(de Meer)
No deja de ser interesante la idea de fondo que se utiliza para una novela que he leído recientemente, escrita como un trepidante thriller, titulada Labeb (al revés que Babel), y va de una sociedad de científicos empeñados en demostrar la existencia inmortal del alma, y la transmigración de la misma en sucesivos nacimientos; y en cómo es ilegalizada y perseguida por el gobierno como si fueran terroristas por ello… No aclaro más por no reventar contenido y desenlace a quienes quieran leerla.
Por otro lado, lo que a mí me interesa es la posibilidad que eso tendría en oligarquías, gobernantes y ciudadanos de todo el mundo… No deja de ser curioso, y un tanto atractivo, echarse una pensada sobre tal… ¿fantasía?, o lo que ello fuese. Al fin y al cabo, las religiones admiten su existencia, si bien que sujeta a las normas, hormas y dogmas de lo dictado y establecida por ellas; y las culturas más antiguas de la humanidad, como la hindú, budismo y brahmánicas, lo dan como hecho fundado y establecido. De momento, tal posibilidad se reparte entre el terreno de las fes y las filosofías en su mayor parte, y poco, aún poco, en el terreno de la ciencia, aunque la física quántica apunta por ahí…
En el estado actual, ciertamente, podemos conocer las posibilidades, pero ignoramos en buena parte la mecánica de su funcionamiento, así como sus protocolos y condicionantes. Todo lo que se supone de ello no deja de ser mera especulación, si bien en nada está reñida con su cada vez más y mejor razonada existencia… Si aclaro todo esto antes de seguir con el desarrollo de este artículo es por intentar situarme en el fiel de la balanza, dentro de lo posible, naturalmente.
Pero como resulta que de su probabilidad se desprende un valor moral de primer orden, creo que estamos éticamente obligados a una reflexión “in profundis”… más o menos. Veamos: imaginen por un momento – tampoco tendría nada de extraño – que eso es así, y que el alma humana (por distinguirla del ánima animal) está sujeta a una experiencia evolutiva que, como energía con conciencia de sí misma, le lleva a volver a las áulas de los cuerpos materiales una, y otra, y otra vez, y otra más, invariablemente, hasta completar su desarrollo evolutivo en el ciclo humano, aún en y por períodos indeterminados.
En tal caso, supondría que un hijo, un padre, un hermano, un esposo, cualquier ser querido, tras su muerte física, que no psíquica (aún estamos investigando el rol de la mente en esos campos inmateriales) podría volver a esta misma realidad en cualquier grupo étnico; en cualquier parte del mundo; y en cualquier circunstancia favorable o desfavorable a su existencia y a su subsistencia… Seres que hemos amado, que amamos, pueden re-nacer en lo más árido del Sahel, en un miserable campo de refugiados, o en el matadero de Gaza… ¿Se lo imaginan?. ¿Sí?..
Pues ahora sigan suponiendo que existe la demostración, garantizada por la ciencia, de que se puede saber que su hija fallecida se ha reincorporado a esta vida en tal madre, en tal lugar, de raza tal, y que está condenada a pasar sed, hambre, enfermedad y necesidades, y toda calamidad hasta, comida por las moscas, cumplir su nuevo final de período… ¿Qué haría usted?. Tan solo piénselo para sí mismo, por favor… y, de paso, piense, que esas circunstancias no son un castigo de Dios, sino un castigo nuestro, del mundo, impuesto por la actuación de los hombres.
Existen dos consecuencias lógicas a tener en cuenta: si dispone de capacidad, medios y recursos, se plantaría allí, la rescataría y la traería a su cómoda vida… y si no disponemos de tal poder, pero sí de solidaridad y sentido lógico y humano, como espero que todos los que vivimos en este puñetero planeta, nos atañe directa y personalmente, y procuraríamos construir un mundo más justo y seguro para todos. No solo para los seres queridos que nos preceden, también por y para nosotros mismos, que podríamos nacer en una patera camino de Canarias.
Si no lo pensamos es porque carecemos de perspectiva (no sé si de sensibilidad también); o porque nos resulta excesivamente molesto reconocerlo, y es mejor refugiarse en la negación de cualquier cosa o caso probable; o porque a nuestro status actual no le interesa compartir una solidaridad y/o justicia que mañana, nosotros o los nuestros, podríamos necesitar. Ni siquiera los Sínodos de las Iglesias… ¿Cristianas?, han levantado el dedo por los más hambrientos y desgraciados que se tiran al mar o al desierto para pedirnos el trozo de pan duro que nosotros tiramos a la basura. Ni han levantado la voz tan católicas majestades por la atrocidad de nuestras derechas de querer enviarles acorazados que les impida la vida y les asegure la muerte en alta mar. Usted, yo, una madre, un hermano, un esposo, un hijo, puede ser uno de ellos.
Habríamos de reconocer que, si existe lo que llamamos – en falso, claro – justicia divina, tendría que ser una cosa así… “Quienes rechazan a esos desgraciados, a Mí me rechazan, y, por el contrario, quienes a ellos acogen, a Mí me acogen”. Son palabras de un Cristo, en el que nuestros hipócritas dicen creer, y escritas en un Evangelio en que nuestros fariseos dicen defender. Son los mismos farsantes criminales que predican lo uno y hacen su contrario; y también los que los arropamos, los votamos, y callamos cobardemente disimulando y mirando hacia el lado de las excusas.
En la escala de responsabilidades de los que son asesinados por órdenes de nuestros gobiernos a países sicarios, todos tenemos nuestra parte de culpa moral vicaria y subsidiaria; no solo los que aprietan el gatillo o los trasladan a pleno desierto para que mueran de sed e insolación; también desde los políticos hasta los que votamos a esos políticos criminales; incluso los que callamos y no opinamos. Todos somos culpables a nuestro nivel… Por eso me resulta fascinante lo que ese libro pone ante nuestros ojos: ¿abandonaría a la muerte ignominiosa a un negro, le pegaría un tiro a un moro, o levantaría un muro ante el que lleva el alma de un hijo o nieto suyo?..
Pues, lo crean o no lo quieran creer, que me temo que va a ser que no, existe una verdad universal que está por encima de lo que usted o yo pensemos. Y que nos transciende. Y es que son los hijos del espíritu, no de la carne, lo que nos hace a todos hermanos, no los de la herencia genética precisamente… Nosotros nos apegamos, lloramos y sufrimos por lo segundo, no por lo primero; por lo secundario, no por lo importante… Por eso no alcanzamos a reconocer la atrocidad que estamos consintiendo, cuando no avalando. Y habremos de aprender en, con y por nosotros mismos. No es por ahí por donde nos redimiremos, no…
MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ – www.escriburgo.com – info@escriburgo.com
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