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Foto del escritorMiguel Galindo Sánchez

FUERA DE ONDA



Estoy sentado en el porche de mi refugio – cada vez menos refugio – en un intento por escuchar el silencio. Hace 20 años era fácil escucharlo de día, pero hoy no siempre se logra. De hecho, cada día que andamos de futuro es un poquico más difícil. Si acaso, de noche, y tampoco todas, puedes otorgarte el regalo de escucharlo… Entiendo que haya personas a las que les asuste el silencio, que les inquiete y les ponga nerviosos, o incluso les meta el miedo en el cuerpo. Y entonces tienen que crear una fuente de sonido cercana, a la que anclarse y sujetarse, y posicionarse, y afirmarse, para no ser llevado por la marea de silencio al que temen.

Sí… estoy aquí, sentado, y oigo un cercano pero amortiguado tam-tam… No, no es la sabana africana donde estoy (aunque en otros sentidos lo sea) pues en este mundo existen selvas más civilizadas que otras, y no son, precisamente, las que se tienen por menos civilizadas… Es éste un sonido tribal, primario, elemental, monótono y repetitivo. Parece el ruido de un molino-batán, rítmico, acompasado, mecánico: tam, tam… pero sé muy bien que es una de esas llamadas músicas que hoy tienen por ambiental. No es un fenómeno acústico, si acaso, y según el volumen, un atentado acústico, una contaminación acusticambiental, donde los sonidos anacrónicos vuelven a engarfiarse en lo más primitivo del alma humana… o, al menos, eso creo yo…

Mi nieto mayor me contradice, no sin reírse conmiserativamente de mí, o conmigo… Eso no es ruido, abuelo, eso es música…(¿?). Yo pensaba que la música era melodía, o eso he creído toda mi vida: notas que crean sonidos, sonidos que forman compases; compases que afinan acordes; acordes que desprenden secuencias melódicas… ya se sabe. Pero él dice que lo otro también es música. Una música sin pentagrama, sin más instrumental que un bumbum, una percusión sin ninguna repercusión que no sea la propia percusión, un batir automático y nada creativo, casi que inanimado: tam-tam-tam… Así una vez, y otra, y otra, en un contínuum irrelevante. No cabe duda que los que investigan estos fenómenos, los musicólogos, o los psicólogos, o ambos en equipo, habrán elaborado alguna teoría, tendrán algún tipo de explicación para este comportamiento, a todas luces de gustos regresivos… Yo, de momento, he puesto mis barbas a remojar, porque me temo que eso se señalará como la normalidad actual, y a nosotros, y a mí en concreto, se me encasillará como la anormalidad del planeta de los simios… Ya me conformaré con que se me etiquete como anormal y no como subnormal. Pero está meridianamente claro que estoy fuera de onda.

Y es de muchas cosas, y de muchas notas y sonidos también, de los que estoy fuera de onda… Desde hace mucho tiempo, por ejemplo, que los sonidos agudos me producen daño. En algunas ocasiones, se concreta incluso como un patente y claro dolor físico en alguna parte inconcreta de mi cabeza. De ahí que todo volumen fuerte y desmedido (aunque lo de “des” este solo en mí, y la “medida” resida en los demás), me altere y prefiera poner distancia de por medio… Tan me supone un problema, que llegué a pensar en la CFSP, esto es: la Consulta Facultativa Sin Prisas. O sea, cuando me encuentre por ahí, o me tropiece, con un amigo médico, he de preguntarle, a ver si tengo que preocuparme o no… Esta vez le tocó a mi amigo Roca… Se llama Hiperacusia, me dijo: un chirriar de un objeto, los platos al chocar entre sí… y no tiene un tratamiento conocido. No es cosa de otorrino, si no de cerebrino, pues la anomalía reside en la terraza, pero que no me moleste en buscar otro remedio que el ancestral del ajo y agua…

Pues, cojonudo, pensé… Yo, creyendo que estaba rodeado de gritones, y resulta que no, que estoy hiperacústico perdido. Es más, me aclaró, que puedo estar un poco sorderas por cosa de la edad, y padecer hiperacusia aguda, que esas cosas pasan… Pues, qué bien, joer, porque de esto mismo se trata, de joerme. Porque me lo explicó muy bien explicado: no significa que lo demás no griten – que sí que gritan – si no que a ti te hace pupa esa nota alta y el resto del personal tan requetebién…. Pos muchas gracias, doctor.

Fíjense por donde, con el pecado llevo la penitencia. Yo siempre he creído de mala educación el gritar… una reminiscencia, sin duda, de aquella educación recibida en las Normas de Urbanidad que se nos aplicaban (no sé si alguno o alguna se acordará de ellas)… Se nos decía que era una falta de consideración hacia los que no eran sordos, y una falta de respeto por lo general. Luego, con el tiempo, aquella Urbanidad escolapia y doméstica desapareció, y las nuevas generaciones prescindieron de ella. Todas. Salvo en muchos países de Europa que aún conservan esas normas sociales, aquí, hoy, se considera que no es gritar, que es “hablar fuerte”, y que es que todos hablamos fuerte… ¿no será porque gritamos?.. Y que los críos deben gritar como descosidos, por ser, precisamente, críos, y está en su naturaleza. Y los adultos también pueden berrear con rebuznos balsiqueños, pues, como la de los mandriles, está también en su naturaleza… y en su cultura. Nadie tiene la culpa de que yo sea un jodido y puñetero Hiperacústico…

Por eso digo que estoy fuera de onda. Y de nota. Absolutamente. Así que no me queda otra opción que rendirme. Tengo la onda bien jodida, y por eso estoy fuera de ella. Fuera de muchas cosas, y de muchos casos… Tras hablar con Pedro y despedirme de él, dándole las gracias, oí a un tipo que decía a otro, o a otra, que se verían esa noche en el San Antonio. Estaba hablando por el móvil a 20 metros de distancia… ¿Será esa otra enfermedad, o es que yo también tengo, por otro lado, oído de tísico?.. Yo ya solo sé que no sé nada…

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