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Foto del escritorMiguel Galindo Sánchez

PALABRA DE DIOS


(de El Espectador)

La conductora de mis programas radiofónicos, Micaela, es una persona tremendamente observadora. Nada más verme llegar al estudio es capaz de captar si el paraguas que llevo – si es que llueve, claro – se conjunta con los zapatos, por ejemplo, o si he cambiado de gafas para leer. A eso se le llama aptitud. Tiene tal capacidad, como también otras… Y como me lo hace observar, dentro de nuestra mutua confianza, por supuesto, se debe a que es comunicativa y espontánea. A eso se le llama actitud. O sea, su manera de actuar. Podríamos decir que la actitud es la forma de expresar las aptitudes de la persona. Por eso no debemos confundir ambos significados, aunque sean palabras casi gemelas. Mucha gente lo hace erróneamente.

Por poner otro ejemplo, esta vez personal, un servidor tiene la aptitud de búsqueda permanentemente, como el perro mastín. Creo en lo del “buscad y encontraréis” crístico por tendencia natural. Aquello que considero importante lo busco hasta debajo de las piedras, y no me quedo con lo primero que me digan, ni con lo primero que encuentro… Mi actitud es no guardármelo para mí, sino compartirlo, contrastarlo, comunicarlo. Soy una especie de filtro, de colador humano, con la necesidad, el impulso, de soltar lo que se me queda enredado entre las tripas mentales.

Entonces, por otro ejemplo más, cuando digo que no creo en el significado generalmente admitido como “Palabra de Dios”, no es por escandalizar (el escándalo es una actitud personal gratuita, enfermiza, tóxica y equivocada), sino con el ánimo de transmitir un convencimiento, que, por cierto, nadie está obligado a admitir si no quiere, o no cree… Las cuestiones de tener una mentalidad abierta o dogmática también es una actitud, Y mientras con las aptitudes se nace, las actitudes se hacen. Por lo que éstas, las actitudes, igualmente pueden deshacerse, cambiarse, perfeccionarse, ya que la actitud es hija del “Libre Albedrío” con que fue dotado el ser humano.

Analicemos, con todos los respetos del mundo, por supuesto, y pidiendo perdón por si acaso algunos álguienes se consideran ofendidos tan solo que por exponerlo yo aquí, pero, a lo que taxativa y literalmente se le denomina “Palabra de Dios” normalmente: o bien La Biblia, que no deja de ser un texto formado por un compendio acumulado a lo largo de siglos, quizá milenios, que son anales históricos y leyendas antiguas, acopladas y enfocadas, y adaptadas, para que cumplan la función de ser un libro inspirado por Dios; o todos aquellos textos, normas, ritos y dogmas, que las religiones (sus iglesias) han establecido de forma y manera unilateral como tal Palabra de Dios. Eso es todo.

Naturalmente, aquí funciona una herramienta de acople, que, bien manejada, es tremendamente eficaz: La fe… Pero, claro, no una fe libremente adquirida por sí mismo, ni encontrada en propia y personal búsqueda, ya saben aquello de “Busca dentro de ti, y no fuera de ti, que solo allí encontrarás lo que buscas”, sino una fe incorporada con calzador, casi a la fuerza; una fe inyectada, heredada a presión. De hecho, a eso se le bautiza como fe, pero no es LA Fe. La fe es otra cosa distinta, mucho más libre y liberadora.

Se podría decir – yo así lo creo, al menos – que Dios no habla a través de palabras ajenas a Sí mismo; que Dios habla con su propio idioma, no con el nuestro, falso y acomodaticio; que Dios tiene vía directa con todo hombre (especie, no género) de forma y manera directa con cada cual, según su propia evolución, estado y entendederas, y no a través de terceros, que normalmente actúan según sus propios intereses, más o menos corporativos… La “palabra” es un recurso limitado, sujeto a errores y falsas interpretaciones, o si no falseadas, al menos retocadas y acomodadas. No es la opción preferida de Aquél que nos creó, y que, por tanto, nos conoce mejor que si nos hubiera parío… porque es cierto que nos ha parío.

De la cultura antigua y destilados recientes y coincidentes, encontramos la tríada que Dios usa para comunicarse con el hombre, con cada ser humano hecho persona, que dispone de una mínima parte de “semejanza” directa con su Hacedor, y que no es la “imagen”, precisamente… Y son las Experiencias, los Pensamientos y los Sentimientos. Cada estadio lleva al otro, secuencialmente, hasta desarrollar la verdadera, auténtica y genuina Conciencia.

No cabe la menor duda que nosotros, todos y cada uno y una, tenemos la capacidad, la voluntad y la libertad, de acomodar lo que sentimos en nuestro interior al interés que hemos construido en nuestro exterior. Y lo hacemos… ya lo creo que lo hacemos. Y aquí existen, al menos, un par de caminos: la comodidad, la adaptación, el conformismo, la no-beligerancia, el “a mí no me compliques la vida”; y el enfrentamiento, el riesgo, la incomodidad, la incomprensión, y las hostias mal dadas, por ubicarse fuera de lo establecido por la santísima trinidad de la norma, la horma y el dogma.

Por supuesto, lo repito, esto es una toma de postura personal por un largo, arduo y solitario camino andado. Y cuyas conclusiones y consecuencias me tomo la libertad de compartir con los que quieran escucharlas, o leerlas, o buscarlas y comprobarlas por su propia cuenta, riesgo y derecho, faltaría más… Se me contrargumentará que también utilizo las palabras que al principio deshecho para con Dios, pero, claro, entiéndanlo, para Él son absolutamente innecesarias, y yo, nosotros, aún somos esclavos de ellas. Y precisamente por eso mismo, no son fiables cuando aseguramos que lo que nosotros decimos es lo que Él nos dice. Mea culpa de no creerlo, fráteres.

Miguel Galindo Sánchez / miguel@galindofi.com / www.escriburgo.com



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