(de Facebook)
Leo a Isabel Coixet (en Magazine) confesar que su vida ha sido un afán continuo de esclarecer la verdad de las cosas, de sacar lo escondido y buscar las cinco patas al gato… Y resulta que me identifico plenamente con ella. Toda mi existencia desde que me conozco – y nunca llega uno a conocerse plenamente – ha sido eso mismo, y así mismo. Me ha interesado aquello que no se ve; lo que está oculto tras la historia que se cuenta, y tras la historieta; de lo que no se explica, porque no se sabe o porque no conviene; lo que hay detrás de las apariencias; lo que se agazapa tras la oscuridad de los dogmas; siempre he buscado en las grietas por donde se filtra la luz; por las esquinas y rincones donde puedes encontrar a las tímidas verdades… Nunca me ha servido el “esto es así porque es así”, sin saber el por qué es así, el por qué de las cosas, o el motivo de los casos.
Y no crean… al contrario que cuenta la autora de su experiencia personal, ese no conformarme con lo obvio (o con lo que dicen que lo es) siempre me ha procurado enormes muros de incomprensión de todos los colores y texturas, desde el rechazo al benévolo “dejémoslo estar” pasando por la jactanciosa mueca despreciativa. Y no es victimismo, si no constatación de haber sido… de ser, una rareza. Nunca, jamás, me he dejado llevar por ninguna corriente de opinión, equivocado o no. Tampoco he militado en ninguna mayoría, y siempre he procurado mantenerme a distancia de las tendencias generalizadas, sean benditas o bendecidas, sean modas o tradiciones. Mi tendencia suele ser desconfiar de lo que todos siguen sin pensar los motivos ni las causas. Eso me ha hecho ser introvertido, usando lo opuesto más como una coraza defensiva y de malganarme la vida, que como mi verdadero yo, si es que existe algún yo claro y auténtico, naturalmente…
Mi admirada y querida María Jara, en su clarividencia por esencia, me dice, simplificando, que eso son “recuerdos”… Y que cada cual lo entienda como pueda, más que como quiera, pues lo segundo es la clave de la traducción de lo primero. Pero puede que, en su altura de mirar, no le falte buena parte de razón: que sea una lucha inconsciente, o subconsciente (a todos nos afecta y todos la tenemos), por “recordar” lo que hay detrás de los tapujos con que nos empeñamos en disfrazar la verdad. Nos resulta mucho más cómodo olvidar que tener que recordar. Y menos esforzado y menos comprometido también. Es mejor seguir la apacible senda de la gente, de los dogmas, de las tradiciones y las costumbres, a enfrentarse a ellos, que siguen repitiendo lo de “los ángeles del cielo te darán pan, todos los reinos de la tierra a los que gobernar, y te sostendrán para que no te caigas”, como le dijeron al nazareno aquél en su desierto.
La cuestión es que supone un pan que no te quita el hambre; los reinos que te muestran son ficticios; y la protección que te ofrecen es la de entrega total por tu parte… Al menos, mientras exista el “recuerdo”, por vago que sea, de un pan que nunca se acaba y de un reino que no es de este mundo, por mucho que este mundo sea su más alejado y opuesto apéndice, su más débil, pálido y perdido reflejo… Esa es la sensación que comparto con Coixet en su continua y aparente insaciable búsqueda. La de la cansina insatisfacción por las respuestas manidas, artificiosas y artificiales, con que nos ceba la educación, la política, la sociedad, la religión…
Cuidado… no existe ningún tipo de revelación en mi persona. No hay Yahvé alguno, ya vé, que me haya soplado nada a través de ninguna nube ni en ninguna cima de ningún monte, ni nada de eso, ni de ninguna zarza ardiente ni parlante. Ni por ciencia y experiencia infusas, tampoco. Si acaso, por ciencia y conciencia: buscando, leyendo, comparando, pensando, confrontando, estudiando, aceptando y excluyendo. Poniéndolo todo en duda a la vez que admitiéndolo todo. No rechazando nada sin antes haberlo tamizado. Y manteniéndome siempre en el camino de búsqueda constante… En mi ínterin, bendigo a los primeros, a los que envidio, y maldigo a los segundos, entre los que me encuentro.
Por eso mismo… por poner en duda, pongo en duda hasta la propia fe: ¿qué es en verdad la fé?, ¿creer en lo que piensas, o en lo que te dicen que pienses?. Desde luego, yo no creo en la fe delegada; en la transmitida por el catecismo y fijada por la norma, por la horma y por el dogma; ni siquiera creo en la fe heredada y obligada. Si acaso, creo en la fe buscada y encontrada, por peleada, por olfateada, por nunca regalada… Más bien creo en la búsqueda en sí misma, no sé si me explico, tío Perico. Mientras busco, me voy encontrando a mí mismo, me conozco y me reconozco en el camino; si encuentro una mentira manifiesta la aparto, me deshago de ella; si encuentro una posibilidad de verdad, la acojo y la adopto…
…Y en lo que sí creo, por supuesto, es en el “buscad y encontraréis”, no en el esperad que os lo den. En el busilis genuino de la frase de Jesús, no en la interpelación falsa y falsaria dada por su también falsa iglesia… Pues no se puede encontrar nada sin buscar por uno mismo y en uno mismo en la más pura soledad de uno mismo. El buscad lo que nos os digamos, donde os digamos, y como nos os digamos, es la suplantación de un precepto que se utiliza como pretexto. Hay que buscar solo y/o en escasa y probada compañía, ya que si buscas en multitud solo obtendrás seguidismo ciego, el eco repetido y repetitivo de todos los ecos, el ruido de los pasos del ganado en movimiento.
Reconozco y confieso que el pensar y el decir así, por honesto que sea el sentimiento, es ganarme más enemigos que amigos (bastantes más), lo admito, y cuento con ello… Es lo que decía en mi segundo párrafo: ese muro de comprensiva (de comprimir) incomprensión que no es más que la caverna de Platón, por decirlo rima rimando y que me vayan dando… En nuestra muy civilizada (¿?) sociedad, pueden responderte de dos maneras: o el ataque, o el silencio; o te insultan, o te ignoran.
No es que sea una cosa peor que otra, sino una cosa menos mala que la otra. Lo único que, en el fondo, buscan, es ignorarte y que te ignoren, y si ven rozados sus intereses, perjudicarte… Lo que no harán nunca es dialogar y razonar contigo, y muchísimo menos ponerse a buscar contigo. Lo más amable que cosecharás de tus iguales es una especie de “yo me encuentro bien así”, a mi no me compliques, yo no quiero pensar… y lo mejor es que te dejen en paz al igual que tú a ellos. Y está bien. Esos mismos que hoy te perdonan la vida, antes te escupían y luego te quemaban en la hoguera… Aunque, si se tercia y se tuerce, todo puede volver.
Miguel Galindo Sánchez / www.escriburgo.com / miguel@galindofi.com
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