(de TeleSur)
Primera verdad: todos los seres humanos somos iguales. Segunda verdad: todos los seres humanos somos distintos… Pregunta: ¿cómo pueden ser verdad lo uno y su contrario?.. Respuesta: porque en los pares de opuestos reside la única verdad que se puede dar en este mundo material, y, por lo tanto, dimensional, por donde nada se concibe sin su correspondiente extremo. Si intentamos explicarnos este hecho, nos esforzamos por trascender nuestra propia realidad, pero eso no quita que, al menos, lo hagamos objeto de una meditacioncilla, de una pensadica…
Que toda materia es de naturaleza dual es un principio universal; y que esa misma materia está formada por una condensación de la energía, es igual otro principio universal, además de una ley científica… Luego podemos suponer con toda lógica que la energía lleva en potencia la naturaleza dual que luego se manifiesta en esencia en la masa, en las formas, en la materia, en definitiva, que es donde se desarrolla en toda su plenitud… Miren cualquier reino: mineral, vegetal, animal, o incluso humano…
Bueno… en la humanidad, la polaridad aparenta prolongarse a su dimensión mental, anímica, espiritual, fuera lo que todo eso fuese. Es como si esa energía (inteligente, claro) aportara un conocimiento – sin duda que adquirido en la experimentación – al valor humano en sí mismo… Quizá que la explicación de por qué todos somos iguales siendo a la vez diferentes entre nosotros mismos, esté más o menos cerca de este núcleo; es posible que nos ronde las entendederas, pero la verdad es que lo ignoramos aunque lo intuyamos. Y ello se debe, permítanme decirlo así, de frente y sin protección alguna, porque somos almas viejas, hermanas por un mismo origen, pero hermanastros en infinitos destinos… Es posible, o no, que todo arranque en el Big Bang de Hawkings, en que la energía primordial anterior a tal fenómeno puso en marcha el mundo material con tal explosión inicial de energía.
Eso es pura ciencia, pura física. Lo que pasa es que en ello reside un añadido que se nos escapa: nosotros mismos. ¿Dónde estamos nosotros?, ¿qué papel jugamos?, ¿qué puñetas somos y hacemos en ese castañar?.. It ist the question, que dijo el inglés aquél. Me esfuerzo en montarme un algo gráfico de ello, y me imagino uno de los múltiples estallidos que salen de un castillo de fuegos artificiales. De una de sus muchas piñas salen disparados no menos múltiples caños de luz en distintas direcciones. En la piña eran un todo, estaban juntos, formando una sola cosa, pero fuera cada cual toma un destino separado, distinto unos de otros… En su trayecto, parecen apagarse un tiempo, y luego aparecen más adelante encendidos de nuevo, hasta que se apagan, o los perdemos de vista definitivamente.
Existe cierto paralelismo con nuestro trazado… Todos – y todo – venimos de un mismo y solo punto cósmico en el tiempo y en el espacio; de un inicio común; de un principio principal (valga la redundancia); de un mismo, único y solitario origen… Y, aparentemente, tomamos direcciones distintas. De ahí lo de que las dos verdades del principio no dejen de ser ciertas… La cuestión a meditar está en que todas, absolutamente todas las antiguas culturas y conocimientos, tanto ancestrales y actuales, apuntan a que hemos de regresar, como portadores asimilados del conocimiento absoluto, al punto de dónde venimos… Ahí es nada, monada. ¿Cómo puede ser eso?. Yo no lo sé, pero puesto a imaginar dentro de los parámetros conocidos, si el espacio es curvo, como así afirman los científicos, la lógica señala que debe existir un punto de unión, de encuentro…
Todas estas… ¿elucubraciones? Valen tanto para las partículas físicas como para las energéticas; tanto para la materia como para la energía más actuante. Y en esta segunda es donde entramos nosotros, que participamos de ambas. Pero los verdaderos, genuinos y auténticos NOSOTROS no son nuestros cuerpos, en modo alguno, sino nuestras… digamos “almas” (cada cual lo crea o llame como quiera)… “Somos” lo que habita nuestro cuerpo físico, no nuestro cuerpo físico, que tiene un tiempo limitado de existencia material, y habremos de abandonarlo tarde o temprano para que siga la ley entrópica que marca el universo.
Y aquí viene uno de los principales obstáculos que la humanidad ha elaborado para su propia evolución: que actuamos con el mismo apego y querencia que los animales para con sus descendientes genéticos, y actuamos con el mismo instinto de crianza y protección siempre, cuando ellos, sin embargo, los abandonan llegadas sus crías a la fase de individuos adultos… Ese instinto nosotros lo convertimos en sentimiento, y damos un valor un tanto equivocado al factor genético más que al factor espiritual. Me explico: si los genuinos “seres”, o entidades, que somos, nos incorporamos de “fuera”, en el fondo (que es donde realmente reside lo auténtico, y no en la periferia) no somos hijos, ni padres, ni parentela alguna de nadie… tan solo somos colaboradores necesarios que les hemos elaborado un habitáculo para que, como entes anímico/espirituales, encarnen. Solo eso.
Por esto es que nos queremos tanto pero nos conocemos tan poco… De ahí el conocido poema de Khalil Gilbral, “tus hijos no son tus hijos…”, y de ahí también todas las antiguas enseñanzas espirituales que afirman que las vidas solo pertenecen a Dios, no al hombre; y de ahí las duras palabras de Cristo, de “se levantarán hijos contra padres…”; de ahí el Evangelio que nos envía a que solo tenemos un único Padre y todos somos Hijos suyos… Pero esto no son metáforas, sino realidades puras y duras.
Y por eso es un contrasentido (pecado) defender a nuestro hijo y matar al del vecino, por mucho que nuestro intelecto se niegue a entenderlo… Admito, y lo reconozco, que esto que estoy afirmando es muy fuerte; quizá demasiado para ciertas mentalidades; incluso radicalmente inadmisible para otras. Pero en esto radica la paz universal: en que todos seamos hermanos en un, y de un, mismo lugar y misma Entidad; de un mismo Logos y un mismo Uno… “Lo que hagáis con esos inmigrantes y con esos gazatíes, a Mí me lo hacéis”, soltó en el tiempo Cristo con toda intención, pero no podemos, o no queremos, entender su verdadero significado. Nos hemos empeñado en ser más de lo que no somos, y menos de lo que en realidad somos… Y creo, con todos mis respetos, que por eso somos tan puñeteramente desgraciados, en ambos sentidos de la palabra.
MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ / info@escriburgo.com / www.escriburgo.com
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