(de El Confidencial)
En muchos de mis artículos he predicado la inexistencia del concepto “Tiempo”… La idea es que el pasado y el futuro son proyecciones referenciales del presente, que es lo único que existe, y que ya Einstein lo demostró en su Teoría de la Relatividad, y la física quántica lo confirma y constata en cada uno de sus principios. Que yo me apunte de profeta de esto, que durante la mayor parte de mi vida he sido esclavo de su triunvirato: reloj, agenda y calendario, no deja de ser una especie de contradicción más o menos manifiesta, lo reconozco, y una especie de venganza íntima, que también lo reconozco, pero las cosas son como son…
En esto, como en todo, habrá sus seguidores y sus detractores, naturalmente… Los que hemos llevado una existencia desenfrenada de compromisos y obligaciones – por llamarlas de alguna manera – y ahora nos vemos “al pairo”, en términos marineros, tenemos cierta perspectiva de ello, en mayor o menor grado, y si se `piensa con cierto sosiego, podemos sentir (y medir) cuanto de relativo existe en dicho y manido concepto. Lo que pasa es que cada cual es, o se hace a sí mismo, eslabón de su propia cadena y circunstancias, y nos mantiene atados al régimen artificial que nos hemos impuesto de alguna forma.
Todo esto viene a cuento, porque he leído un artículo en The Conversations, de un eminente psicólogo de la Universidad de Melbourne, Adams Osth, especializado en la memoria temporal, en que se afirma taxativamente que “la mente no puede percibir el tiempo de forma directa… lo que ocurre es que a menudo hay una serie de señales en nuestro entorno que nos indican qué día es”. Eso lo nota nuestro organismo cuando estamos sujetos a un periodo prolongado de obligaciones laborales, por ejemplo; y cuando, en vacaciones, lo cambiamos por un estado de ocio, en que las manecillas del reloj se relajan, y nos regimos más por la luz, oscuridad, el hambre, el sueño, la actividad o el reposo, que son las coordenadas naturales del ser humano… No valen vacaciones todos al mismo tiempo y a los mismos lugares, pues sería cambiar una servidumbre por otra.
Una filósofa y escritora, Azahare Alonso, se plantea en una de sus obras “cuánto se tarda en no hacer nada”… Y se pone a analizarlo. Y experimenta la descomunal diferencia entre tener tu tiempo ocupado en mil quehaceres, muchos de ellos absurdamente gratuitos, y tenerlo exento de todo ello. En uno, el presente es invadido, y raptado, y escamoteado, por una pluralidad de sensaciones tan agobiantes como artificiosas. En el otro, el tiempo se convierte en lo que realmente es: en un contínuum presente abierto a tu entera disposición.
“Creo que es una reconquista de aquella forma de vivir; esta suspensión conecta con lo más humano, que era no tener la sensación de perder tiempo, sino de disfrutarlo”, reflexiona la autora… Y es muy cierto. La historia del reloj está íntimamente ligada a la productividad y a la economía. Es la antítesis de aquel “mirad las rosas y los animales del campo, que ni tejen ni se preocupan”… del divino galileo. Decía también Julio Cortázar que, cuando te regalan un reloj, tú eres el regalado al reloj, pues no se te entrega con qué media al tiempo, sino que es a ti a quién se entrega al tiempo.
Y debe ser verdad, porque hay tres tiempos que rigen nuestra crono-biología (catedrática y directora del laboratorio cronobiológico de la Onu): el interno, que es nuestro reloj biológico; el ambiental, que comprenden los ciclos luz-oscuridad; y el social, que es el no-natural… El primero rige los ritmos circadianos de cada organismo; el segundo mide los ciclos naturales externos; y el tercero, que viene a destrozar a los otros dos con su irracionalidad artificiosa.
Cuidado, que los veo venir: no me estoy convirtiendo en un profeta del “dolce far niente”, y de toda irresponsabilidad personal y social, no somos animales, pero no me vengan tampoco con historias… Les estoy diciendo que se pregunten dónde ponemos el límite a lo uno para preservar la bondad de lo otro, pues de ello depende nuestra propia salud física y mental. La tendencia general es hipervalorar el TENER sobre el SER, y funcionamos en consecuencia a tales valores torcidos. Despreciamos el estar por el gozar, y lo que es peor, tampoco sabemos gozar sin “gentear”…
Yo… si a ustedes no les sienta mal, me voy a reiterar en lo ya dicho y expuesto: el tiempo como tal no existe, nos lo “fabricamos” nosotros con nuestros presentes, que es, eso sí, lo único que existe. Lo que ocurre es que lo usamos tan puñeteramente mal que nos estamos arruinando como personas y hemos puesto una bomba a nuestro futuro, que es el presente inmediato… Por supuesto, es el mecanismo que el universo (llámenlo providencia, si quieren) dispone de autocorrección para con los agentes de libre albedrío. Y habremos de aprender de nuestros, y con nuestros, propios errores.
Todo es, y está, aquí, ya, porque es nuestro propio, social y personal presente… De cómo lo percibamos en el tiempo es la película que nos hemos montado como protagonistas de ella. El problema es que la ciencia, y la Onu, y otros que saben, ya lo dan como irreversible, y eso lo hace también ineludible…
“Reloj, no marques las horas, porque voy a enloquecer…”, cantaba el bolero aquél…
MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ – www.escriburgo.com – miguel@galindofi.com
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