(de Logística)
Por alguna razón, a lo largo de la historia, tuvo que sobrevalorarse el concepto de Moral. Al igual que se hizo con el de conciencia, la moral, por algún motivo (que yo creo eminentemente ligado a nuestra cultura cristianoccidental)… perdón, mejor catolicoccidental, se le tuvo que elevar a ciertos altares de valoración. Digo esto, y ustedes sepan disculparme por ello, porque, como casi todo, viene del latín “mos, mores” y su significado es “uso, costumbre…” Incluso “moralis” es traducido por “relativo a las costumbres”.
Como podrán apreciar, por alguna causa en algún momento, se ascendió la costumbre a obligada virtud (moral). Esto es: determinados usos y costumbres fueron patinados – de pátina – como sagrados, ya saben, conforme a la moral… Desde luego, es un falseamiento de principios, pues cada cultura tiene sus costumbres, muchas veces distintas, y otras muchas más hasta opuestas. Llegados a este punto, habría que decir que cada cultura ha desarrollado sus “mores”, sus morales al uso, diferentes e independientes unas de otras, aparte mutuas influencias. Por ejemplo, el pueblo Inuit acostumbra una moral de acogida al huésped que le obliga a ofrecer a su mujer para que “ría” con él, en paralelo a la árabe donde es sagrado ofrecer su casa, pero sin la esposa.
Lo cierto es que lo que es moral para unas culturas resulta inmoral para otras, o amoral para muchas, por lo que no se puede dar un valor absoluto a lo que es relativo… No existen morales mejores que otras, si no que todas valen dentro de su contexto cultural y/o tradicional o costumbrista. Aquí, en Europa, hemos desarrollado el complejo del misionero: llevar a imponer nuestra moral (usos y costumbres), como superior, a todo aquel que tiene otras ajenas a las nuestras. Esto es lo que siempre hemos hecho con el nombre de evangelización, a más inri. Hemos tenido la desfachatez de usar Evangelio para conquistar, avasallar (hacer vasallos), y ya, de paso, robarles sus recursos. Y eso en nombre de “la fé”. Una fé basada en una “mores” considerada por encima de todas…
La verdad es que la palabra que más puede aproximarse al significado que se le quiere dar a esa “moral”, reside en el griego “athikos”, o sea: Ética… Para los griegos antiguos, Ética supone el cuidado de las cosas, el no dañar a la naturaleza ni al ánima de los seres creados, incluidos nosotros, por supuesto. Si la ética desarrolla la estética, esto es, la belleza, es como resultado de aplicar la ética a nuestra forma de vivir. Si la causa es la ética, la consecuencia solo puede ser la estética… En realidad es lo más próximo a la recomendación, simplificada por única, de Jesucristo: “no hagas a nada ni a nadie lo que no quieras que te hagan a ti”. Y aquí, paradójicamente, se condenan muchos hechos cometidos en nombre de esa misma “moral” nuestra.
Habría que analizar qué morales, incluidas las dobles morales que son las peores, cumplen el patrón de la Ética, para poder seguir nombrándolas, llamándolas y tratándolas cínicamente como Moral… Salvo, claro, que la auténtica y genuina moral sea la de costumbre y uso, pues existen malas, peores y pésimas costumbres, como existen buenas e inocuas costumbres, si bien hay muchas más de las primeras que de las segundas, habremos de reconocerlo. Lo que no podemos, o mejor no debemos, hacer, y lo estamos haciendo durante miles de años, es convertir la habituabilidad (esto es, la costumbre, el “mores”) de un gesto, de un hecho, o de lo que sea, en una obligación superior de rango espiritual, sin haber pasado por el filtro del Athikos, de la ética, no sé si me explico, o si ustedes quieren entenderme…
Está medianamente claro que es un camino paralelo (yo diría mejor un acto reflejo) que el que se anda con lo que denominamos “tradiciones”. Son hermanos, aunque no gemelos… Se suelta el excátedra “es que es tradición”, y todo el mundo boca abajo y mirando a La Meca. Sin fijarnos un mero ápice en ver si esa jodida y archirepetida “mores”, es positiva, o negativa, o es una puñetera estupidez. Para nosotros, lo tradicional es sagrado, moral, lo mismo sea una representación estética, estática, filosófica o intelectual, que sea una reminiscencia totémica, idolátrica, retrasada y retrasante; o que sea una pura salvajada contra cualquier ser vivo. Lo valoramos igual, porque tomamos lo tradicional como moral, aunque sea retraso mental, cuando no de puro inmoral.
Luego está lo otro: las escalas de valores a las que nos atamos los seres humanos. Nada hay más mudable y cambiante que eso. Todos estamos sujetos a ellas y a ello… Yo también, por supuesto. Éste que les escribe esto, participaba antes de todas esas frivolidades escenográficas de premios, galardones y galas en que las gentes de toda laya y condición se autobesan el ombligo y se lamen el culo unos a otros, y lo consideraba como tolerable e incluso necesario. Lo confieso y me avergüenzo. Sin embargo, hoy me parecen ceremonias vacías de contenido, espectáculos rellenos de vanidad y vacuidad. Muy solemnes estupideces y mucha farsa trufada de intereses.
O algo ha cambiado, o yo he cambiado, eso está claro… Pero ya no valoro igual los elementos de esa tabla. He aterrizado a una perspectiva desde donde se ve lo de antes y lo de después, y los de qué, y los porqués, y veo una banalidad inconmensurable. Y entonces, esa escala de valores de la que les hablo, tris, tras, se mueve, y hay casillas que suben como hay otras que desaparecen, como igual están las que se mantienen inamovibles. Las escalas de valores las fabrica la vida según su existencia humana, y nos señala a la conciencia de todos y cada uno de nosotros. Nuestras vivencias, nuestras circunstancias, nuestras experiencias… son las fuerzas, correctivas o disruptivas, que se encargan de, a veces dolorosamente, mover las clavijas de la escala, ris, ras, cada vez más suave y con menos ruido, mientras vamos teniendo una más clara y diáfana visión de conjunto.
Así que cuando yo digo, o los demás dicen, que esto o aquello, o éste y aquél, es inmoral, corríjanme, corríjanse, debemos decir que no es ético, que no es lo correcto, que va en contra de la armonía, de la justicia universal; que es todo lo sucio, lo torcido y retorcido que no se debe hacer, admitir ni ni contemplar. La moral nos ha servido de bien poco… Alguien preguntará como preguntaron a aquel Maestro: ¿y entonces cómo sabremos, acho, jefe, el que actúa con ética, ya que no con moral?.. y se nos contestará exactamente igual que hace 2.000 años: “por sus frutos, tontolhabas, por sus frutos los conoceréis”. Y, lo cierto es que hay que estar muy ciegos, y ser muy tontos, y muy negados, como para no ver las consecuencias que estamos cosechando de nuestros errados y herrados actos. Desde que la competencia desterró a la cooperación (desde que Caín descalabró a Abel porque sus borregos se le comían las habas) vamos de puto cráneo. En busca del del hermano al que se lo abrimos con la quijada de un asno que era menos burro que nosotros.
Miguel Galindo Sánchez / www.escriburgo.com / miguel@galindofi.com
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