Escribo esto en la víspera de San Juan… Esta noche me pasaré la primera parte en vela, como cada año, intentando tranquilizar a mi perro, nervioso y alterado por la traquería y cohetería que ataca la sensibilidad de su sistema auditivo. Mientras él tiembla, yo me cisco en todo hijo de vecino que no sabe divertirse de otra manera que metiendo ruido… Esta tarde se habrá jugado el equipo nacional de fútbol su permanencia en la Eurocopa, y solo espero que lo manden para casa y enfríe los exaltados ánimos de los de los petardos. Más vale que resten motivos a que los sume. Eso que nos ahorramos Duque y yo…" ¡Ojalá llueva café en el campo..!"
¿Acaso no fuiste crío?.. me preguntarán con intención. Naturalmente que lo fui, y la gente amontonaba madera, muebles viejos y trasterío variado en las afueras, solares del pueblo, y a lo largo de la playa de cantiles… Incluso algún virtuoso se molestaba en coronar la pira con algún monigote hecho con ropas y trapos viejos, ya irremendables… Cerca de la media noche, se le pegaba fuego y algunos atrevidos se ponían a saltar la hoguera, aún a riesgo de quemarse las culeras. Los críos aguardábamos (o nos hacían aguardar) a que aquello bajara sus humos para emular a los mayores, poniéndonos a saltar los rescoldos como valientes esforzados. Pero yo no recuerdo ninguna tradición de petardos, tracas ni cohetes, que eso se incorporó después a la fiesta, aún sin tener nada que ver con la original, que yo sepa… Mucho menos el convertir las playas en botellón de borracheras.
En la Edad Media, tras los oficios religiosos de San Juan, rayanos al mediodía, la gente se reunía por cofradías, barrios o comunidades, o los vecinos de las aldeas, y comían juntos, compartiendo viandas y amistad. Luego bailaban a los sones de cualquier instrumento incorporado a la fiesta, o hacían carreras o pequeñas competiciones entre ellos… hasta la puesta de sol, en que se dirigían a las eras y los calveros de los prados, o las orillas de los ríos, donde previamente habían amontonado los hachos… Allí les daban fuego, y observaban reverencialmente su consumación. Solo las ascuas finales eran saltadas por los jóvenes como en un rito iniciático…
Pero la tradición de San Juan viene de mucho antes de que existiera el mismo San Juan. Nace de la noche de los tiempos, de la adoración del fuego por el ser humano, como un dios que nace, los alimenta, los calienta y los protege, hasta que se consume y desaparece, para volver a nacer… un rayo, tiempos de fuerte calor, la luz solar convertida en sagrado fuego, hasta que el hombre supo guardarlo y domesticarlo… Luego, quedó el rito de su invocación hecha costumbre, unida a una observación natural del universo circundante: que el día comienza a acortarse y la noche a alargarse, osea, el cambio de solsticio (el contrario al de la Navidad)… ¿qué mejor momento para invocar al fuego que se va a necesitar en el frío y largo invierno..? Luego, llegó el catolicismo, y todas las fiestas paganas sin excepción fueron cristianizadas. Las religiones basadas en la observancia de la naturaleza fueron beatificadas y asimiladas con nombres de santos populares, o personajes principales del cristianismo, como, por ejemplo, el nacimiento de Cristo superpuesto al de Mitra, en el otro cambio de solsticio, haciendo un paralelismo con el nacimiento de la luz… A éste de comienzo del verano y del fuego le tocó San Juan, el Bautista… quizá por su vinculación con aquel pasaje en el que anuncia que él bautizaba con agua pero Quién viene detrás bautizará con fuego, o quizá por simbolizar, precisamente, la antítesis del fuego, no sé…
Pero sí sé que el fuego es catárquico, y lo importante que se ha perdido de la tradición es esa catársis que ya no se realiza, ni se celebra, ni se recuerda: mientras el fuego consume cuánto toca y le ha sido ofrendado, a la vez que consumiéndose a sí mismo, los seres humanos experimentaban una sensación de introspección también en sí mismos. Se intentaba quemar la escoria de lo viejo para que, de sus cenizas, renaciera algo nuevo y mejor… No es, ni más ni menos, que la historia más antigua del Ave Fénix…
Sin embargo, solo hemos salvado y conservado lo más grosero. Adoramos la hez de la tradición, el becerro de oro: el ruido atronante, el consumo de alcohol y drogas, el embrutecimiento sin más causa ni razón que el propio hedonismo… Es más, estoy absolutamente seguro que se reirán y ridiculizarán este artículo… ¡Joer, ya está éste con sus tole-toles de siempre… en vez de encarar la posible verdad y la posible mentira de nuestra propia actitud a tal respecto. Segurísimo. Casi todos, con muy pocas excepciones… ¡¡ Acho, enciende el hacho.. ¡!
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