(de VidaNueva) Que Jesucristo fue un personaje real, histórico, está más que demostrado y fuera de toda duda. El historiador judeo-romano Flavio Josefo ofrece suficientes pruebas de ello, si bien… por supuesto, que por su nombre de pila: Joshúa Ben Youseff, esto es: Jesús, hijo de José (el sobrenombre de Cristo, en griego, que significa “el ungido”, como ya ustedes saben, le vino después)… Como también deben de saber que la identidad histórica de cualquier persona, puede encajar, o no, en todo o en parte, o en nada, con la que se le concede por otros motivos, ajenos o añadidos, a esa misma Historia fedataria. Me tomo la libertad de aclarar este concepto para mantener la ecuánime, y deseable, distancia entre la Fé y dicha Historia. Con el permiso de ustedes pues, y naturalmente, sin ánimos de ofender a nadie.
Bien… Pues imagínense los que me siguen, que en unas excavaciones arqueológicas de las afueras de Jerusalem, aparece una tumba de hace poco más de dos mil años, perteneciente a un hombre rico, por la calidad y disposición de tal tumba en su época, y cuyo interior guarda un esqueleto completo, perteneciente a un varón de unos treinta y algunos años, y cuyo restos y una jarra de arcilla de las usadas para ungir con óleos, de primeros de nuestra era, fuera datado todo por el método del Carbono-14, y como propina añadida, una lámpara votiva de cerámica, del mismo tiempo y época, en la cual aparece grabado el nombre de Joshua Ben Youseff… Este es el tema central de una película de hace más de veinte años, dirigida por Jonas Mc´Cord: The Body… No quiero contar más de la misma, por si alguno de mis osados y asiduos lectores quieren buscarla por esos fondos de Dios, y verla.
Lo interesante de esta cinta es el dilema que plantea la posibilidad de que tal cuerpo pudiera llegar a ser el de nuestro buen Jesús, el fundador – a su pesar – del cristiano/catolicismo… Se plantearía una catástrofe de orden universal que podría acabar con la Iglesia Católica, y todo ello con la cadena de consecuencias que traería tal revelación (o desvelación) de tal cosa, ya que su credo se sustenta sobre la premisa básica de la Resurrección. Su resurrección en cuerpo y alma.
Toda su doctrina, dogmas y estructura caerían como un castillo de naipes. Y lo que es aún peor, la Católica tiene una parte muy importante de confesión ultraconservadora que no dudaría un solo segundo en armar otra santa cruzada para hacer lo que hubiera que hacer: destruir, ocultar cualquier prueba, perseguir, e incluso quitar de en medio, si preciso fuera, a quiénes hubiera que eliminar, para lograrlo… Las peores guerras son las guerras de Fe, y también en eso el Vaticano haría lo que estuviera en su enguantada mano para ocultar cualquier motivo de duda ante esa desastrosa posibilidad.
Sin embargo, en este punto y término, este humilde servidor de ustedes se desmarca 180º de la ortodoxia establecida a tal efecto… Me cuesta trabajo llegar a entender que toda una Iglesia base la totalidad de su estructura de esperanza en la resurrección del cuerpo casi más que en la del alma. A mí, lo que me importa, es la inmortalidad del alma espiritual, no la de un cuerpo material, mortal y reciclable. Débil y pobre fé la que pone su aval en la materia corruptible, como demostración poderosa y mágica, sobre lo considerado “normal”. A mí, personalmente, me da exactamente lo mismo que el divino nazareno resucitara su cuerpo con su alma, o se lo dejara en el armario, esto es, en su sepulcro. Lo importante no es la envoltura carnal, si no su inmortal esencia espiritual.
De hecho, en ningún Evangelio se garantiza que la imagen resucitada de Jesús fuera absoluta y totalmente material. En los que se narra su aparición a Magdalena, e incluso en el Mar de Galilea, se cuida de advertir a sus seguidores que no le toquen… En el camino de Emaús lo reconocen de lejos, por la forma de partir el pan… En el pasaje sobre la incredulidad de Andrés, se le recrimina con un reto: “¿habrás de meter tus dedos en mis llagas para que creas?”… pero de ninguna forma se asegura que llegara a hacerlo.
Por otro lado, la segunda ley de la termodinámica (física) establece que “la energía ni se crea ni se destruye, solo se transforma”, como bien sabe el movimiento entrópico universal: todo lo que existe pasa por el ciclo de energía que se convierte en materia para luego ésta volver a disolverse en energía, y que ésta vuelva a crear materia, en un ciclo inacabable…Incluso la Física Quántica nos enseña (Bossón de Higgis) que todo resucita en el universo por medio de la circulación de la energía a través de las formas (masa)… Tampoco me voy a liar aquí en mayores honduras científicas. Lo que quiero decir es que la materia resucita en su sistema al igual que el alma resucita en el suyo, pues estamos inmersos en una estrategia creacional de muerte y resurrección continua.
Por eso no puedo entender que una fé universal se base en unos rudimentos tan pobres y mezquinos, y en unas bases tan cortas y escasas como la existencia o no de la osamenta de un hombre por muy santo y/o hijo de Dios que sea. Y que nos fijemos más en sus caducos restos mortales que en el contenido de su Mensaje. No logro comprenderlo… Y he leído a muchos más teólogos de los que me han recetado. Yo no creo en una “resurrección de los muertos” que, si lo hicieran todos los diñados desde el principio de los tiempos hasta la fecha, no íbamos a coger en toda nuestra galaxia…
Seamos serios por una vez. Lo importante es lo que somos y lo que nos transciende, no en lo que quedamos y que se nos desprende… ¿Capisqui?..
Miguel Galindo Sánchez / www.escriburgo.com / miguel@galindofi.com
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