(de Diario Público)
En uno de los rifirrafes políticos, pasado no ha mucho, a los que nos tienen acostumbrados nuestros ídems, creo que fue el inefable Feijóo (que se ha vuelto Casado por virtud de Isabelita Ayuso), me parece que por la gilipuertez del “siessi”, soltó algo así como que iba contra “la gente de bien”… Hacía siglos que no había oído ese referente de Gente de Bien, muy de la época de sus apellidos, por cierto. Lo recuerdo como muy de la posguerra, en que solían manejarse un par o tres de denominaciones, que, invariablemente, se usaban para entenderse entre la paisanada: si la zagala, por ejemplo, se ennoviaba o casaba, siempre había un alguien que decía que el opositor era “gente de bien”, para aludir a cierto gentilismo, o que era “mú honrao y trabajaor”, cuando no alcanzaba el estatus anterior. Lo otro que se decía era “gente de órden”, aludiendo más a su obligada proximidad a lo de “afecto al régimen”, que eso era ya un aval de supervivencia.
En los pueblos como en el que yo me crié, solían tener una especie de comité local, que, formado por la tríada cura-boticario-cacique, o similar, eran los que elaboraban las etiquetas del equipaje del vecindaje para cualquier viaje, fuera evento o por cualquier eventualidad… En el de donde me recrié, al ser villa más reconocida, podía ampliarse la trinca a quinteto, llegado el caso, pues cabía el jefe de puesto de la guardia civil, así como el alcalde y/o Jefe Local del Movimiento… bueno, en esta clave – JLM – conocíamos cuando había que disimular ante oídos atentos, traducido por Jamón Limón y Melón llegado el caso y si hubiera lugar.
Si el pueblo tenía Casino, el filtro social podía ser más relajado, ya que los prohombres del lugar formaban o conformaban una especie de “senatus”, donde, en primera instancia, se dilucidaban los más elementales y básicos quehaceres del “pópulus” y sus individuos… La mayoría, claro, “buenas gentes” no más, que la vitola de “gente de bien” se otorgaba a una elegida parte por las fuerzas vivas de esa colectividad, o sea, que los aspirantes hagan meritaje, ingresen el Círculo Restrictivo… perdón, Instructivo he querido decir, o Cultural, o equilicual, y luego ya se verá lo que aporta para pasar a “gente de bien”, de órden, o de la divina leche de la santa teta.
Y la cosa funcionaba cojonudamente… Si la pareja de la Guardia Civil de servicio se topaba por la calle con uno de la pana, el saludo era: “documentación…”, o un “¿…y tú quién (o de quién) eres”; y si se cruzaba con uno de la pasta, invariablemente su saludo era un “muy buenos días nos dé Dios, don Ramón”… Los códigos contantes y cantantes no eran ni postal ni genético, pues bastaba con mirar si llevabas zapatos o alpargatas, sombrero o boina, corbata o bufanda; si fumabas cigarrillo con filtro o picadura liada.
Entonces era todo muy sencillo: o eras, o no eras. En aquella época bastaba con que alguien de los del quinteto te señalara para que los tricorniers fueran a por ti, a tu casa, y, sin necesidad de probar nada, te trincaran hasta más ver… o te dejaran tranquilo, o te pusieran en observación. Hoy tan solo en un caso no ha variado mucho el procedimiento: basta que la mujer diga a la Civil que el marido la ha maltratado, aún psicológicamente, con todo lo que de relativo lleva tal concepto, para que, también sin prueba alguna, lo saquen esposado y lo escancien en la trena. Tal que entonces.
Pero el perfil ha cambiado. Se ha instaurado un tribunal inquisitorial, poco a poco, sutilmente, en que se amplian estos supuestos y otros más – aparentemente – buenistas y politicorrectos, tal que si le da un cachete a su crío, porque le ha escupido en la cara, será reo de grilletes; si le cuenta el cuento de Caperucita Roja en versión no revisada, será llamado a Capítulo; si le silba homenaje de admiración física a una despampanante moza, irá a galeras por acoso y violación; si vuelve a ver la película Lo que el Viento se Llevó en versión original, le caerán las del pulpo a la brasa; si lee a un autor u obra cuestionada, como La Cabaña del tío Tom, lo enviarán a un campo-reformatorio de concentración…
Esto es, que Feijóo, queriendo hacer un valor de una expresión caducada y decimonónica, sin verlas venir, le ha devuelto a Sánchez lo que sus socios de gobierno quieren resucitar del más casposo franquismo, si bien que al revés: los censores de antes ejercían hacia un sentido, y los de ahora ejercen al contrario. Ayer se pedía a la Guardia Civil o al Párroco, certificados de buena conducta, y pronto se habrá de pedir al Comisario, o Comisaria, de Inclusión, Igualdad, Paridas y Paridades.
A mí ya me enseñaron aquellos lo que valía – y sigue valiendo – un peine. Y tuve mis experiencias. Las suficientes. Yo les suplicaría a los de la Dirección General de Politicorrección y Buenismos, que, a los de cierta edad, por ejemplo la mía, se nos exima de un Servicio Social que ya vivimos y apuramos con creces en nuestros días. Que se nos libre del cumplimiento de tales normas y hormas, que ya se nos aplicaron a plomo y fuego… Que se las enseñen, si acaso, a los que aún tienen que ganarse el ser “gentes de bien”, o de lo que fuere que sea eso.
Los que aún no aprecian lo que tienen, y que pueden perder (libertad de pensar, de expresarse, etc.) puede que lo tengan que aprender… Es posible que necesiten lo que a nosotros nos sobra por todos los poros, y no supimos transmitirles. Yo, ya sé lo que es eso… Pase de mí, Abba, este jodido cáliz, si es tu voluntad. Yo ya bebí mis buenos y amargos tragos, anda, porfa, acho…
Miguel Galindo Sánchez / www.escriburgo.com / miguel@galindofi.com
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