(de Alegato)
“Cuando nos enfadamos creamos sustancias químicas dañinas en el cuerpo que afectan negativamente a las paredes estomacales, a la presión arterial, a los vasos sanguíneos del corazón y de la cabeza, a las válvulas endocrinas, al sistema inmunitario…”, le leo a Valentín Fuster… ¡Joer!, me digo a mí mismo, en un arrebato de incómodo fastidio. Los que estamos medio majaras como yo, que pensamos como pensamos, cuando alguien que sabe nos pone ante los morros lo que ya deberíamos saber, y lo que es peor: ya sabemos, no podemos dejar de hacernos la siguiente y frustrante pregunta: ¿cuál de los dos “Yos” se enrabieta, y cuál paga el pato?..
Porque un servidor de los que me leen sabe que todos tenemos un colega que, aparte de algún que otro servicio prestado, es impulsivo, prepotente, dominador y egocéntrico, y que intenta siempre subírsenos a la chepa y ser auriga de nosotros mismos… Se rebela de su papel asesor y quiere suplantarnos a los que en realidad “somos”. Es un colaborador necesario, que nos conoce más que nos conocemos nosotros mismos, pues ha sido nacido con nosotros y se ha criado a nuestra vera, verita, vera… y sabe como manejarnos. Más que si nos hubiera parío, el tío.
Yo hace algún tiempo que, aún sin poder extraerlo del todo de mis tripas anímicas, que vive como un señor parásito a mi costa, sí que pude re-conocerlo y asignarle una entidad separada: Tú eres Ego, y yo soy Yo; y, aún siendo parte el uno del otro, compadre, tú y yo no somos los mismos… Y no me va mal del todo, aunque, a veces, se me desmande. La verdad es que podría irme algo mejor, pero no me quejo. Al menos, me parece que lo voy conociendo tanto como él me conoce a mí, y de momento andamos empatados en el control, o eso intento. Cuando, por lo que sea, pierdo algún papel, siempre le digo, ¡eh, oye, que sé que has sido tú, modérate!..
El Ego tiene además una virtud capciosa: intenta por todos los medios a su alcance mantenerte trincada la mente… Sabe que, mientras no la abras, tienes cerrada toda posibilidad de renovación intelectual, y eso le dá poder sobre ti, puesto que te inocula en el trastero que cualquier librepensamiento es un ataque a ti mismo, a tu propia identidad, a la razón de lo que eres; cuando es una rotunda falsedad, ya que se trata de cambiar el ser como eres y en ese envite peligra él.
En una mentalidad cerrada domina el Ego en su totalidad, y actúa como Perico por su casa. Se ve claramente en esas actitudes selladas a cualquier otra posibilidad que no sean las que ha hecho (o le han hecho) dogma de ellas. En esa resistencia, que en el fondo es miedo, muchas veces vestida de religiosismo y/o tradicionismo, que se opone a todo sin un razonamiento mínimo a cualquier probabilidad dialogada y abierta, domina el más puro y duro Ego. El temor cerril del Ego es que Yo sepa lo que sería peligroso para él.
Y de ahí viene el título del de hoy: la egolatría no es otra cosa que la adoración del propio ego (cada cual el suyo). “Latría” es eso, “culto a”, solo que no es al Sí mismo, sino al Ego de uno mismo… Conozco seres que, nada más que a ellos les parezca que le llevas la contra en algo, reaccionan violentamente contra ti, o incluso contra sí mismos, alterándose, enrocándose y atacando… su Ego está por encima de Él mismo. Otra actitud es encerrarse como un puerco espín, con sus púas a la defensiva, y diciendo que a ellos no les hace pensar lo que no quieren pensar, ni el Tato. En tales casos, nada hay que hacer.
Existe otra pista inequívoca que nos indica cuándo está actuando el Ego de la persona en cuestión, y no la persona misma: cuando no se pide perdón, porque siempre, siempre, siempre, llevan razón. Prácticamente es como su carnet de identidad. La personalidad de tales personas – disculpen la redundancia – es tremendamente egóica, salvo o que algo, algún día extraordinario, los tire de su caballo, como a Pablo de Tarso, y los ponga a pensar, ya que tontos no son… cerrados, sí, pero no tontos. Es el Ego el que te perdona a Ti por no darte cuenta de que él lleva razón y tú no.
Cada Ego, claro, tiene su propia personalidad manifiesta, prestada de los seres humanos a los que manda y de los que se mantiene; pero en el fondo son todos iguales, como cortado por un mismo patrón… tan es así, que cuando conoces a uno los conoces a todos, ya que reaccionan del mismo modo. Por eso aconsejo, si me lo permiten, claro, que intenten conocer al suyo, su comportamiento y eso. De ese modo igual conocerán cuándo en los demás actúan sus Egos y no sus Yos, y así podrán utilizar algún tipo de táctica (de ahí viene lo de “tacto”, por cierto), de tolerancia, o de puesta a distancia.
Sé lo que digo, porque hay que tener mucha, muchísima confianza, como para soltarle al prójimo en su cara, “estoy hablando con tu ego, y no contigo. Anda y dile que se calle”. Lo más seguro es que descubras que tal amigo no era tu amigo, pues el Ego es tremendamente sensible, y no quiere ser descubierto de ningún modo. Así que, en el diálogo interno con el Yo, lo convence de que ambos dos han sido gravemente ofendidos, cuando solo él se ha ofendido.
Y esa es la otra marca de identidad del Ego: que se ofende como pocos. La diferencia entre ambos hermanos es como Caín y Abel: que uno siempre anda ofendido culpando al otro de su ofensa… Y se enrabieta. Y de aquí el problema con que empezábamos este artículo: que el que se ofende, se enfada y se enrabieta es el Ego, pero el que paga los platos rotos en cuestión de salud es el Yo en su triste cuerpo físico. Porque, en definitiva, somos los que pagamos la factura psicosomáticamente, como bien nos advierte el doctor Fuster… Y no es justo que él ande siempre refunfuñando y disgustado y que a nosotros se nos rompa el chásis en el que ando, o la crisma, o los nervios, o todas las válvulas de mi organismo. Ni que me joda el traje que necesito para vestirme y la salud que preciso para expresarme.
En fin, así andan las cosas; yo ya he empezado a tomarle medidas. Usted puede hacer lo que quiera.
MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ – www.escriburgo.com – info@escriburgo.com
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