Tengo algunos seguidores… bueno, para ser exactos son seguidoras, que me mandan cariñosos mensajes como “Miguel, disfruto mucho con tus artículos de vivencias”, cada vez que se me escapa algún relato de la jaula de los recuerdos… Lo curioso del caso es que no son personas de mi lugar, ni de mi tiempo, que los puedan compartir porque los hayan conocido, aún desde otras experiencias o perspectivas. Entonces resultan familiares, cercanos, domésticos, y se explica que gocen de su calor y proximidad. Pero no suele ser así. Son comentarios de personan que disfrutan con la simple lectura del relato; que se ve que tienen la suficiente sensibilidad como para “ponerse en situación” y “vivir” las vivencias ajenas. Suelen ser buenos lectores – mejor lectoras – de novelas que se meten en la descripción hasta el punto de “compartirse” con la historia que se relata en la misma… Estoy seguro que les hubiera encantado dar un salto hacia atrás en el tiempo, y haber aterrizado en alguna de las mías. Por ejemplo:
Me retrotraigo a principio de los años 60… La dictadura se preocupaba de combatir las nuevas ideas y las nuevas culturas que afloraban tímidamente en aquella universidad. Una universidad aún para unos pocos privilegiados entre unos muchos que apenas tuvimos la escuela básica y esencial… En los pueblos, en el mío en concreto, los Jefes Locales de Falange se encargaban de vigilar, restringir, censurar, controlar y perseguir cualquier movimiento, cualquier signo de apertura, cualquier atisbo de práctica cultural a la que se sometía a la más severa lupa e inquisición… Imagínense en ese medio ominoso, espeso y oscuro, donde un grupo de descamisados, sin medios algunos, desarrollábamos una labor aperturista y expansiva desde unas hojas ciclostiladas a modo de boletín; ciclos de teatro leído, o escenificado; círculo de lectura semiclandestina; unos llamados Juegos Florales en los que camuflábamos unos certámenes literarios, con el apoyo-colaboración de algún elemento amigo “del régimen”, driblando así el rígido ojo del Torquemada de turno…
…Nos reuníamos, y teníamos nuestra base de operaciones, en el bajo de la vivienda de un compañero, que, por ser hijo de militar, y su padre un personaje bonachón y relativamente permisivo (al menos un tanto consentidor de nuestros tejemanejes), estábamos un tanto protegidos de cualquier intervención directa que, aún vigilándonos desde fuera, se mantenía al margen de irrumpir en determinados domicilios… Describo la situación tan solo para que se den cuenta del momento social e histórico en el que nos movíamos, entre la claridad y la semiclandestinidad. En una época donde las aspiraciones y las disponibilidades no andaban precisamente de la mano…
Entre esas calendas nos andábamos, cuando nos surgió la meditada necesidad de “inventarnos”, ¡qué osadía!, una especie de biblioteca popular… Un lugar donde poder reunirnos dentro de aquella especie de “libertad condicionada”, para leer libros (más o menos permitidos, claro), charlar, debatir temas, alguna especie de conferencia; dónde planear lo planeable… en una palabra, si no formarnos, sí conformarnos integralmente. Repito, en una época donde la escasez de medios y de libertad era la norma, el pan escaso de cada día… No sé qué ángel de la guarda negoció, ni con quién, ni cómo - pero sepan que esos ángeles existen y están en el mundo – que nos apareció una casa, cedida por “gente de orden” como se conocía entonces a las respetables y respetadas por el régimen, y bajo cuyo aval comenzamos la cabalgadura.
Con pocas, en realidad ninguna, pesetas, y muchos remiendos, coderas y culeras, dotamos el fondo de una manera muy sencilla, elemental y generosa (y es que la generosidad hace fáciles las cosas): repelando cada uno de nuestras casas los libros que podíamos y se nos dejaba. La mayoría, menos; la minoría, más, ya se sabe… poco a poco reunimos unos muchos. Lo suficientes como para sentirnos héroes. Héroes de papel, y de papel estraza, pero una envoltura, al fin y al cabo, basta y humilde, con que revestirnos de satisfacción. La mejor armadura posible, a la postre… Por las noches, pues no había otros ratos en una sociedad donde el trabajo y la fiambrera eran prioridades, muchos visitaban aquella casa dejada, aquellas viejas paredes tapadas por viejos libros… y se sentaban a leer en los desvencijados muebles, o a charlar quedamente sobre esto o aquello, con todo el ganado y granado, y sagrado, respeto de las mejores bibliotecas del cine americano…
Si quieren que les diga la verdad, jamás en mi vida me he sentido tan orgulloso como entonces. Desde la escalera de mis años, no concibo peldaños a los que pueda honrar tanto como a esos recuerdos de hace más de medio siglo… Amigos me quedan de aquellas hazañas, incluyendo a mi propio hermano. Camaradas que fuimos en un intento – hercúleo – de encender una triste vela en la opacidad de un entorno que nadie merecía. Ni entonces, ni ahora.
A esas personas, pues, que estiman mis relatos, como digo al principio, les dedico éste, porque tengo la absoluta seguridad que se van a sentir identificadas plenamente en él y con él… El conocimiento viene dado por lo que se vive y por lo que se lee. Y la sabiduría, aunque sea una corona que venga grande a estos casos, se llega por la transmisión de esos mismos conocimientos… Vaya entonces mi admiración y agradecimiento a los/las que aún saben apreciarlo. Y sea éste mi humilde testimonio a favor de la cultura.
MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ
www.escriburgo.com
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