En las Plazas Mayores de todos los pueblos y ciudades de España y del mundo, allí donde la ciudadanía se junta para lo que sea que fuera que hacen, tanto para un roto como para un descosido; donde se reúnen a protestar o a tirar cohetes, deberían instalarse los Climate Clock (reloj climático), ideados por Golan y Boid. El primero de ellos apareció el pasado año en la Union Square Garden, de Nueva York, y se trata de unas pantallas digitales – de mayor a menor tamaño – donde se muestran un par de cifras: la primera de ellas, de color naranja, marca el “punto de no retorno”, esto es, según los expertos y la propia ONU, el tiempo que nos queda para reducir los gases de efecto invernadero antes de que sea demasiado tarde… La segunda, en color verde, “canta” el porcentaje estimado de consumo energético en el mundo procedente de fuentes renovables.
La primera cifra, que va marcha atrás, se va reduciendo segundo a segundo (quedan alrededor de seis años y cuatro meses, no más), y la segunda, va creciendo poco a poco (andamos por un 12% aproximadamente)… Nos queda mucho camino por recorrer del segundo indicador, y poco tiempo antes de que se ponga a cero del primero. O eso es lo que aparenta. Por eso, opino que el mundo debería estar plagado de esos relojes, y que deberíamos tenerlos delante de nuestras narices en todos los momentos de nuestras vidas y de nuestras decisiones y actuaciones, achuchando a ese doce por ciento a que suba al 100 antes de que se alcance el punto de no retorno: en todas las tiendas, lugares de ocio, gasolineras, entradas y salidas de poblaciones, en nuestras casas… y hasta donde nos defecamos a nosotros mismos.
Tenerlo siempre presente, junto al despertador al comenzar cada día (uno menos en la primera pantalla) nos ayudaría a sensibilizarnos con la urgencia y a responsabilizarnos en nuestras menudas acciones personales de cada jornada de nuestra existencia. Duro, sí, es cierto, pero yo lo veo estrictamente necesario. Pasado ese plazo, ya veremos para lo que tenemos tiempo o si ya no quedará otra que actuar obligados por la fuerza, sin ya tener más puñetero remedio ni otra opción… Visualícenlo ustedes como al Bruce Willis en una carrera desesperada contra el tiempo y los malos, para, al final, contra todo pronóstico, llegar a punto de parar el clic-clic digital de una mortífera bomba en los sótanos del más poblado edificio de Manhattan…
Imagínense ustedes, si no ese jodido reloj, el menos un enorme terreno de una espantosa aridez, y nosotros, en medio del mismo, en uno de los días de verano en que nos hemos acercado a los 50º, y sin una mierda de chiringuito cerca. Bien. Esa es la imagen-consecuencia de la deforestación y de la falta de agua que están sufriendo ya millones y millones de personas en otras partes del mundo, y que se nos acerca a nosotros mismos con el cambio climático de los c… Bien ¿llegan a imaginarlo, aún bajo la sombrilla de la Coca-Cola?. ¿sí?. Pues ahora, imagínense que podemos aproximarnos a marchas forzadas a un bosque frondoso que avanza (o se aleja) hacia, o de nosotros, y en el que podamos refrescarnos en la acogedora umbría de sus árboles y humedales…
Piénsenlo. Lo primero, es lo que lograremos, seguro, si seguimos por el camino de deforestación, sobrexplotación de suelo, contaminación ambiental y consumo desaforado de materias primas, hermanas, suegras y cuñadas… Y lo segundo es la posibilidad que tendremos si comemos menos animales, y sustituimos el cultivo masivo de pienso por árboles; con una gestión natural del agua y una prudente desintoxicación gradual de la atmósfera. Es el camino de la reforestación.
En ambos casos, nosotros somos los agentes destructivos y/o constructivos. Y somos los que elegimos. No los políticos, ni las empresas, ni mucho menos las multinacionales, ni la publicidad, ni las campañas dirigidas al consumo. Ninguno de ellos. Solo nosotros decidimos salvarnos o destruirnos… Yo, sinceramente, no lo veo (aunque muy bien puedo estar miope perdido), pues lo que veo es a los jóvenes lanzados a un hedonismo radical, decadente y desenfrenado, y a los adultos hipnotizados por la cultura del asfalto, la distancia y el quemagasolinas… Y no engancho a ver ningún atisbo, ni una sola iniciativa inteligente por parte de nadie. Mucho, muchísimo menos, por parte de unas Administraciones que corren en sentido contrario hasta con sus propias disposiciones…
Pero como, a pesar de todo, me considero un optimista pesimista, me encantaría que alguien de ustedes, aún uno solo de muchos, me contradijese con alguno de los ejemplos que muestren lo contrario. Me gustaría mucho equivocarme, y que Bruce Willis pueda desactivar la espoleta, y hacernos un guiño con aires de suficiencia… Pero no veo a ningún héroe en esta película, y sí a manadas y manadas de desgraciados…
MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ
www.escriburgo.com
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