(de Proyecto Medes)
Cuantos me siguen saben que uno de mis temas recurrentes es la Mediación… De mi época de Juez de Paz me quedaron más de veinte años mediando entre mis convecinos, y creo – en el Juzgado de Paz andan los datos e informes – que con un 85% de resultados satisfactorios (el resto acabaron en Juicios de Faltas, o mayores). Era inevitable que me quedara el gusanillo. Así que esa tendencia, con el empujón de mi buen amigo Manuel Santiago, es la que me llevó a terminar por hacerme Mediador Profesional, ya que se sabía que la Mediación, al profesionalizarse, iba a ser descabalgada de los Juzgados de Paz, justicia de proximidad, para ser incorporada a la Justicia ordinaria. Hasta los propios Juzgados de Paz tienen los días contados, si Zeus no lo remedia…
Y así está siendo… de hecho, el principio de la existencia de la propia Justicia, estuvo en la Mediación, y nunca, jamás, al revés, como muchos creen entender equivocadamente, porque parece ser que así interesa que sea. Bien, prosigo: esa decisión postrera – que no póstuma – es a la que, desde entonces, me permitió quedar vinculado a todo lo relacionado con la Mediación… ¿Cómo explicarlo para que me entiendan?. Pues que, en definitiva, es el cumplimiento personal de una tendencia natural, que, sin condicionarme, me empuja a ello, dentro, por supuesto, de mi libertad de elección. Eso no quiere decir que me equivoque, o acierte, dentro de mis decisiones a tal respecto, pero siempre me encontrarán a favor de esa opción (es la única no punible para las partes que la utilizan), y a trabajar en su favor y conocimiento, por mucho que algunas administraciones locales sean indiferentes, o incluso zancadilleen en algunos casos, por algún enfermizo malentendido, su servicio abierto a la ciudadanía, a la sociedad, y a las gentes de nuestros pueblos. Resulta incomprensible, pero ahí está.
Mas no va por aquí la cosa en el tema de hoy… Si no porque enlaza con otras cuestiones que me son de igual recurrencia, como por ejemplo: algunos de mis lectores, o mejor, de mis seguidores en los programas de radio, me incitan a que trate sobre la cosa del “Libre Albedrío” que caracteriza al ser humano, y que incluyo mucho en algunos de mis temas, en contraposición con la idea, más o menos generalizada por interesada, de que estamos sujetos a un destino, también más o menos definido, que no definitivo, desde que nacemos a esta existencia. Y si mezclo ambas cosas es por poner un ejemplo de mi propia experiencia, que puede ilustrar ambos casos, que parecen distintos y distantes, sí, pero que, en realidad, no lo son… Intentaré explicarlo:
Yo creo que los seres humanos nacemos con ciertas tendencias, más o menos determinadas, dentro de nuestra naturaleza, como todo ser vivo. Son en las que se apoyan los “destinistas” a la hora de defender sus tesis sobre la predestinación a la que, afirman, estamos sujetos en nuestras vidas… Sin embargo, en el caso humano, esas tendencias, impulsos, o lo que sea, a diferencia del resto del reino animal, tenemos la capacidad de seguirlas, desarrollarlas, modelarlas, o, por el contrario, torcerlas, cambiarlas, o, incluso, anularlas, con el esfuerzo de nuestra voluntad. Es el “Libre Albedrío” del que fuimos dotados, según tratan las más antiguas escrituras. El ser animal obedece ciegamente casi a sus impulsos naturales, su instinto, pero al ser humano no le es impuesto, por el simple hecho de que se le hace responsable de sus propias decisiones por sí mismo. En nosotros no juega ese “determinismo” que defienden tantos, si no el autodeterminismo.
Si yo tengo tendencia a la Mediación, por ejemplo, pues me es relativamente fácil seguir tal impulso, que es noble encima. Pero también tengo tendencia a la autodestrucción, como a otros aspectos negativos menos nobles, y entonces mi obligación de humano es luchar contra ellas, y no dejarme llevar por los aspectos fáciles que sé que me pueden arrastrar a lo que quiero evitar… Ese es el “libre albedrío” de todas y cada una de las personas humanas. Ese es el camino de la evolución o de la involución de las sociedades y civilizaciones, en definitiva. Tal decadencia, o avance, les viene por sus sujetos, no por ellas mismas.
Y en enlazo lo uno con lo otro, cuando afirmo que la más difícil Mediación es la que se hace con uno mismo. No entre dos partes, que es lo que hacemos los mediadores profesionales, si no la que practica cada cual consigo mismo… entre lo que debe hacer y lo que le apetece hacer; entre su tendencia y su convencimiento; entre su conciencia y su apetencia; o lo más elaboradamente endiablado de todo: el ver cómo puedo utilizar lo uno para conseguir lo otro; el tratar de usar la imagen de una cosa para lograr la contraria; el perseguir el propio beneficio haciendo gala de lo opuesto… En este caso, la automediación es una automedicación que resulta más negativa que positiva…
Por eso que todo lo que no pongamos al servicio de los demás de manera altruista y desinteresada, vale de poco, y, al final de todo, no nos sirve de nada. Es la medida, la regla, el pié de rey… Es como el político que expone un programa con ofertas que no piensa cumplir. Engaña al que lo vota en busca de unos años de poltrona, pero, a la postre de tal poltrona, se ha estafado a sí mismo como ser humano (esto mismo de la Mediación es uno de los anzuelos-mentira que se usan mucho como potera electoral)… No dar lo que no se puede dar es plausible, pero ofrecer lo que no se puede, o no se quiere dar, resulta inadmisible. Lo cierto es que, con ese engaño, conseguimos lo que queremos, es cierto, pero nos arruinamos como personas, y no es menos cierto.
Miguel Galindo Sánchez / www.escriburgo.com / miguel@galindofi.com
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