En otros tiempos, y tampoco tan atrás del actual, en nuestra situación pandemicoronavírica, se habrían elevado al cielo rogativas, plegarias, rosarios de la aurora, novenas y misas masivas, y se hubieran sacado procesiones de todo el santoral patronímico, en busca de que esto pare… Lo he pensado cuando he visto en un telediario la Plaza de San Pedro prácticamente vacía en uno de los actos públicos en que el Papa sale al balcón. Ese vaciamiento metaforiza perfectamente la situación al día de hoy. Damos más credibilidad a la ciencia y a las autoridades sanitarias que al milagro. Por si acaso, claro… No es que hayamos dejado de creer, es solo que ya creemos menos en ciertas cosas. Hasta el propio pontífice. Advierte prudencia y sensatez en estos casos.
No es que estemos solos, no digo yo eso, pero es posible que sí nos sintamos solos. Y no es malo creerse solos, y volver la vista a uno mismo para sentirnos más responsables de nuestros actos y tratar de arreglarlo sin que la divinidad nos saque las castañas de un fuego que hemos prendido nosotros, y que nosotros mismos nos encargamos de alimentar. A lo mejor – o a lo peor, no lo sé – eso mismo es precisamente lo que Dios quiere. Que nos veamos solos ante nuestro propio espejo y actos… Hasta el mismísimo Jesucristo clamó aquello de “Padre mío, ¿por qué me has abandonado..?”.. ¿Acaso nosotros somos más que Él?.. Pues entonces…
Existe un texto célebre de Flaubert, analizando los pasajes de la Historia, en que se pone a escribir sobre la transición que hubo entre el ocaso de los dioses paganos y la llegada del cristianismo. Un intérvalo prácticamente despoblado de olimpos superiores a los que orar y honrar, y, de paso, agarrarnos en caso de necesidad. Luego, ya sabemos lo que pasó… Que Cristo se encarnó en este jodido y dolido mundo para recordarnos que Dios se parece más a un Padre que a un Yahvé, ya vé, y después San Pablo instauró un judaísmo cristiano con la invención del catolicismo, que dogmas y concilios posteriores se encargaron de configurar una religión que se parece como un huevo a una castaña si lo comparamos con las auténticas enseñanzas del Nazareno. Nada que ver lo íntimo de Jesús con las estentóreas externalizaciones y masivos autos de fé con que se rodeó su otra interpretación eclesial.
… Y a eso mismo quería referirme, precisamente. Que hasta esa teatralidad demiúrgica, impostada en la catolicidad, y que tan ruidosa y falsamente se referencian en romerías populares y procesionales festivas y votivas, ha llegado un patógeno casi invisible, un virus cochino y pequeño, y nos ha puesto a todos, creyentes o increyentes, mirando para el centro de salud, en busca de un Pcr que nos adivine el futuro inmediato… Luego ya veremos si la bendición de Su Santidad coincide con la de su Sanidad para cuanto más tarde mejor, o no. Esto es, a Dios lo que es de Dios y al virólogo lo suyo para que se meta prisa con la vacuna…
Y los virólogos no son dioses, y necesitan su tiempo… Hasta el dios griego Esculapio necesitó de tiempo y templo para ejercer la medicina entre los humanos… a través de los propios humanos, claro, por supuesto. ¿Qué sería el Oráculo del propio Apolo sin su Pitonisa?... Pero no me malinterpreten. No estoy justificando aquí ninguna clase sacerdotal interpretadora de los designios divinos. Eso sería tanto como declarar la imprefección de un dios que necesita una clerecía a su servicio autodotada de infalibilidad. Dios no necesita a nadie más que al género humano en su unidad, no ninguna particularidad representativa y exclusivista.
Que esa humanidad siga detrás de sus santos y sus santas, sus patronos y patronas, sus dioses y sus diosas, y todos sus tótums y sus tótems, demuestra que no ha avanzado mucho en cuanto a lo de su folklore aprehendido (nosotros lo llamamos tradición)… Pero que en una tesitura como ésta ya no repitamos las estupideces de la Edad Media, y pensemos que es el médico de cabecera el que nos quita la colitis y no el santo intermediario, ya es un pasico p´alante, dentro del retraso endémico de la tribu adoradora de los ritos y enemiga de los retos.
Porque un reto es empezar a pensar en que los hombres somos los sacerdotes de nosotros mismos, que somos nuestros propios templos, y que Dios solo habla a través de las entendederas de cada cual, de tú a tú, sin intérpretes ni jerarquía alguna de por medio. Y que es el mensaje del Evangelio más tapado, disimulado, escondido y malinterpretado, porque no conviene que la gente piense por sí misma, pues así, tal cual, lo soltó el Cristo: busca dentro de ti, no fuera, ni en boca de nadie, ni en templo alguno… Quizá veamos que la vacuna no tiene tanta importancia.
MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ
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