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Foto del escritorMiguel Galindo Sánchez

LA VEJEZ



La vejez no tiene nada que ver con las viruelas. Son cosas distintas que, si se relacionan, es porque aún no ha llegado la muerte, si no, no existiría ninguno de los dos casos… Pero lo cierto es que la viruela es un hecho, y la vejez un concepto. Y los conceptos, ya se sabe lo que son, que cada cual lo explica según su personal forma de ver las cosas. Tienen la existencia real que nosotros queramos cederle de nuestra propia realidad.

Emil Cioren, quizá que desde el punto de vista del más puro (y ya desfasado, creo) romanticismo, decía que “quién no muere joven, merece morir”. Drástico aserto, joer… Será todo lo romántico que se quiera, pero está diciendo que andamos por el mundo millones de caducados que teníamos que estar muertos. Yo entiendo que la juventud es sinónimo de actividad y la senectud lo es de inanidad, pero aquí el problema reside en que lo segundo se produce por “apartheid”. O te aparta la naturaleza, o te aparta el sistema… ya saben: deje sitio a los jóvenes, o muérase. La sociedad no dice eso, pero lo piensa: váyase al centro de tercera edad, apártese, no moleste, quítese de enmedio…

Y aquí, creo yo, es donde hay que reivindicar que el concepto de vejez, o de senilidad – que tampoco es lo mismo – lo marque cada cual en su caso… En una entrevista al filósofo Ernst Jünger al cumplir sus cien años, el periodista le lanzó: “Ahora que es usted anciano…”, a lo que el escritor le atajó: “No… perdone, yo fui anciano, como antes fui niño, luego joven, después maduro… ya he dejado la vejez atrás. Ahora tengo lo que bíblicamente se conoce por edad canónica”…

Jünger dejó claro que, si no se puede ser eternamente niño, ni eternamente joven, entonces tampoco se puede ser eternamente viejo… O te mueres, o pasas a otra clasificación. En su respuesta (con la que yo creo que se reía de los papanatas) enviaba, al menos, un par de mensajes: uno, la necedad de establecer compartimentos estancos; y el otro, que eso lo decides tú, y no otros por ti… El autor pensaba que la muerte es un accidente inevitable, y que te puede llegar en cualquier época de tu vida. Esto es, que tú no tienes por qué buscar la muerte, ya que es ella la que te encuentra a ti, y no tú a ella… Él la llama “interrupción impertinente”.

Somos muchos, muchísimos, incontables, los que deberíamos pararnos y pensar en esas palabras… A mí, desde luego, y no con esto no quiero corregir a don Ernst, personalmente me gusta más el concepto “tránsito” para definir un desenlace que, aun llamándolo “final”, es el principio de otra realidad… Pero, bueno, eso es solo cuestión de semántica. El caso es que esos tránsitos, o muertes, son acaecidos o provocados; sobrevenidos o empujados… Un ejemplo, doloroso y reciente, lo tenemos en los miles y miles de ancianos condenados a morir en residencias durante la primera fase de la pandemia, simplemente “porque les tocaba”. Ya eran viejos, mayores, ancianos, y solo les espera la muerte… Duele, pero es así. Si cambiáramos la etiqueta “residencias” por “morideros”, es posible que fuéramos más crueles, pero también menos cínicos.

Mis jóvenes y queridos lectores – que algunos tengo – pues el concepto joven para cualquier mortal es tener menos años que uno tiene, pensarán que, a mis 75 tacos de almanaque, ya se me van descolgando de mis andrajos estos artículos: la vejez, el tránsito, o en los que se rememora la niñez… Habrán notado, sin duda, que suelo hacer algún que otro viaje en el tiempo con dirección al pasado, regresiones de memoria y eso. Y sí, es cierto, no les voy a quitar la razón. La naturaleza va del brazo de la disposición. Y es natural que, viendo más claro lo que tengo más cerca, me detenga y constate que igual veo más borroso lo que me queda más lejos. Eso es todo. Y también es lo que nos pasa (y nos va a pasar) a todos.

La cuestión es, simplemente, que existen extraños personajes cultos por este mundo, como, por ejemplo, Clint Eastwood, que a sus 92 años anda haciendo películas, una tras otra, como si la edad no tuviera nada que ver en ello. Y la verdad es que no lo tiene… Pero, sin embargo, reconoce con toda naturalidad que él es un anciano, y no lo niega, ni se pone a vender tampoco todo eso de que “vieja, la ropa”; o “el corazón es joven”, y todas esas gilipolleces. Eso lo dicen los de los centros de jubilados, como mantras preparados… Él se limita a reconocer que es viejo perdido, pero que la mente no tiene la edad del cuerpo. No es sentirse joven haciendo las inmadureces de los jóvenes, si no respetar el cuerpo dignificando la mente… ¿Lo cogen..?.

MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ www.escriburgo.com miguel@galindofi.com

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