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Foto del escritorMiguel Galindo Sánchez

EN AQUELLOS TIEMPOS



Nunca he sabido por qué, en aquellos primeros años de los sesenta, en la pacata, y posiblemente atemorizada, sociedad de los pueblos (hablo del mío en concreto), los padres de chiquillas de doce o catorce años, las dejaban salir de noche, y acudir a una destartalada casa sin acabar, en una casi vacía calle de un oscurecido barrio, para recibir – aún bienintencionadas – clases gratuitas de francés, o sus rudimentos, por parte de otros aprendices a gañán, como yo mismo… Muchas veces me he acordado de aquello, y muchas veces me he preguntado qué tipo de confianza demostraban aquellas familias a zagalones de poca edad más a las de sus hijas, a las que dejaban ir durante un par de horas a nuestra custodia, y en aquella oscura y turbia época.


Y aún sigo sin explicármelo… porque luego, terminadas las clases, nosotros mismos éramos los encargados de acompañarlas y escoltarlas hasta sus respectivos hogares. Pónganse en aquellos años, en que las niñas y los niños aún se educaban en escuelas separadas; aquel tiempo plomizo de Catecismo Ripalda; de confesión por Pascua Florida; de censura amartillada; de novios bajo estricta vigilancia; de infierno y purgatorio a ultranza; de pecados a flor de piel… e imaginen la impensable liberalidad que se hacía con unos críos que andaban sus primeros pasos de muy controlada y sucedánea libertad, en lo que cabía, y en la incomprensibilidad de un fantasmal y afantasmado Club cultural Fénix en el ojo del huracán de los poderes fácticos (Falange, Iglesia, etc.).


Y me sigo admirando de ello y por ello… ¿Qué naturaleza de seguridad, certidumbre o tranquilidad había en aquellos padres y madres hacia nuestros aún difuminados personajes para confiarnos sus hijas a tan tierna edad?.. Aunque solo fuera por el, entonces poderosísimo, “qué diran”; por la falsa, pero muy obligada, moralidad gobernante; por cumplir con una apariencia de normas rígidas que entonces gobernaban vidas y existencias… Yo aún no lo entiendo. Ni siquiera con la perspectiva de más de sesenta años al coleto, me lo puedo presentar “in mente” razonablemente.


El fenómeno que vivimos aquellos de mi pueblo, cada vez que he tenido ocasión lo he dicho, con nuestros siempre arriesgados movimientos culturales: Club Cámping, Club Fénix, etc., con ribetes sobradamente neoliberales, por ponerle mote, y lo bien parados que salimos, fué, y es, algo digno de estudiar. Me encantaría juntarme con los sobrevivientes de todo aquello, para intentar sacar conclusiones de aquel poco normal comportamiento (mi amigo Tinín tampoco se lo explica aún) y la respuesta social a iniciativas entonces tan poco comunes…


Yo, desde luego, me siento muy orgulloso de aquellas experiencias. Mucho… como de mi ese otro pueblo, Los Alcázares, que nos dio una lección de tolerancia en la era de la intolerancia. Y el haber formado parte activa de aquello, me hace mejor persona de lo que yo mismo me creo, o puedo creerme.


¿Acaso es que aquella gente era mejor, sobradamente mejor, que aquellos que los gobernaban a martillazo limpio?.. Solo lo pongo aquí como punto de partida para la reflexión, nada más. Y conste que no deseo hacer, en principio, ningún juicio de valores; tan solo examinar un hecho y tratar de encontrar los porqués posibles… ¿Y uno de ellos no será, entonces, que no es que “cualquier tiempo pasado fue mejor”, pero sí que cualquier personal pasado fuera mejor?..


Ya sé que estoy tocando un punto delicado que no a todos les va a sentar bien. Es natural. Pero solo quiero que piensen en esa posibilidad… repito: posibilidad. Es un simple ejercicio de retrospección. Solo eso. Descartemos el aspecto político, a ser posible. Aquel sistema social estaba sujeto a una despótica – y nepótica – dictadura, pero, aún y así, las personas, los ciudadanos, aquellos que se conocían, respetaban y apreciaban, mantenían sus valores humanos muy por encima del cesarismo moral de la tiranía política.


Hoy existen partidos que depositan esa virtud en los sistemas políticos que pregonan, creyendo, o queriendo creer, que es donde reside la calidad humana. Pero es una engañifa, claro, porque es justo al revés… La cosa funciona al contrario: es la persona, el ser humano, el que transmite la calidad, la calidez, y la cualidad, a los partidos; y suple, incluso supera, como en algunos sitios se demostró en época de la dictadura, la deficiencia política e ideológica de los partidos. Y no hablo de aquí ni de allá, pero que son fácilmente reconocibles.


Vuelvo a formularles otra pregunta: hoy, en oposición a entonces, vivimos una época de libertades (cada vez más supuestas) y democracia (cada vez más pseudodemocracia), mas ¿tenemos y actuamos con la misma confianza entre nosotros como en aquella época?.. Contéstense ustedes mismos por sí mismos y para sí mismos, no a mí. Al fin y al cabo, forma parte de lo que les quería decir.


Las calles vacías, solitarias y silenciosas, apenas iluminadas con alguna bombilla oscilante que componía extrañas sombras en la oscuridad de la noche, nos abrían camino hacia los diferentes destinos: a la carretera General, a la de Torre-Pacheco, al Barrio de los Cacharros… las íbamos dejando una a una en sus casas, seguras, confiadas y salvas, con un par de páginas del método Thierry para dentro de dos noches… A veces regresaba bordeando el mar; oyendo al oleaje besar los cantiles bajos; azotándome el levante la cara, y el olor y el sabor de la sal inundando mis sentidos. Incluso se podía escuchar la voz cansada de los viejos dioses hablando el latín del hermano Mediterráneo… Y no les digo a ustedes lo que entonces me decían…


MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ – www.escriburgo.cominfo@escriburgo.com

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