(de 123RF)
El móvil me suena en horaje intempestivo de siesta interpuesta, en verano… Le echo un vistazo a la pantalla. Es uno de esos números largos que uno no tiene controlado. Normalmente no suelo contestar, pero como, a veces, me llaman de alguna clínica derivada de la Seguridad Social porque estoy pendiente de alguna prueba mecánica que tienen que hacer a la chatarra de mi chasis, pues decido cogerlo… “Dígame…” (puede que me llame algún notario de la Cochabamba por un tío indiano, perdido y fallecido, que me ha dejado un palacete en Asturias), nunca se sabe.
… “¿Usted está en paz consigo mismo?”… me suelta una voz un tanto airada e iracunda, con rabia, al otro lado del éter, o de donde venga ese otro móvil. Cuando consigo sacudirme el sopor del estupor – imagínenselo – mi pregunta lógica es : “¿con quién estoy hablando, por favor?”, y la respuesta no menos lógica, esta vez rabiosa, al parecer, es: “…sí, cuando escribe lo que escribe, ¿está usted en paz consigo mismo?”, y cuelga sin oír la mía a su pregunta. Deduzco de ello que tampoco le importará mucho que yo esté en paz o no lo esté, cuando no me deja responderla.
Pero tuvo la virtud de espabilarme. La pregunta primera, así, en seco, suena como a una modelo de advertencia de un verdugo antes de cumplir sentencia, no me digan que no… una especie de sicario de esos de los illuminatti de novela de Dan Brown o así…Es como lo que le preguntaba el inquisidor al reo de causa antes de pegarle fuego a sus cascarones… “Ponte en paz con Dios”, le conminaban, ya saben. O es una broma marca “acojone”, o algunos álguienes lo mandan a por el pellejo del escribidor pendejo.
Mas ha conseguido algo: que se me quede de rondón la preguntica, y me la haga a mí mismo una y otra vez, ¿estoy en paz conmigo mismo?.. Mira por dónde este personaje me ha venido a resolver uno de estos escritos (por cuyo contenido arde en santo enojo), a la vez que me hago una reflexión que compartir con todos ustedes. También miren por dónde, en el supuesto de que tal tipo aún me siga leyendo, puedo responderle a la pregunta que me hizo y no aguardó contestación: pues, mire, la verdad, en lo circunstancial, no, no estoy en paz conmigo mismo; pero en lo esencial, sí, sí que lo estoy… ¿podrá servirle?..
Naturalmente, cuando digo “en esencia”, también estoy diciendo “en conciencia”. Las circunstancias que rodean el núcleo de la cuestión es como el esperfollo de la panocha, ya me entienden aquí los de acá. Hace muchos años, quizá demasiados, en el norte, el sólo, único y último monje de un desvencijado y decadente “mousterio”, me decía: “son fuilles seques llevaes pol vientu”. Exactamente eso mismo, tal cual.
Pero sí… esencial y básicamente estoy en paz conmigo mismo. Lo que resulta inquietante, o a lo mejor tampoco, es que las personas que dicen estar, o crean estar, en paz consigo mismas, se atrevan a alterar la paz de otros. Esto se debe a que la paz de los segundos es prestada, impuesta, la única que vale, la que debe priorizar por las buenas o por las malas sobre todas las demás de los que no piensen como ellos… y eso es, precisamente, el detalle que a mí me afianza en la mía.
A cada cual debiera bastarle con su propia paz y no meterse en la del resto de los demás… y si no es así, es que la suya no es tal paz y le incomodan la de sus vecinos no homologados por los posibles ayatolah´s de la suya. A mí me valen todas las creencias que aporten paz a sus portadores, si estos actúan en la misma consecuencia. No me molestan si ellos tampoco molestan a nadie… En paz deberíamos vivir todos, aunque sean paces distintas y distantes. Lo malo, lo negativo, lo ponzoñoso, no es que tengamos paces y creencias diferentes, sino que la nuestra queramos imponérsela al resto de los otros.
Yo sí… estoy en paz conmigo mismo y con la de los demás que me acepten, y, es posible, puede ser, que acaso por eso mismo me encuentre en mi propia paz… Y es que, al fin y al cabo, cada cual ha de lidiar con su propia búsqueda en vez de cargar con su propio dogma. El hecho de expresar las ideas es un derecho, si se respeta la libertad de hacerlo; y el hecho de compartirlas implica voluntariedad, y riqueza, y conocimientos, y tolerancia, tanto por el que las transmite como por el que las recibe. Un mundo exento de normas y hormas siempre es más libre, más rico, más educado y más civilizado.
Quiero hacer constar aquí que esa especie de exabrupto me sorprendió, pero no me molestó… Me puedo sentir juzgado, pero no insultado, y mucho menos condenado. De haberme sentido interpelado, yo también habría reaccionado, airado y ofendido, por esa paz ajena que “se preocupa” por la mía. Pero es que no me sale de mis entresijos funcionar con los mismos parámetros de los que se sienten atacados y escandalizados en su fe. No solo demuestra entonces que su fe es falsa, es que también es un desperdicio patético e inútil que solo sirve para transformarse en odio, en rencor. Y el odio no merece la pena, es una mala inversión…
Ninguna “fe” debería sentirse afectada ni ofendida por ninguna opinión… El escándalo (lo dijo Jesús de Nazaret) reside dentro del ser humano, no fuera de él. Cada uno acopia el resentimiento que quiere, pero nada ni nadie le obliga a hacerlo… Pero esa pregunta, si le obviamos el retintín y la mala uva, es perfectamente válida para devolverla, como un boomerang, a todos y cada uno de nosotros: ¿estamos en paz con nosotros mismos?.. ¿sí?. Pues cojonudo (macanudo para nuestros hermanos de allá).
Miguel Galindo Sánchez / miguel@galindofi.com / www.escriburgo.com
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