de movimiento centrífugo que envuelve a este planeta para situarlo a una escala vibratoria superior, y librarlo de la ganga antes de proceder a la nueva la alquimia. Una especie de purificación (mi abuela lo llamaba “purga” en lo referido a los cuerpos), como limpieza previa de este crisol, que, a fin de cuentas, es lo que es este mundo. Aquí, en este punto, hagan una parada, suelten la contenida y sostenida carcajada, si así les place y satisface, llámenme visionario, loco, estúpido o tontolculo, catarsícense ustedes mismos si quieren, o no, y déjenlo aquí antes de seguir leyendo esto… De verdad que no me molesta. Al revés, lo entiendo.
Pero los que crean que nosotros somos el centro de la creación, y que todo gira alrededor nuestro y de nuestros designios, están muy equivocados… Las religiones, por ejemplo, son espejos perfectos, esto es, reflejan una realidad, pero fíjense que su espejo da la imagen opuesta y contraria: donde está la parte izquierda la refleja en la derecha, y al revés. Es un calco, pero a la contra. Es un mensaje subliminar de la verdad de las cosas, de lo engañoso de la supuesta realidad. Y a lo mejor estamos creyendo que vivimos, cuando realmente morimos. O a lo peor estamos convencidos que el infierno nos espera al otro lado del espejo, cuando justamente está en este lado. O a lo mejor o a lo peor es que se va a “clausurar” ese maldito infierno. Y que lo del cielo, es el caso que es otra cosa…
Miren: en la época pre-bíblica, los antiguos patriarcas llamaban a los seres superiores inmediatos a nosotros, “los vivientes” (hayyot), lean a Elías mismo. Eso querría decir que nosotros somos “los murientes”, ¿no?.. El divino nazareno hablaba aquello de “dejad que los muertos entierren a sus muertos”, en clara alusión a nosotros. Luego, ¿quiénes son los vivos y quiénes los muertos?, ¿dónde están los unos, y dónde los otros?, ¿en qué parte de cada uno de nosotros?..
Tengo claro que, con éste de hoy, me he pasado unos cuantos pueblos, no crean que no soy consciente de ello. Claro que lo soy. Plenamente. Lo que pasa es que estoy afinando mi oxidada trompeta de ¡alerta, cuartel, alerta! – nada de angelete apocalíptico – y es una especie así como de estar recordando lo que estaba olvidado y enterrado dentro de todos y cada uno de nosotros, y yo no quiero que se me pudra dentro de la morcilla… “El pecado no está en el hombre, si no fuera del hombre”, también creo que dijo el Rabí aquél. Así que nada más tómenme como una persona que comparte lo que cree y lo que sabe. Ni de coña se coman el tarro con la basura que les han vendido y ustedes han comprado tan cándidamente.
Miguel Galindo Sánchez / www.escriburgo.com / miguel@galindofi.com
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