Lo escuché en una película, o lo leí en un artículo sobre la misma, no lo recuerdo bien, ni siquiera su título… pero sí que recuerdo el meollo de su mejor escena: un carismático y admirado profesor, plantea a los alumnos de su clase una supuesta elección presidencial, en la que el aula tiene que elegir entre tres candidatos, a saber:
Uno de ellos, un impedido en silla de ruedas, un tanto torpe, que, a pesar de su minusvalía, sufrir anemia e hipertensión, aún saca fuerzas para mentir y ponerle los cuernos a su esposa; tampoco se priva de beber y fumar, a pesar de lo delicado de su salud, y de la prohibición expresa de sus médicos… El otro padece sobrepeso, es depresivo, ciclorítmico, y no para de trasegar puros, coñac, oporto y whisky a todas horas y en todo momento de su actividad, incluso en la cama… El último de ellos es un condecorado héroe de guerra; ni fuma, ni bebe, es vegetariano y trata a las mujeres con todo respeto, y se diría que hasta con un punto de pudor; ama a los animales, sobre todo a los perros…
Los estudiantes, a los que concede el famoso y conocido Día de Reflexión, llegan al siguiente con su candidato ya decidido. Tras la oportuna votación y recuento, gana el tercero por mayoría absoluta, y, con el resultado en la mano, el profesor se dirige a sus alumnos: “muy bien, enhorabuena, han desechado ustedes a Roosweld y a Churchill, y han elegido a Hitler”…
Esto, que parece una especie de astracanada, en absoluto lo es. Se pone de manifiesto algo en lo que el ser humano suele tropezar trágicamente a lo largo de su vida: el juzgar a los demás (incluso a sus políticos) por las formas, por las maneras, por su aparente perfección personal… Yo tenía un maestro de escuela – nada de profesor de universidad – que ya nos advertía que cuidado con la perfección, que lo perfecto no existe, tan solo es una apariencia, y que era el peor engaño de todos. A Boris Johnson, por poner un ejemplo, no se le va a juzgar por ser un borrachín festero, irresponsable, burlón y bribón, que montaba jaranas en Downing Street, si no porque lo hacía mientras el país estaba confinado y él se saltaba las leyes promulgadas por su propio gobierno… No por ser bebedor, pendón y mujeriego, si no por ser un embustero, falso y sinvergüenza. En una palabra, por ser un sátrapa. Tampoco a nuestro Borbón lo juzgará la Historia por no tener la cremallera de la bragueta cerrada, o porque le gustara cazar menos que holgar pero más que laborar, que no… será porque abusó, y porque engañó a sus compatriotas con su cachondeo y bonhomía, para forrarse sus personales bolsillos sin rendir cuentas, como todos las rendimos, aún siendo más pobres que ratas.
Son esos “detalles”, sutiles si ustedes quieren, los que distinguen a las personas entre buenas y malas. En absoluto la perfección, si no, más bien, todo lo contrario, las imperfecciones. Un ser perfecto no parece humano, y un ser no humano está lejos de ser persona… Todos tenemos nuestros grandes, medianos o pequeños defectos. Absolutamente todos. Pero eso no nos convierte en mala gente. Landrú, Barbazul, el mismo Vlad Drácul, o hasta Hannibal Lexter, eran personajes exquisitos, pero implacables asesinos. Y es que la frialdad no tiene nada que ver con la humanidad.
Es una falta de percepción ésta (no sé si de perversión) en la que está cayendo actualmente el neofeminismo y sus modernos tribunales de inquisición… Si Alfredo Kraus – es un ejemplo entre muchos – tuvo un desliz en un intento de sobrepasarse, aún no demostrado, con una dama, se le niega la virtud de ser el mejor tenor del mundo; si a Woody Allen se le acusa de abusos sobre su hija adoptiva – tampoco probado en dos juicios – se le despoja de su genio como cineasta… O si se descubre que Cristóbal Colón tocó los huevos de alguna gallina, se buscará a otro para que descubra América… Tan solo don Quijote se puede salvar del nuevo moralismo salvaje, pues no tocó un solo botón de la honra de doña Dulcinea del Toboso hermoso..
No tenemos esos prejuicios, sin embargo (yo diría que más bien al contrario), con nuestros políticos de todo sexo, laya y condición. Por supuesto que no miramos si fuman, beben, o son mujeriegos o promiscuos, o si se saltan todos los semáforos de las calles, la moral y las buenas costumbres… es que también nos dá igual que nos mientan, que nos roben, nos engañen, que ocupen cargos solo para medrar, que practique con descaro el nepotismo, o que hagan como que sirven para servirse a sí mismos… lo único que no se les perdona es una ofensa machista a una mujer… Naturalmente que estos mediocres nuestros de cada día no son un Rooswelt, ni un Churchill, ni por allá pasó. Claro que no. Ni siquiera podemos aspirar a ello. Solo se pretende que sean honrados, nada más…
Pero ni eso. Habría que buscar con lupa. Solo hay que mirar su desleal y deshonesto comportamiento entre ellos mismos para ver lo que son. Hasta Jack el Destripador tenía más vergüenza que ellos… Ya sé, yo mismo lo he dicho, que el ser perfecto no existe, y si existiera, habría que desconfiar de él. Vale. ¿Pero es que no hay otra cosa dónde elegir mas que tahúres, trileros, embusteros y marrulleros?.. ¿o es que solo sabemos escoger entre la hez de la sociedad?.. Yo no lo sé, díganmelo ustedes…
MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ www.escriburgo.com miguel@galindofi.com
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