(de Amazon)
Ustedes me van a perdonar que hoy empiece así este artículo, pero es que no encuentro otra forma de desliarlo, y quiero hacer constar antes de nada, métanselo bien en la cabeza, que esto no supone un autoelogio: pero miren, estoy acojonado en mí mismo… ¿o debiera decir de mí mismo?. Los que me conocen, y los que me siguen, sobretodo los primeros, saben perfectamente el tiempo que vengo dando la lata sobre Dios, la religión y la ciencia, una trinidad que se hace la guerra civil a sí misma… bueno, el primero y la última van a lo suyo, pero la de en medio es la más beliguerante y la que quiere llevarse el gato al talego por todos los medios, más humanos y cizañeros que divinos, por cierto.
He buscado en mis archivos y más antíguos escritos, y hace unos 20/25 años, sí señores, un cuartillo de siglo, en que este servidor (ya no sé si de las monjas o del demonio) vengo aventurando, pontificando, cansando y repitiendo enfervorizadamente, que Dios se explica muy fehacientemente y casi demostrativamente, más a través de la ciencia que a través del dogma. Desde la la termodinámica a la física quántica pasando por Einstein y el Big-Bang de Hawking… Yo hasta diría que mejor que lo han venido haciendo las religiones y sus iglesias de poder desde su desaforado dominio a través de la Historia.
Son, me parece a mí, muchos años desde que me tiré a esa piscina, dando la tabarra a creyentes y ateos, porque desde ambos extremos de la cuerda he cosechado ataques furibundos e inmisericordes (en ambos lados anida el fanatismo y la cerrilidad), cuando no el suficiente bufido de desprecio de aquella intelectualidad que se sitúa a sí misma por encima del bien y del mal, y que tampoco está tan alejada de su propia ortodoxia fundamentalista… En esos veintitantos años, les confieso que, igual que al principio la carcajada, la mueca y el desprecio era lo que se daba – me sucedió lo mismo que con lo del cambio climático – en los últimos tiempos me parecía percibir, no sé, una especie de pudoroso, quizá educado quiero creer, silencio.
Bueno, a lo que voy: Acaba de editarse en el país vecino (ya está imprimiéndose en España) un libro que ha revolucionado todos los foros y ambientes científicos, filosóficos, teológicos y morales de la sociedad gala – la Iglesia aún no ha abierto su santo pico, pero ya graznará – y cuyo título es: “Dios, la Ciencia, las Pruebas”, autores: Míchel Yves Bolloré y Olivier Bonassíes, dos ingenieros, físico y teólogo, uno creyente y el otro no-creyente, etc… Yo ya me lo he encargado, por supuesto. Simplemente, no tratan de proporcionarnos una demostración científica y matemática definitiva y definitoria de la exisencia de Dios, pero sí un conjunto de indicios, razonables y racionales, entrelazados con el sentido común y la lógica, que permiten al lector tener una opinión cabalmente formada al respecto.
Justo… Ese ha sido exáctamente mi credo, el que he intentado transmitir durante más de veinte años con mis tole-toles; lo que he defendido a capa y espada contra todos los vientos de incomprensión, e independientemente de toda fé preconstruída, que puede seguir manteniéndose, o no, al márgen de los conocimientos que la ciencia nos pone en bandeja… Al propio Einstein, que no era religioso, le molestaba la teoría expansiva del universo, porque, decía: “se le parece demasiado a la Creación”, pero que también añadía, “las pruebas se fueron acumulando, y…”. Ya saben aquellos que lo saben: “Dios no juega a los dados”.
He de aclarar para los que me han seguido hasta aquí, que el libro ha sido revisado y supervisado nada menos que por el Premio Nóbel de Física Róbert Wilson, que fue el descubridor del eco del Big-Bang (la radiación por microondas), y que, por cierto, es gnóstico. Garantiza que se ajusta a las leyes físicas, químicas y electromecánicas de la ciencia… esto es: que no es un invento montado para vender libros, como muchos, en su derecho, pueden pensar a conveniencia de cada cuales. Y lo digo aquí y ahora, porque es justo lo que algunos unos y unas han dicho de mi último librico “Universario”: que es pura imaginación. Y era cierto, porque aún no se había escrito este libro. Ahora ya no lo es… Es que mi aval era la ciencia, y si no tengo un científico a mano que me la avale a la vez, pues eso… que quedo señalado de imaginación enfermiza, cuando no tendenciosa.
Pero yo me alegro que las cosas vayan por su paso y caigan por su peso. Nunca es tarde si la respuesta es buena. Los dos grandes defectos de nuestra época es que los fundamentalistas niegan los hallazgos científicos y que los materialistas rechazan sus descubrimientos… No hace mucho, me mandaba recado un lector: “yo sé que Dios no existe, lo diga quién lo diga, y con eso me basta”, decía el buen hombre con rabia, una declaración, como pueden apreciar, de enorme nivel intelectual. Como otra del otro lado del espectro afantasmado: “si usted no cree en el Dios de la Biblia solo puede ser porque sirve al diablo”… Apabullante. Sin embargo, ambas dos se complementan: Si Dios no existe, el diablo tampoco existe; y si Dios existe, el diablo solo puede estar a su servicio.
Y todos tenemos una parte de ambos polos, de diós y de diablo, para encararnos con la realidad, y para encaramarnos a la verdad física del espíritu y la materia. Pura ciencia entre otras cosas, como íbamos diciendo… Yo les recomendaría que leyesen el libro, claro, aunque puede ser un poco espeso, pues estamos tratando de investigadores con mente científica y principios científicos. Pero como ya yo… yo ya… si quieren, lo iré comentando más o menos puntualmente; aunque ya les digo, tan solo si añaden algo nuevo a lo que ya me duelen las muelas de ir repitiéndolo a Vds.
El Universo no es eterno, pues lo que ha tenido principio ha de tener fín; fué un Génesis explosivo, y un parto complicado; el gran relojero es más bien un gran físico y químico… Todo es tan viejo como nuevo, porque hemos de volver a aprender lo que hemos olvidado, y despreciado. Todos los Catecismos están contenidos en la Teoría de la Relatividad, y en el principio de la energía, pemanente y latiente, actuante y pensante, en cada persona y ser vivo. Todas las teologías cogen en la expansión del átomo…
Y todo eso nos lo explicó Jesús, el Cristo, en sus ejemplos más básicos y elementales; y las iglesias, naturalmente, se lo quitaron y lo adulteraron, como se lo quitaron de en medio a Él porque desmontaba su autarquía de poder: la judía lo eliminó, y la católica lo suplantó.
Los herederos culturales de esos sanedrines somos nosotros mismos. Y llegada es la hora de quitarnos el trapo de los ojos del entendimiento y dejar de dar vuelta a una noria que no nos lleva a ninguna parte… No son normas, ni dogmas, ni tradiciones, ni ritos, ni hormas, ni cadenas ni condenas. Tan solo es conocimiento.
Miguel Galindo Sánchez / miguel@galindofi.com / www.escriburgo.com
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