Nacimos tras la devastación de una guerra civil. Jugamos en una España derruida, llena de escombros y descampados, de solares y estómagos vacíos, donde se futboleaba con pelotas de trapo y cuerda, y se jugaba con canicas de barro. Donde fuimos amamantados entre miedos, odios y silencios, y destetados entre advertencias, cabezas gachas, dogmas y amenazas. Ese fue nuestro pan nuestro de cada día en el gris plomizo de nuestra niñez. Nacimos en una paz de la que nos enseñaron pronto, muy pronto, que unos habían ganado la guerra y que otros la habían perdido, y que eso iba a marcar nuestros destinos en aquella España Una, Grande y Libre que había quedado dividida en dos, y de lo que, mucho después, pudimos acceder al mensaje que nos dejó escrito Antonio Machado: “españolito que vienes al mundo te guarde Dios, una de las dos Españas habrá de partirte el corazón”…
La del hambre y la necesidad para los hijos de los perdedores, y la de la abundancia y oportunidades para los de los ganadores. Los primeros irían de aprendices a tiendas y talleres, los segundos podrían pagarse sus carreras y tendrían los puestos de dirigentes y jefes de los segundos en la nueva España. Una sociedad de señores y menestrales, como la que había antes de que unas elecciones libres acabaran con ella y que un golpista quiso volver a imponer por las armas.
Pero, aún aplastados por el mismo silencio, hubo un día en que obreros y estudiantes, hijos de vencidos y vencedores, todos juntos y a la vez, quisieron ser libres, y sintieron, al mismo tiempo, la necesidad agónica de quitarse de encima la asfixiante dictadura. Y juntos se tiraron a las calles, y juntos corrieron ante policías y guardias civiles, y juntos pasaron por aquel Tribunal de Órden Público franquista y por las palizas en sus calabozos y cuarteles, y todos, estudiantes y trabajadores, se rebelaron en los pueblos, y empezaron a tocarles las narices a los Jefes Locales del Movimiento, y a cuestionar aquella Falange opresora. Y unos y otros llegaron incluso a sufrir cárcel y torturas en manos de aquellos “melitones manzanas” que siempre ha habido en lo más oscuro y tenebroso del poder. Y todos juntos ganaron a pulso la democracia para España…
El resultado de todo ello fueron unas décadas en que obreros y estudiantes, derechas e izquierdas, hicieron una hermosa fiesta de las elecciones, y una fiesta compartida del sistema democrático, en la que todos juntos participaban, compartían, festejaban y se respetaban… Ahora son los hijos de esos hijos los que están ocupando los puestos de aquellos niños de aquella posguerra, que desconocen lo que se les puso en sus manos como una conquista, y que ahora poseen como un derecho sin que sepan valorarlo como un regalo. Y del que disfrutan los estudiantes hijos de obreros (impensable antes) y obreros hijos de jefes (igual de impensable). Y donde los partidos que se crearon por la libertad, hoy se hacen enemigos entre ellos por el poder. Algo inaudito en un sistema que presume de respetar, y por ello luchó, la libertad de pensamiento.
Ahora son, somos, aquellos hijos de la posguerra aquella, los que estamos siendo diezmados por este Covid-19, que es una plaga biblicoegipcia puesta del revés. Si aún somos primogénitos de algo es de nuestra historia, y por eso y para eso ya somos demasiado viejos. Solo podemos honrar a nuestros padres, que sufrieron esa guerra que los mutiló y nos mutiló a todos, y que ya no existen. Después asumir la posguerra que nos tocó vivir, y luego perdonar y perdonarnos entre todos, y tener que advertir a nuestras siguientes generaciones que no nos unimos codo con codo, hijos de ganadores e hijos de perdedores, para cambiar una sociedad desigual e injusta, para que ellos vengan ahora a resucitar lo que debería haber quedado enterrado.
Los pocos que están saliendo de los hospitales, débiles y triunfantes de esta pandemia, desde sus camillas y sillas de ruedas, y aún entre los aplausos de los que le han ayudado a esta ya última victoria, y los que sobrevivimos encerrados en nuestras casas, nos preguntamos si todo esto sirve de algo frente a la peste del odio, el virus del rencor, y las malas artes, que han vuelto, como una pandemia recurrente, a invadir y envenenar la política de este país. Y lo malo de hoy, es que ya no existen un Caín y un Abel, como fue la referencia histórica que nosotros creímos superar. No. Lo peor es que ahora todos parecen caínes…
MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ / El Mirador / www.escriburgo.com / viernes 10,30 h. http://www.radiotorrepacheco.es/radioonline.php / próximo programa, día ______ …MISIÓN CUMPLIDA
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