El signo de los tiempos está aquí, y las asignaturas pendientes siguen más pendientes que nunca. Hemos recuperado los índices de expulsión de fluorurocarbonos a la atmósfera de antes del comienzo del confinamiento por Cóvid, y el nivel de contaminación ambiental que ya teníamos. Muy bien. Estábamos infectados (hoy, aún más) pero, al menos, el aire que respirábamos era puro y saludable, en el aspecto medioambiental se había ganado en salubridad… Ahora estamos mucho peor en todo, pues con lo del coronavirus hemos dado una vergonzosa e irresponsable marcha atrás, y encima hemos vuelto a envenenar la atmósfera, el mar y la tierra. Nada más nos dieron suelta, nos faltó tiempo para poner nuestros tubos de escape a lanzar mierda al aire. Y no me digan que es que hay que trabajar, por favor. No nos mintamos a nosotros mismos…
La pandemia ha interrumpido el tímido impulso de intentar frenar lo del cambio climático, que se había iniciado antes de la misma. Había que ocuparse de lo importante, que es el azote del Cóvid-19. Bien. Estamos de acuerdo. Pero lo que no es lógico, ni natural, ni leal tampoco, es ocultar que la pandemia es consecuencia de la degradación ambiental. Lo han demostrado todos los científicos del mundo, incluidos los nuestros del Cesid. Todos lo reconocen. Todos, claro, menos nosotros y nuestras administraciones y políticos, y empresas, que no les interesa reconocerlo, porque no nos interesa cambiar nuestra forma de vida, basada en el consumismo constante y en un hedonismo continuado. Pero lo uno viene de lo otro, y las pandemias son los efectos de la primera causa. Y hasta que no lo reconozcamos, y admitamos y asumamos, seguiremos poniendo parches y navajeándonos al mismo tiempo, como auténticos idiotas… Quizá, por eso mismo, en el mundo estamos votando a líderes negacionistas, auténticos asnos, que están/estamos pisando el acelerador a fondo hasta que el planeta, y nosotros con él, reventemos como ciquitraques…
Hace un año, 150 países reclamaban, aún con la boca pequeña y haciendo negocio del intento, medidas más contundentes ante lo que se nos viene encima. Hoy, aún jóvenes de 35 de esos mismos países, en vez de dedicarse a la fiesta continua y el botellón, intentan frenar judicialmente iniciativas mineras y contaminantes, como en Australia, y concienciar con al activismo al resto del mundo. Benditos sean…
Otra asignatura pendiente, y bien pendiente, es la de la justicia social y la pura humanidad. Lo ocurrido en Lesbos al campo de refugiados de Moira es de una indignidad vergonzante. No solo tenemos a 13.000 refugiados en condiciones inhumanas en Lesbos, sino que se les pega fuego a sus miserables campamentos. Hoy hay miles de ellos, con sus ancianos, mujeres y niños de todas las edades, y bebés, vagando por la isla, sin agua, sin comida, sin una jodida lona bajo la que guarecerse de la lluvia y el frio… Y, encima, siendo insultados y hostigados por seres inhumanos (en lo que nos estamos convirtiendo todos) autóctonos, que los acosan como ocupantes indeseados – igual que aquí con los emigrantes – o como en muchos sitios ya. Brutal.
Y eso ocurre en las fronteras de la cuna de la civilización y los Derechos Humanos, la mismísima Europa. Los europeos no hacemos otra cosa que mirarnos nuestro orondo y redondo ombligo antes que mirar allí y ver lo que está ocurriendo, mejor dicho, lo que estamos haciendo con nuestra inacción, pues eso se hace permitiéndolo… Como miserable reacción, Francia y Alemania se comprometen a acoger a 403 menores acompañados, de los miles y miles que hay, ¡entre dos naciones que suman 130 millones de habitantes!.. El resto, ni siquiera eso… Tampoco, naturalmente, nuestra querida, social-ista y catolicísima España, tan poblada de cruzados cristianos, de procesión y profesión, y de romerías y palabras vacías… y hoy gobernada por los que cantan “arriba los pobres del mundo, a mí famélica legión” arropados por sus gruesas nóminas.
Son dos asignaturas pendientes de las más sangrantes y principales. Las más importantes, quizá. Y, en ambas, preferimos mirar para otro lado. Pero son actitudes comunes. Ya no hablo de todo un continente, Europa, hablo de países enteros, de gobiernos, de todos los ciudadanos, de todo pueblo o vecino, de usted y de mí… Estamos construyendo una llamada “sociedad del bienestar” ciega, egoísta, insolidaria y excluyente, donde defendemos nuestro propio derecho desheredando los básicos de los más pobres y desheredados de la tierra. Y, encima, nos estamos suicidando provocando nuestras propias calamidades climáticas y epidémicas… Para esos, claro, tenemos el pim-pam-pum de los políticos. Para eso los hemos comprado. Los votamos para que sumen nuestras culpas a las de ellos, y ya de paso, como plus de compensación, permitirles que nos roben. Y eso hacemos, echamos nuestra propia responsabilidades sobre las suyas. Que laven la ropa sucia de todos. Es lo que vale nuestro también lavado de conciencia.
MIGUEL GALINDO SÁNCHEZ
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