Veo una vieja foto del mar de Los Alcázares (permítanme que no escriba playa) en blanco y negro, colgada en FaceBook por Pilar Munar. En ella, con el clásico balneario al fondo, descansando sobre talofitos de madera y ova, unos bañistas jóvenes chapotean a media cintura en sus aguas claras. Alguno de ellos, introducido en una de aquellas negras cámaras de parcheadas ruedas de coche o camión, que servían de flotadores de confianza para críos y menos críos… La foto es como el daguerrotipo de un tiempo congelado. Otra época, otro lugar, otra existencia, otro mundo, otra vida… Nada que ver con hoy, pero puede que parecido a lo que pueda volver a ser mañana, si la naturaleza lo reclama, y aunque esto suene a locura…
Uno solía bañarse en cristal líquido. A menos de cien metros a la izquierda más allá del San Antonio, se podía ver algunos cangrejos persiguiendo el movimiento de tus pies, menudas bandadas de galúas que huían alteradas por tu presencia, huidizas anguilas, o incluso más de un hipocampo flotando majestuoso delante de tus narices. Más allá, la Playa del Espejo no se llamaba así por capricho de nadie, sino por cómo en realidad se mostraban sus aguas… “niña que tienes gracejo / si quieres mirarte un día / ve a la Playa del Espejo / verás tu cara de imperio / de mil estrellas prendida / no digas nada a tu amiga / pues esto es un misterio.”.
Una mañana, unos cuantos zagaloides decidimos incursionar en el espigón que arranca desde la base aérea. Era como una zona de aventura que espoleaba nuestra curiosidad. Conforme te introducías desde la orilla, en la diagonal de su lateral, la profundidad se hacía más y más acusada, casi en un declive de 45º… era pues preciso nadar y bucear. Sabíamos que, casi al final del ingenio, se anclaban en su fondo los antiguos hidroaviones de los que era sede militar, a unas enormes (así nos lo parecían) planchas de hormigón sobre el lecho marino. Y allí nos zambullimos los más atrevidos a curiosear. No contábamos con que alrededor de esos anclajes había nacido una considerable poseidónea de dos o tres metros de altura, que debíamos afrontar. Alguno emergió dando marcha atrás, algún otro se impuso tocar la plancha de fondo. Llegado allí, el ver, por encima de ti, aquellas algas ondulantes sobre tu cabeza, cerrándote la visión, como amenazando tu salida, tus lereloiles le disputaban su sitio a las anginas…
Solo son vivencias casi ya que inconsistentes, que se deshilachan del tejido de los recuerdos. Te viene un cromo antiguo como el de Pilar, y al inconsciente, personal o colectivo, se le escapan retazos de una vez que fué y hubo, de una antigua realidad que ya no existe. Y si existió en alguna ocasión, se largó por el sumidero del progreso, sea lo que sea eso… No me malinterpreten. No soy de los que apostillan la letanía de que “cualquier tiempo pasado fue mejor”. Tampoco peor. Formó parte de los de mi generación, como igual la forma ésta que nos toca vivir ahora. Lo que puede que olvidemos, es que nosotros mismos hemos sido los agentes del cambio, sea éste para bien o para mal, para mejor o para peor…
Nosotros mismos. No otros. Aunque ahora, claro, nos echemos la culpa entre próximos. Pero todos quisimos cambiar aquello a mayor rendimiento de nos, y eso es lo que tenemos. Misión cumplida. Esto es lo que hoy hay… El ser humano está dotado de un instinto de superación y evolución un tanto dudosa: ganar dinero, mejorar, mayor calidad de vida, prosperar… Y es legítimo. El problema es que para construir una nueva realidad va y destruye la realidad que tiene, y luego, viene y la añora. Y como que ya no puede recuperarla, le echa las culpas al de al lado, o al lucero del alba, antes que mirarse en aquella playa de la que ya solo le queda el nombre de lo que fue…
…La culpa es de la agricultura intensiva. La culpa es de la construcción no menos intensiva. La culpa es de la inexistencia de infraestructuras. La culpa es de la inconsciencia colectiva. La culpa es de los políticos… La culpa es de todos y cada uno de nosotros, de lo que quisimos, de lo que hemos concebido, parido y criado: un presente que ahora rechazamos en manifestaciones tipo “salvemos al soldado Ryan”, y lloramos un pasado de postal amado, añejo y añorado. Pero toda causa tiene su efecto, todo acto acarrea unas consecuencias… No busquemos lo que perdimos, busquemos lo que rompimos, y dónde, cuándo, cómo y por qué lo hicimos. Y asumámoslo de una vez por todas… Pero entre todos, coño, entre todos…
“El Alcázar habitaba
Zoráida, la reina mora,
del Mar Menor la señora,
que en sus aguas se miraba…”
MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ
http://miguel2448.wixsite.com/escriburgo
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