En mi reflexión de fin de año, ese análisis introspectivo (que no retrospectivo) que me hice en el artículo de hace unos días, “Ser o no ser…”, me preguntaba seriamente si debía seguir o parar en mi caminar – escriturario para unos, o escribulario para otros – pues casi medio siglo dándole al cálamo ya no queda de la pluma ni los orígenes, pero si se apodera la cansera, si no hay una espera… Y casi que esa espera, enganchada a la esperanza, la basaba en que mis seguidores, si los tengo; mis lectores, si me quedan, me ayudasen en mi elección…
Bueno… desde entonces he recibido… ¿muchas?.. ¿las justas?.. ¿quién valora eso?.. breves o largas notas en las que se me requiere seguir. Eso no quiere decir, ni mucho menos, que todos, por cuasi unanimidad, me animen a continuar escribiendo. Lo que quiero decir tan solo, es que los que no les gusta o les dan tres leches lo que escribo, no se molestan en decírmelo, naturalmente… Por un principio de caridad, y por algo de comodidad. Pero, por simple y vulgar sentido de lógica, tampoco ellos me condicionan para nada por nada. Los únicos que de verdad me importan son a los que importo, si es que merece la pena seguir atado al arado… Por ejemplo: se me caen a diario un corto y un largo; un breve y toda una breva; un Chispazo y un Artículo más o menos pelmazo; una reflexión y un algo de tostón. Y a mí me gustaría saber, si no es mucho abusar, cuál de los dos prefieren, o si les gustan ambos, a mal señalar…
A mí siempre me ha enternecido esa despedida, bella, hermosa y triste, que un ilustrísimo tocayo, el de Cervantes, puso en labios de Don Quijote en su lecho de muerte, donde, vencido y abajo venido, mira atrás y reconsidera sus aventuras dentro de un plácido arrepentimiento, considerando el afán de los gigantes convertidos en molinos – que no al contrario , a pesar de todo – y advirtiendo si su lucha, su esfuerzo o su locura, pudo haber servido de algo a alguien o a nada ni a nadie… Para mí, personalmente, es la última frontera, la última llamarada que contiene todo el fuego. Y no es una opinión literaria, que también, si no que se corresponde más al mundo del sentimiento que incluso al del conocimiento. Y dice así: “Vámonos, poco a poco, pues ya en los nidos de antaño, no hay pájaros hogaño”… Si me identifico tanto con tal testamento (los que de verdad me conocen, lo saben) no es por ningún tipo de presunción, ¡válgame el cielo!, sino más bien por una subespecie de complejo de fracaso… Y a sí mismo lo confieso. No es que no existan ya pájaros en los nidos de un antaño, es que ni siquiera se conservan los nidos… si es que alguna vez los hubo, claro. No se trata, lo juro por Tutatis, de falta de reconocimiento alguno, si no de sobra de conocimiento… Y espero me comprenderán en lo que quiero decir. Por eso que este año, que, como don Alonso Quijano, acaba de morir, me asaltan las dudas expuestas en ese artículo de referencia que expongo al principio de éste, siendo éste una prolongación de aquél… Por eso ese “vámonos, poco a poco…”. No es hora de hacer el equipaje, si no de deshacerlo. Ese personaje al que el imaginario colectivo y secular lo interpretó como loco y no como cuerdo, en realidad no es ninguna de las dos cosas, siendo ambas a la vez… Para mí, es el más cuerdo de todos los locos, y el más loco de todos los cuerdos. Y la conclusión, aplastantemente sencilla: no es nada, ni tampoco nadie… una pura, pero querida, entelequia.
Los seres humanos llenamos nuestro tiempo de ritos y de mitos. Con los primeros fabricamos los segundos, y con los segundos justificamos los primeros… Analícenlo, piénsenlo ustedes con detenimiento. Al final, uno se queda con unos pocos trastos entre los que cobijarse y con los que cargar el resto de sus días como si fueran un tesoro, un bálsamo (el de Fierabrás), que es lo que son, en definitiva. Y es lógico, y legítimo, que, conforme se acerca el apeadero, le demos su auténtico valor, para, cuando bajemos del tren, llevar el menor peso posible.
Un servidor se ha desprendido de mucho lastre, desde que empezó su larga andadura, ya lo creo que sí… Y no resulta extraño que el poco que me queda pueda servir de algo a uno mismo o a algún otro… o no. Pues bien, eso es justamente lo que pregunto en éste a ustedes. No es nada raro. Las personas somos causa y efecto de nosotros mismos, y, muchas veces, créanlo, el efecto no se corresponde con ninguna causa. Por eso mismo nos gusta más mirar nuestro antaño que a nuestro hogaño, porque es un consuelo de lo que fuimos más que un desengaño por lo que somos… o por lo que no somos.
Les pido perdón por mi sinceridad. Discúlpenme por compartirme con ustedes; por interrumpir cada día en sus vidas, en sus existencias… Yo no tengo, en realidad, más derecho que el que todos ustedes me otorguen.
MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ www.escriburgo.com miguel@galindofi.com
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